Capítulo 20: Murria

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Si todo entra por los ojos, decía Amadeus, hubiera deseado quitárselos en ese momento.

Sus sospechas eran ciertas, pero ya no podía hacer nada que valiese la pena a esas alturas. No era nada grave, desde luego; sólo se trataba del amor de su vida amando a alguien más.

Y quizá la murria y la desesperación lo hubieran orillado a actuar de manera descabellada, sin embargo él no era así y tampoco lo ameritaba. Después de que sus dedos sintieran la textura del papel y que sus ojos envidiaran lo que miraba, se dio por vencido y culpable por su ineptitud al decir lo que sentía. Tal vez si hubiera tenido la oportunidad de decirle lo mucho que le gustaba y lo atontado que siempre había estado por ella durante muchos años, tal vez... no. Siempre tuvo oportunidad, el problema era que él nunca se la había dado a sí mismo.

Pero ahí estaba, sentada a su lado. Luego de salir del instituto fueron hacia el parque en donde se conocieron para hablar:

- ¿Entonces te gusta mucho?

La chica sonrió, ignorante de la congoja de su acompañante, quien luchaba por no evidenciar los sentimientos que poco a poco lo volverían loco. ¿Celos? ¿envidia? ¿soledad? ¿Qué era lo que sentía? Poco era decir que le punzaba por dentro, y lo peor es que no podía hablar de ello, ni expresarlo en voz alta.

Mientras el pianista apreciaba con resentimiento la obra de arte que yacía sobre la hoja que había descubierto hace poco, (TN) no tenía más remedio que hablar un poco sobre Helen. Aún así, aunque la situación merecía una pequeña introducción sobre el garzo, la muchacha no se enfatizaría mucho sobre él por obvias razones; ¿qué pensaría su amigo si se enterase que convivía con un supuesto asesino? Ya el hecho de que estuviera de día y noche en compañía de un hombre sería alarmante.

- Eh... sí. Lo conocí hace unos meses. Creo que siete. - Explicó vagamente mientras observaba a Amadeus revisar el retrato que había hecho con ayuda de su amante. - ¿Por qué?

- Por nada. Me sorprende mucho.

A pesar de que lo ocultara, (TN) sabía un poco de lo que su amigo le pretendía. Desde que eran niños, Amadeus siempre se notó extraño hacia ella, lo cual era normal para cualquiera que pasara mucho tiempo con alguien, ya que era parte de acostumbrarse. No obstante, cuando se trataba de pretendientes, su amigo cobraba un comportamiento diferente, incluso ahora, que por fin encontró una persona especial. Tras todos estos años, ella podía estar segura: Amadeus la quería, pero no como una amiga. Dado esto, aunque hipotéticamente desconociera de estos hechos, la chica no dejaba de sentirse ligeramente incómoda por lo reticente que se mostraba el pianista. De alguna manera la carrera universitaria que estaba siguiendo no era de mucha ayuda ahora ya que la volvían más consciente de la situación en la que estaba: posición erguida, pies nerviosos, pupilas dilatada y palmas algo sudadas. Todas estas características eran propias de una persona puesta en tensión, perfil que se acomodaba a Amadeus, quien efectivamente se encontraba en una guerra interna por no sucumbir ante la brasa de sentimientos que lo calcinaban en su interior.

(TN) dejó de sonreír y dijo:

- ¿Sabes? No es necesario que sigamos con este tema. - Aclaró esperando evitar el asunto.

Aunque la chica conociera algunos aspectos de envolvían la coyuntura, aún era ignorante de todo lo que reinaba en la mente de su acompañante. Creía que con esas últimas palabras ayudaría a conciliar la atmósfera, pero cuán equivocada estaba.

- No, para nada. - Entró en cuenta su contrario, alejando de su vista el cuaderno que hace poco estaba tomando entre sus manos. Alzó la mirada, esbozando una sonrisa natural, dándose cuenta de que la respuesta siempre había estado ante sus ojos: si es feliz, déjala. Tragó saliva y aun digiriendo esta idea, e: - Cuéntame, adoraría si me hablas de lo que te hace feliz.

Aquel joven y renombrado artista musical todavía estaba madurando, pero cuánto le dolía el proceso. Entendería cualquier cosa si se trataba de ella, su amiga, su musa, la única chica que lo había vuelto tan feliz y capaz durante todo este tiempo. Juraba sentir cómo se quebraba su alma en el transcurso que dibujaba una sonrisa en sus labios, traduciendo cada segundo como un martirio que debía aguantar por la felicidad de (TN) y teniéndose a sí mismo como el único culpable de su sufrimiento.

- Sí, pero... es que...

- ¿Qué dices? - Cuestionó - Sólo estaba admirando su estilo. Es bastante bueno.

- ¿En serio?

- Sí. - Afirmó sin dilación.

Su mirada entrañable aguardaba una esperanza rota, pero sorprendentemente, esto calmó también a (TN). La accesibilidad de Amadeus hizo creer a la muchacha una vez más en la gran indulgencia que este poseía, viéndose dispuesta a continuar con su relato sin sentirse como la causante de los tormentos de su contrario. Era algo cruel de su parte, sin embargo tampoco debía.

- ¿Y cómo es él? ¿Cómo se llama? - Procedió a preguntar.

- Se llama Helen. Es callado, alto, de piel clara y unos preciosos ojos azules. Son como el cielo. Nunca había visto ojos tan lindos como los de él. - Comentó con una ilusión que se reflejaba incluso en los gestos que realizaba. - Creo que ya te lo había presentado.

- Ah, hablas del chico que trajiste al evento de música. - Recordó.

- Precisamente.

- No lo apruebo. - Contestó en tono bromista, sin pensar que detrás de toda broma, existe algo de verdad - Se ve descuidado, y muy pálido. Diría que hasta luce como un zombie.

(TN) lo observó sin disimular su desacuerdo, pero no protestó.

-Da igual - Suspiró - Me gusta mucho.

Amadeus le devolvió la mirada con sorpresa, creyendo que era momento de retirarse. Se puso de pie con rapidez e inspeccionó la hora en su reloj de muñeca.

- Va. - Cedió el pianista, sólo para dar un comentario final antes de terminar la charla. - Entonces espero que te vaya con él.

- ¿Ya te vas? - Intuyó la chica aún sentada en la banqueta que frecuentaban cada que visitaban el parque.

- Sí, tengo que practicar una melodía. - Explicó - Tendré practicas este sábado, así que tengo que esforzarme mucho - Le sonrió cálidamente, devolviendo el cuaderno que previamente había prestado al morral de su amiga, quien le agradeció.

Así pues, luego de despedirse y volver a sus respectivas casas, ambos fueron a lo suyo. Cada uno con sentimientos enteramente diferentes, zozobrados ante expresiones que demostraban tranquilidad cuando por dentro podrían estar estallando en felicidad o abatimiento.

Mientras Amadeus sufría, (TN) creaba más bellos momentos. Ninguno de los dos culpaba al otro por lo que sucedía. Pero entre más fuerte sea la sensación de soledad, más grande se hace la tristeza.

Aquella noche el pianista practicaba la nota que tenía pendiente, sin notar que en medio de la penumbra que poco a poco lo acorralaba, acechaba una mirada de pupilas penetrantes. Aquel espectro de presencia escurridiza no esperó más para mostrarse ante su próxima victima, quien hipnotizado en instrumentales de ritmos apagados y melancólicos, escuchó susurrar en sus oídos:

- ¿Sabías que la tristeza mata?






|Musa| Bloody Painter y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora