58. ¿Qué es lo que más temes en este mundo?

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Gabriel arrojó al fuego el último papel, y vi como era consumido por las llamas. Estas rugieron durante varios instantes hasta que volvieron a calmarse con mi expediente en su interior.

—¿Así mejor? —preguntó sentado en el borde de la cama.

—Así mejor —afirmé.

Contemplé las llamas junto a el y en cierto momento me miró de perfil. Tomé el chocolate caliente entre mis manos mientras lo observaba alimentar el fuego.

—Pensé que te serviría de ayuda.

—Y lo ha hecho. Me siento mejor —me abracé por el frío del ambiente. A pesar de que el fuego estaba encendido— asi al menos pienso que no soy un número sin sentido. Gracias.

Me dio una sonrisa ladina y se sentó a mi lado. Las llamas devoraron poco a poco mi carpeta. Me detuve a observar como la rosa blanca se teñía de negro. Como era en realidad.

—No hay de que, todos necesitamos ayuda alguna vez en nuestra vida.

-Te entiendo. Cuando te relacionan con tus padres sientes una extraña presión en el pecho y una inmensa necesidad de desaparecer. Pero quieras o no, tienes que aceptar tus raíces. Eres una Lovegood, hija de dos líderes corruptos, pero, ¿y eso qué más da? -suspiré y me sonrió- tu no eres ellos, tu eres la jodida Grace Lovegood, así que más te vale alzar la cabeza y salir adelante, consiguiendo por ti misma tus propios logros.

Suspiró, como si recordase algo de su pasado. Un brillo de nostalgia se apoderó de sus ojos y esbozó una sonrisa triste.

-No dejes que las decisiones de tus padres marquen tu futuro y decidan quién eres. No cometas el mismo error que yo y empieza de cero, tú puedes. Puedes labrarte una nueva vida, desandar el camino. Nunca permitas que otros decidan tus elecciones, ¿de acuerdo? Hazlo por mí, cuando me di cuenta ya era demasiado tarde para hacerlo.

Ladeé la cabeza y lo observé, concentrado en las llamas. Estas, se reflejaban bajo las sombras de sus facciones, alumbrando unas con un tono amarillo y oscureciendo las demás, creando una oscuridad. Sus ojos azules parecían negros por el resplandor del fuego. Tal vez era una de sus caras.

—Antes dijiste algo de que no querías que pasase por lo mismo que tú—pregunté, y bajó la mirada a sus manos—. ¿A qué te referías?, ¿tu ya pasaste por eso?

Volvió a mirar al fuego, en silencio.

—No estás obligado, si no quieres no lo cuentes —lo tranquilicé—. Lo entenderé.

Tras varios segundos, apartó la mirada de las llamas para observarme a mí. Recorrió mi rostro con su mirada, pensativo, serio.

Hasta que finalmente esfozó una pequeña sonrisa, de esas que me asustaban por momentos porque significaba que quería hacer algo peligroso.

—Ven conmigo —fue lo único que dijo.

Se levantó y caminó hacia la ventana de su habitación. Abrió las cortinas de par en par, dejando que el frío entrase. Vi la caída ante nosotros.

—Gabriel, ¿qué...

Ladeó la cabeza con una sonrisa peligrosa y extendió una mano hacia mí, invitándome a saltar junto a él. Sus ojos brillaron en llamas.

—¿Te vienes al abismo de la oscuridad, Grace?

Me quedé parada, hasta que finalmente entornó los ojos con aquella sonrisa temeraria y sostuvo su mano en el aire. No entendí nada.

—Era broma, estúpida —fruncí el ceño—. No vamos a saltar. Es decir, estoy loco pero no tanto.

—¿Entonces? —formulé— ¿para qué quieres que me acerque a la ventana?

Las tres caras de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora