38. Nadie es perfecto, ¿verdad?

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—Te digo que podría haber muerto. 

—Exagerada —Nick me miró aburrido por la charla. 

—¡Pero que es verdad!

—Eres una exagerada. 

—¡Ay cállate!, si solo vas a insultarme y no piensas ayudarnos con esto vete, ¿de acuerdo?

El joven platino se levantó perezoso y salió por la puerta, cerrándola tras el. Después de lo sucedido habia optado por salir de la casa sin que nadie me viese y acudir a la de los rebeldes para contarles todo lo sucedido. Llevábamos die minutos en la sala principal, y habían colocado el formato que hacia que si veías la sala desde la calle esta estuviese vacía, ya que era un efecto que Paul había nombrado. 

—A ver, céntrate Grace, ¿qué fue exactamente lo que pasó?, cuentanosló desde el principio —supe que el tema iba en serio cuando Paul se sentó en aquel sofá en pose de psiquiatra y empleó mi nombre. 

—Cuando llegué a casa escuché ruidos en la sala y me acerqué a escuchar. Tenía las puertas entre cerradas, por lo que casi no podía ver nada. Me escondí detrás de la puerta y vi como mi madre defendía a los rebeldes. 

—¿Pero dijo con palabras exactas que los defendía o solo que no quería hacerlos daño ella? —preguntó Mia con curiosidad— es que ese detalle puede cambiar mucho el contexto. 

—Si y no —exhalé, y ambos fruncieron el ceño interrogantes—. Dijo algo de que creía que después de capturaros merecíais segundas oportunidades, porque érais humanos al igual que nosotros por muy diferentes que seáis a nivel cultural. Dijo que le gustaría que hubiese algún protocolo para educaros y dirigiros hacia la educación perfecta. Que con los ancianos y las personas más adultas quizás ya no había nada que hacer, pero que los jovenes si, ya que  tenían la mente más manipulable y serían los que mejor se trabajase y lograse. 

—Como si yo quisiera convertirme en un perfecto inútil —bufó el rebelde. 

—Luego me mejó desconcertada diciendo que cuando todo pasase, cuando las bombas cayesen en los tejados y la sangre se derramase por las valdosas, ellos se acordaría de ella porque fue la persona a la que nadie escuchó cuando decía que debían cambiar el sistema tradicional porque todos tenían miedo al cambio y el fracaso. 

—Que turbio —susurró el rubio— me encanta. 

—Después subí a mi habitación y tuve la genial idea de ir al despacho de mi padre, ya que allí podría estar el libro o algún tipo de información confidencial para usar en su contra. Bueno, pues después de abrir la puerta con el truco que me enseñásteis —Paul me guiñó un ojo orgulloso—, vi entre los papeles de la mesa una carpeta con mi nombre. 

—¿Y...? —Mia se quedó esperando la continuación. 

—La abrí y ponían todos mis datos, pero lo mas extraño no era eso. Lo más extraño era que ponía algo de un tal nivel doce, ¿sabéis que es eso?, no le encontré significado ni pude leer más porque entraron en la sala y me escondí bajo la mesa. Cuando una chica se los llevó, me fui corriendo sin coger nada por miedo a ser descubierta. 

Los rebeldes permanecieron en un completo e incómodo silencio. Ninguno de los dos quería mirarme, solo se observaban entre ellos. 

—¿Qué?, ¿qué pasa?, ¿sabéis lo que es?

Paul suspiró y me miró con tristeza. Negué con la cabeza sin entender sus palabras.  Mia se sentó en el sofá, como si necesitase algo donde poder desplomarse, y yo tan solo podía intercalar la mirada entre ambos sin entender nada. 

Las tres caras de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora