Cap 5. Los Padres Fundadores

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Pasé toda la semana tratando de localizar al chico para poder hablar con él . Merecía al menos la respuesta a una de mis preguntas. Solo una.

Había tratado de dibujar, de escalar mi árbol favorito para ver si lograba relajarme y evadir ese tema mentalmente.

Pero no funcionaba.

Nada lo hacía.

—Entonces si la ceremonia transcurrirá esta tarde... ¿significa que ya has terminado tu discurso para la fiesta?

Miré a Amelia, quien estaba sentada en mi cama con la espalda apoyada contra el cabecero blanco. Ya era martes, y ella se encontraba más nerviosa que yo a pesar de ser mi propio discurso el que estaba en juego.

—Uhm, no exactamente —respondí con una sonrisa inocente.

Ella abrió los ojos en una expresión graciosa para mí.

—¿No exactamente?—preguntó alarmada— ¡Todo tiene que estar perfecto!

Reí por lo bajo y alcé la mirada.

—Es que, ¿qué les digo?¿Qué estoy agradecida por todo lo que hacen por nosotros? No es verdad, muchas de las cosas las hace el pueblo.

Amelia me miró asustada. Entreabrí los labios, confusa. No sabía por qué había dicho eso. Yo no había hablado.

Había hablado la voz en mi cabeza.

Mi amiga se quedó quieta un momento y luego pestañeó.

—Si es verdad —defendió—. Si no fuera por ellos, no sé qué sería de nosotros.

Asentí, apoyándola.

—Tienes toda la razón, no sé por qué he dicho eso, de verdad. Será el sueño, he dormido poco por los nervios.

Amelia sonrío de nuevo.

—Básicamente debes agradecer todo lo que el gobierno y su sistema nos ha dado. Nos ha protegido, cuidado y alimentado ¡Ha conseguido que vivamos una mejor vida!

—Una vida feliz —susurré con una sonrisa dibujándose en mis labios.

Ella sujetó mis manos colocando las mías sobre las suyas.

—Exacto. Una vida feliz.

La asamblea estaba repleta de personas, que dialogaban y conversaban entre ellas

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La asamblea estaba repleta de personas, que dialogaban y conversaban entre ellas. Habían decidido hacerlo a cubierto, porque decían que iba a hacer viento y la ceremonia se estropearía.

Unas gradas partían desde el escenario y los ciudadanos hablaban entre ellos desde sus asientos.

Las paredes eran blancas y grises de mármol elegante.

Yo estaba en lo alto de las gradas, con mis padres, desde donde se obtenía una vista preciosa de todo el evento. Hoy, yo iba con un vestido blanco, al igual que muchas, permitido por el gobierno, puesto que debía abrir la ceremonia contando nuestra historia con mi pureza y perfección ejemplar.

Las tres caras de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora