31. Las reglas están para romperlas

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—¿Cuchillos bajo la falda? —pregunté con expresión de horror al ver que tenía compartimentos preparados para poder sacarlos y atacar en cualquier momento— ¿Quién tiene eso?

—Yo —respondió con una sonrisa ladina, y la vi rebuscar entre sus cajones.

Después de hablar sobre mi futuro matrimonio y la vida que me esperaría con Christian, se había decidido a convencerme para que llevase una funda para esconder cuchillos bajo la ropa. Puse entre mis dedos un vestido rojo, acariciando la tela escotada, y pude ver que era extremadamente corta.

—Pero no está bien salir con esto a la calle —defendí por enésima vez en lo que llevábamos de mañana—. Es inapropiado, parecería que eres de clase baja.

—Pues que lo parezca —dijo con la voz tranquila, y yo no entendía cómo seguía serena después de tantas preguntas. Sonrió feliz, con la expresión orgullosa d haber encontrado algo que podría gustarme y  sacó otra funda—. Yo sé lo que soy, ¿qué te parece esta?

Puso frente a mí una funda negra, más discreta que la roja y la azul que me había mostrado anteriormente, y la sostuve con duda.

—¿Dónde se coloca? —pregunté temiendo su atrevida respuesta. 

—En el muslo, tranquila —respondió sonriendo, y me enseñó cómo se ponía—. Lo pasas a la pierna desde abajo, y cuando ya esté situado en el sitio adecuado  ajustas y regulas el ancho con esta correa, tiras o aflojas, y ya está. Después metes el arma con cuidado, pero con la práctica lo harás más rápido cada vez, debes tener cuidado para no hacerte daño, y es preferible que el arma sea de punta afilada, ya que para ataque sorpresa los redondeados en el final son lentos.

Asentí, y decidí dejármelo puesto, a modo de seguridad. Se notaba que estaba ahí, pero si lo veías desde fuera, tan solo parecía una falda simple.

—¿Crees que alguna vez iré a vuestra ciudad? —tenía mucha curiosidad sobre aqeul lugar que siempre evitaban nombrar– es que me gustaría verla al menos una vez en mi vida, debe de ser perfecta.

Mi rió ante mis palabras, y me di cuenta de lo que había dicho.

—Perfecta precisamente no es que sea —su voz estaba cargada de diversión y leve burla, por lo que me crucé de brazos y entrecerré los ojos. 

—Ya sabes a lo que me refiero, y no me cambies de tema —respondí, y volteó los ojos al ver que no había funcionado—. Seré "perfecta", pero no estúpida. 

—¿Tú crees? —comentó con diversión, y la empujé bromeando.

—Venga, ahora en serio, por qué no me queréis llevar —Mia apretó los labios, por lo visto temía esta conversación desde hacía tiempo. 

—Verás, Grace... —respondió, por poco dijo el nombre de la ciudad, por lo que suspiró y me dejó intrigada—, no queremos que vayas porque es peligroso. Es una contínua cacería y se persiguen unos a otros. Creéme, es completamente diferente a Marfil. No te llevamos porque dudamos que sobrevivieses allí, ya que es posible que haya rebeldes que se tomen mal el que haya una perfecta en su territorio viva, y eso podría generar una guerra civil. Además, la furia de mi gente aumentaría y estallaría otra guerra contra vosotros. Moriría mucha gente, y no podemos arriesgarnos a que pase.

—Vaya —no pensé que sería para tanto— ¿todo eso por una persona?

—No, simpemente serías la polvora en la esploxión —dijo, y asentí dándole la razón. 

Tras despedirme de ella, salí de la casa en dirección a la de mi madre. El cielo estaba despejado, completamente azul, pero supuse que era parte del engaño, y que no podía verlo de verdad porque aún estaba en su máximo explendor. Pasé junto a la casa de Amelia y alguien me llamó a mi espalda. Al girarme, la vi con una bolsa en la mano, sonriéndome. Esbocé mi mejor sonrisa, porque ella no tenía la culpa de nada de lo que estaba pasando, ya que igualmente estaba bajo los efectos de aquella droga.

Las tres caras de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora