Cap 8 : Venda negra

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Paul llevaba  bastante tiempo haciéndome preguntas sobre mi vida, mi día a día, la forma de liderar que tenía el gobierno, la libertad de los ciudadanos, y los tratos que tenían los ciudadanos de Marfil entre sí. 

En Marfil mi vida siempre había sido perfecta, elegante y fácil. Mis padres se habían encargado de dármelo todo:  mi felicidad, mis beneficios y la perfección como ciudadana de pleno derecho. Gracias a ellos había logrado explotar ese carácter para ser perfecta y la mejor en todo, un ejemplo a seguir para la sociedad. Había aprendido a crear una máscara para el exterior. 

—En resumen, mi vida allí era perfecta —finalicé en un suspiro. 

Paul me miró alzando una ceja. Gabriel se encontraba en un sofá balanceando la copa en sus dedos, removiendo el licor de un lado a otro. Llevaba así un buen rato, absorto en sus pensamientos. Me pregunto en qué pensaba.  Supongo que nunca me lo diría. 

—Uhm, ya —dijo Paul tratando de encontrar las palabras— ¿Pero cómo defines perfecto?

Me paré a pensarlo. 

No sabía responder con exactitud. 

—Pues un mundo sin problemas, sencillo, fácil y feliz —una sonrisa surgió de mis labios con nostalgia—. Bueno, hasta que lo conocí a él. 

Gabriel alzó la mirada unos segundos hacia mí, posando su mirada sobre la mía, y pude ver un brillo de su verdadero interior, pero se levantó y salió por la puerta justo en ese momento, evitándome  llegar a más. 

Sentí un ligero sentimiento de decepción oprimiéndome el pecho.

—Bueno, lo que importa ahora es cómo te vas a infiltrar. 

Volteé la cabeza de nuevo hacía él, confundida. 

—¿Infiltrarme?

El chico de cabello blanco apareció con un arma metálica  y jugó con ella entre las manos mientras se sentaba en uno de los sofás, con seguridad.

Alzó su mirada hacia mí, y tras notar mi desconcierto levantó el arma  sonriendo fríamente  y apunto a la pared justo a mi espalda. 

La hoja de metal me silbó en el oído y escuché el golpe a mi espalda, que me hizo saltar sobre mi asiento y mirar al lugar donde había apuntado. Un jarrón cayó al suelo con un fuerte estruendo y el joven sonrió, mirándome con una mueca desafiante.

—¿Estás loco? —bramó Paul, ignorando el hecho de que su amigo por poco acababa  con mi vida— ¡Ese  jarrón me costó una buena fortuna! ¡Vale más que tu sucia vida!

Lo miré alucinada, mientras se acercaba a inspeccionar los trozos.

—No se puede tener nada bueno en esta casa... —susurró, seguido de unas cuantas maldiciones. 

El chico de pelo blanco se acercó a mí. Me quedé paralizada, con mi mirada fija en la suya, mientras se arrodillaba lentamente para quedar a mi nivel. 

—No aguantarás mucho aquí.  

Se levantó con aquella calma tan extraña y se marchó, dejando aquel aroma siniestramente dulce y puro en el aire.

Al notar su huida, Paul se giró para gritar, enfadado. 

—¡Eh,  maldito bastardo! ¿Pero quién te crees que eres? ¡Te juro que mataré a tu conejo!

El joven de blanco puso los ojos en blanco con molestia mientras desaparecía por el pasillo. 

—Maldito psicópata —murmuró Paul, dejándose caer a mi lado.

Las tres caras de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora