Capítulo 21: Abulia

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¿Sabías que la tristeza también mata?

 Como si se tratara de una canción de cuna, aquellas palabras obnubilaron la mente de Amadeus y conjunto a esto, a su cuerpo. Seguía sentado pero en el interior estaba consciente a pesar de que sus brazos y piernas no respondieran. Comprendió que no estaba solo, pero que a la vez, también lo estaba.

— Te he estado viendo por semanas; sé lo doloroso que es sentirse así. — dijo el desconocido — pero eso tiene remedio.

Sea quien sea el que lo dijera, para el pianista no había manera de responder ni de defenderse. Su cuerpo entero se veía distante, como algo que no pudiese controlar a pesar de que fuese suyo.  Cada cosa que yacía a su alrededor parecía ahogarse en las penumbras del cuarto, pero aunque el ojo humano no pudiese ver en la oscuridad, el muchacho seguía distinguiendo aquella figura tenue que se transportaba de un lugar a otro entre las tinieblas que poco a poco consumían el interior de las cuatro paredes que ahora parecían una jaula.

— Quiero decir: para todo hay una solución en la vida, ¿no?

De pronto su huésped chasqueó los dedos y el artista recobró la capacidad del habla, no sin antes sentir una gran sequedad en la garganta.  Sin embargo, aunque ya podría contestarle, su cuerpo seguía incomunicado y le era imposible mover un dedo aunque lo quisiese. 

— ¿Quién eres? — Preguntó mientras tragaba saliva para aliviar el malestar. 

Su visitante rió, mostrando unos dientes tan radiantes y dorados como el sol, los cuales hacían eco de su presencia.

— Puedes llamarme "mi salvador". — Expresó con el tono bromista que lo caracterizaba; porque sí, después de tanta ausencia y soledad, él vino a reclamar la vida de Amadeus, el amigo desplazado. Y no, el Titiritero trabajaba solo y no permitía que nadie le dijera qué hacer, así que él estaba por su cuenta aquí, acompañando a la desolada alma que tendría el placer de conocerlo.

Amadeus sólo lo miró con un gesto desafiante.

— No seas un amargado. — Protestó el espectro — De hecho—

— No me interesa nada de lo que digas. Lárgate. — Interrumpió entredientes, olvidando lo vulnerable que estaba como para provocar a su captor. 

El Titiritero bufó, mostrando un instantáneo cambio de humor. Algo que él odiaba era que lo interrumpiesen en medio discurso, cosa que había pasado por alto en varias ocasiones si se trataba de Helen, su amigo. Entonces, cambiando radicalmente de semblante, la aparición de quien en vida fue también un hombre triste y depresivo, se mostró por completo ante los cansados y a la vez impactados ojos de Amadeus. 

— ¿Un maniquí...? — Exclamó aterrado. 

El esperpento no se inmutó, pero en vista de su notable fastidio, no dudó en comenzar a torturarlo como siempre lo hacía cada vez que se convertía en el heraldo de la muerte de alguna que otra persona. Aún así no se molestó en seguir el auténtico procedimiento que había estado realizando desde hace mucho tiempo, devolviéndole también la capacidad de sentir dolor.

Qué desafortunado había sido el pianista, ya que nadie se imaginaba la terrible aflicción que le causarían esos hilos que viajaban desde las manos del Titiritero hasta las suyas para penetrar su carne y destrozar sus huesos. 

¿Pero estas no eran las mismas fibras que casi mataban a (TN)? — Recordó atónito, dándose cuenta que no era la primera vez que se encontraba con este monstruo que pronto lo asesinaría.

— Dime una cosa. — Pidió por último, viéndose convencido de que se avecinaba su deceso. — Hace unos meses... ¿fuiste tú quien casi asesina a una chica en un instituto de artes?

|Musa| Bloody Painter y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora