53. Un corderito en un bar de lobos

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Revolví la ropa de los cajones de Nick buscando mi cuchillo plateado.

Pensaba que era de la pelirroja, ya que lo había sacado de su propia habitación, pero por lo visto le había robado el arma a el rebelde con la excusa de que Paul quería atacarla por romper su jarrón de lujo.

Saqué una camiseta roja y la miré con desinterés y lancé a la cama. Metí la mano bajo la pila de ropa en busca del set de armas que Paul me había dicho hacía unos diez minutos.

—Maldita sea —gruñí entre susurros de frustración.

Mis dedos palparon una linea de madera a la izquierda entre la seda y el  algodón, y me encontré con una superficie áspera escondida bajo la ropa. Parecía una especie de caja o escondite secreto, al igual quel que yo tenía en mi habitación.

Cuando lo abrí hundiendo el brazo como pude hasta el fondo, agarrándome a la cómoda para no caerme, noté un utensilio extremandamente frío y afilado.

El cuchillo.

Fui a sacarlo pero la puerta se abrió de par en par, dejando escuchar unas risas por el pasillo.

Saqué la mano rápidamente y cerré el cajón de golpe, sobresaltada. Cuando me giré con una fingida sonrisa estampada en la cara, vi a Nick y a Gabriel mirándome desde la entrada.

—¿Se puede saber que demonios haces metiendo la mano entre mi ropa? —inquirió con ese tono que tanto odiaba y el azabache ocultó una sonrisa.

—Yo, yo no... —tartamudeé.

—¿Tú no estabas buscando entre mi ropa como una acosadora loca? —intervino señalando la camisa sobre la cama con la cabeza, y me maldecí mentalmente por ese fallo—. Pues entonces debe de ser una costumbre de perfectos, no lo sé.

—Paul me dijo que tu tenías ahí guardado un kit de armas y que podía coger la que había estado usando yo estos meses.

Esta vez, Gabriel rió abiertamente mostrando los dientes en una sonrisa divertida y sincera, para después negar con la cabeza como si yo no tuviese remedio. Lo miré con el ceño fruncido.

—¿Y a ti que te pasa? —formulé a la defensiva de brazos cruzados—. Solo os he dicho que he venido a buscar el kit de armas, no sé que le ves de gracioso.

—Me da que tu querido amigo Paul te ha mentido —rió trantando de ponerse serio. Mi confusión aumentó.

—¿Qué?

—Pues que ese tal "Kit de armas" no existe —finalizó Nick por él—, quizás si, pero no aquí.

—¿Cómo que no? —pregunté aún de brazos cruzados con desconfianza.

—¿Te lo digo en otro idioma? Paul te ha mentido —miré a el platino confundida después de sus palabras.

—¿Que Paul me ha mentido? Eso es imposible, el no miente —defendí.

—Sí, si lo hace. Es un rebelde, Grace, al igual que todos nosotros. Si quieres sobrevivir aquí deberías de saber que no puedes confiar en nadie. Todos mienten, incluso la persona más inocente y risueña.

La respuesta de Nick me dejó desconcertada.

¿Paul me había mentido?

¿Por qué?, ¿por qué a mí?  Bueno, supongo que tampoco podía tomármelo para mal, así que simplemente ignoré el hecho de que una de las personas en las que más fe tenía, me había dicho una mentira.

Pero...

¿Quién no dice mentiras en esta historia?

—¿Entonces has venido aquí para buscar tu arma robada?, ¿La que tu le robaste a Mia y ella me robó a mi? —inquirió, sacándome de mis pensamientos sobre la fidelidad entre amigos y la lealtad.

Las tres caras de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora