Capitulo 60

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—Claro. Tengo todas estas piezas del rompecabezas, pero ninguna imagen que componer. Por ejemplo, me jugaría algo a que fue Recca, el tipo ese por el que pregunté esta mañana, quien entró aquí, robó la tablilla y colocó los explosivos. Pero está muerto, así que no colocó las granadas de esta mañana, y no encaja con la descripción que nos dio aquella noche de la mujer que dice que le salvó la vida.
Tomando aire, Juan Pedro se arriesgó a lanzar una mirada fugaz a la expresión rígida e inflexible de Mariana.

—¿Y si estaba equivocado sobre la mujer, Franco, y ella estaba aquí por invitación mía?

—Bueno, eso ayudaría definitivamente a señalar a Recca, salvo por las granadas de hoy.

—No fue el mismo tipo —dijo Mariana con brusquedad, mientras seguía arrancando hierba y con la vista clavada en el estanque.

—El equipo de artificieros tiene la misma opinión —dijo Castillo con el mismo tono suave al tiempo que continuaba arrojando pipas al agua—. Su teoría es que el primero fue realizado por un profesional, y el segundo por un aficionado, tratando de copiar el estilo del primero.
Mariana, en efecto, asintió.

—Las cargas de precisión son mucho más complicadas de conseguir. Y las anillas deberían haber sido retiradas, para que fuera el cable lo que accionara el resorte. Sin posibilidad de que nadie pudiera impedir la explosión. Aunque, incluso eso, proporcionaría unos cuatro o cinco segundos a la víctima para apartarse.

Juan Pedro cerró los ojos por un momento. Le asombraba que ella pudiera hablar con tanta serenidad de los defectos de una bomba casera que a punto había estado de acabar con su vida hacía media hora. Abrió de nuevo los ojos, mirándola a ella en vez de a Castillo.

—¿Y si le digo, Franco, que esta mañana ha aparecido una falsificación de la tablilla junto con al menos una de las cámaras de vídeo desconectada de igual modo que la noche del robo?

—¿Qué? —Castillo se puso inmediatamente de pie, luego cambió de opinión y volvió a sentarse con visible esfuerzo—. Querría ver la cinta de todos modos. —Se aclaró la garganta—. También necesitaría limitar el tiempo en el que las granadas podrían haber sido colocadas. ¿A qué hora dejó la habitación esta mañana, señorita Espósito?

—No pasó la noche allí —respondió Juan Pedro para que ella no tuviera que hacerlo—. De hecho, supongo que las granadas pueden haber sido colocadas en cualquier momento durante las últimas veinticuatro horas.

—No lo creo —dijo Mariana sosegadamente.

—¿Por qué no? —preguntaron ambos hombres al unísono.
Ella tomó aire, tan claramente evasiva a hablar que casi resultaba cómico.

—Mi cara aparecía en el periódico de esta mañana... como experta en seguridad y en arte. —Lanzó una fugaz mirada a Juan Pedro—. Fue culpa mía.

—Lo hecho, hecho está —dijo, alargando la mano para cubrir la de ella con la suya, finalizando la caricia antes de que pudiera hacerlo ella. Peter sabía pescar; lo complicado de Mariana era que no se trataba de un tímido pececillo, sino de un tiburón tigre mucho más escurridizo y letal. La deseaba, pero no quería perder un brazo, o cualquier otra extensión, en el proceso.

—No me... gusta acusar a nadie sin pruebas —dijo con un tono de voz aún más reticente—, así que le digo esto con propósito informativo. Dante Cortés se esforzó mucho en darme la bienvenida a la compañía esta mañana, y por asegurarse de que me enteraba de que conocía mis antecedentes en el museo.

—¿Qué? Eso es ridí...

—¿La amenazó? —interrumpió Castillo, girando para quedar de cara a ella.
Lali hizo una mueca.

—Mire, no voy a...

—Mariana —medió Juan Pedro con dureza—, ¿te amenazó?

—No. —Su ceño se hizo más profundo—. Insinuó que no duraría mucho... también dijo que sabía dónde había pasado la noche.

—¡Maldición! —Juan Pedro se puso de pie como un rayo.

—Espere un minuto, señor Lanzani —dijo Castillo, levantándose para interponerse entre Juan Pedro y la casa—. ¿Está completamente segura de que fue eso lo que le dijo Cortés, señorita Espósito?
También Mariana se paró, probablemente desagradándole la idea de que dos hombres se impusieran en altura.

—Puede llamarme Lali —dejó escapar un suspiro—. Y sí, estoy segura. Tengo una memoria prácticamente fotográfica.
Castillo metió la mano nuevamente en el bolsillo, esta vez en busca del transmisor.

—Méndez, búsqueme a Dante Cortés. Sea simpática, pero no se despegue de él.

—Afirmativo —respondió una voz femenina por el emisor.

«Una memoria fotográfica.» Eso explicaba por qué ella había sospechado tan rápidamente que la tablilla era falsa. Había visto fotos del original en alguna parte. En cierto modo, aquello también explicaba por qué era tan táctil; memoriza, literalmente, todo lo que toca. Incluido a él.

—No puede arrestarlo por lo que he dicho —protestó Mariana, dando un paso atrás.

—No, pero puedo hacerle algunas preguntas basándome en lo que ha dicho —respondió Castillo, su expresión era inesperadamente comprensiva.

Al aparecer Mariana Espósito tenía otro admirador. Por supuesto que le beneficiaba tener a un policía de su lado, aunque puede que eso hubiera sido la intención. Pero, por el contrario, la dura y hábil dama, reacia a proporcionar pruebas para culpar a otro, parecía la auténtica Espósito.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora