23. Quédate quieta, nadie te oirá

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Nick nos informó de que iba a hablar con alguien y desapareció tras una cortina de brillo. Ya había tomado al menos tres copas y el alcohol circulaba por mis venas cómo gasolina. Apoyé una mano en mi cabeza y me froté la sien mientras Paul reía ante mi imagen. Christian había desaparecido con su madre y no había regresado. Su padre había vuelto solo a la fiesta alisando su corbata para dejarla perfecta. Lo más probable era que mi amigo estuviese siendo castigado por su madre por su comportamiento o que se hubiese metido a la cama nada más irse con su madre. Saqué a Christian de mi cabeza y miré a mis a mis amigos. Bueno, a los que quedaban, ya que todos se habían esfumado cómo el viento.

—Deja de hacer el ridículo —rió Mia, tratando de reprimir a su amigo, quien ya comenzaba a decir cosas extrañas—. Pareces tía Rose por las mañanas.

Paul lanzó una carcajada y se llevó una mano a la cara. Nunca lo había visto tan feliz, tan relajado.

—Efectos del alcohol.

La verdad era que yo también sentía mejor. Notaba que mi cuerpo comenzaba a flotar y al pensar en eso una risilla salió de mis labios.

—Uf, no me la menciones, siempre he pensado que me odia, siempre que me miraba por la calle me amenazaba con sus ojos abiertos y el dedo temblando por su edad, pero no tenía motivos —susurró Paul y Mia rió. Aunque yo no entendía nada me gustaba verlos así, riendo.

—¿Qué no tenía motivos? Paul, ¡quemaste su armario!

El otro alzó las manos en gesto de inocencia. Me resultaba extraño cómo podían bromear con algo así. ¿Quemar algo?, nunca había quemado nada, ni siquiera había visto el fuego. Solo había visto flashes con las visiones de Gabriel y el color ese era desconocido para mí.

Aquello me hizo recordar a el idiota de Gabriel y me abofeteé mentalmente mientras regresé a la conversación.

—No fue mi culpa que colocase las cerillas sobre la cama —se defendió— ¿A quién se le ocurre dejarle a un niño rebelde enfadado de once años un paquete de cerillas sin estrenar al lado?

Reí ante la imagen de un Paul diminuto sacudiendo la caja de lo que fuera que fuese cerillas y quemando el armario para que después una señora anciana corriese tras el por la calle.

—¿Qué es una cerilla? 

—El elemento principal de mi infancia —respondió Paul y Mia le dio un empujón, aún riendo.

—Son cómo unos palillos de madera con una sustancia en la punta roja —al ver que no sabía lo que era el rojo, bufó—. Un color oscuro.

Asentí y continuó con la explicación.

—La parte de abajo de la caja tiene otra "sustancia" que al frotarlas sale "fuego" —finalizó y Paul se llevó la mano a la cabeza.

—Oh por favor, haznos un favor a todos, y no te dediques a la enseñanza —dijo Paul, y ella pisó su pie con fuerza bajo la mesa, haciendo que el soltase un quejido y volteó a mirarme con una sonrisa falsa por lo que acababa de pasar.

—¿Alguna pregunta más?

—¿Podéis enseñármelo con visiones? —susurré para que nadie más lo escuchase y Paul asintió.

Se acercó a mí y apoyó su mano sobre mi mejilla, relajándome e infundiéndome una sensación de tranquilidad inmensa. Con él se sentía diferente.

—Ni se os ocurra besaros delante mío eh —dijo Mia sonriendo por el alcohol—. Ya me tenido que aguantar bastante por hoy.

Eso me incomodó y por lo visto a Paul también, pero fijó sus ojos en los míos y la luz de ellos comenzaba a salir.

Las tres caras de la Luna ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora