22. Mentiras de todo corazón roto

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Este capítulo es más largo, lo sé, trataré de hacerlos así desde ahora.
     
                                                         Chica Rebelde.

Todos nos llevamos una gran decepción en nuestra cruel vida en una sola ocasión, ya sea una nota de voz de ruptura, una mentira de un corazón roto, o incluso un aviso de un ser querido indicándote que la persona más especial de tu vida acababa de partir a un lugar mejor y que no volverías a verla.

Pues yo ya había tenido la gran decepción de mi vida.

Y fue que a pesar de que hasta la más mínima célula de mi cuerpo estaba aferrada a la idea de que todo era mentira y mi padre era bueno, él había decidido engañarme y traicionarme, tomando la decisión de eliminar los recuerdos de mi vida para sustituirlos por una pura farsa de felicidad y mentiras. Había decidido decidido drogar a su propia hija y meterla en una burbuja de felicidad rosa que esperaba con ansias que una aguja entrase en la habitación y la pinchase, haciendo estallar su mundo en pedazos y devolviéndolo de golpe a la realidad, cómo la fresca nevada de la montaña golpeando un rostro sonrojado al salir del cálido hogar con chimenea y fuego.

Y esa aguja tenía nombre.

Y era Gabriel.

Le observé susurrando algo aun mesero, por lo visto un rebelde, el cual se removió apretando los labios controlándose y salió por el pasillo en dirección a la planta baja.

Finalmente Gabriel se acercó y me ofreció una bebida, que sin duda rechacé por sí estaba mal visto en la sociedad.

—¡Oh venga ya! —se quejó, y le hice una señal con los ojos para que bajase el volumen—. Porque bebas no te va a pasar nada.

—Es de mala educación, puede que lo vean como algo ofensivo.

Observé a la multitud y encontré a una chica dando un largo trago a su botella delante de todos, por lo que le quité la botella de cristal de la mano y bebí de ella. El licor ardió en mi garganta y cerré los ojos por el amargo sabor en mi boca. Se la devolví a Gabriel quien me miraba divertido.

—¿Tú primera vez? —preguntó burlándose de mí.

—Sí, pero parece que tu tienes práctica con ello —dije mirándolo—. ¿A qué edad empezaste a beber?

—Yo no bebo —dijo recuperando su tono frío. Este hombre era más bipolar que Amelia.

—Si que lo haces, el otro día cuando estuve en vuestra casa estuviste en el bar, y también...

—Lo hago por otra razón, y no te importa –respondió tajante y dejé la conversación.

—¿Ahogando penas en alcohol? —burlé—. Qué cliché.

Pero él no respondió. Paul apareció con Nick después de unos segundos, salvándome de la incómoda sensación que había comenzado a rodearme.

—¿Qué habéis descubierto? —preguntó de pronto Mia. Iba sola y no había rastro de mi amigo por la sala.

—Que mi padre colabora en el engaño y me ha drogado el doble que a la mayoría porque piensa que no soportaría la realidad. En conclusión, quiere que algún día releve su puesto y ocupe el cargo necesario, eso si sobrevivo a la verdad, por supuesto.

Paul abrió los ojos.

—Joder —susurró—. Ahora entiendo porque Alex decía que todos eran unos enfermos.

Nick rió por lo bajo y Mia empujó al joven de ojos color miel por el hombro, avisándolo de que guardase silencio o pasaría algo.

—Sin ofender —se excusó Paul tratando de arreglarlo, pero le di una sonrisa triste.

Las tres caras de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora