Capítulo 12

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Prisión Les Alpes. Al día siguiente.

Sobre el escritorio, dentro de la oficina del comandante Cassin (de la unidad de investigación) yacía un ejemplar del diario Angulema, lugar de un artículo que había dado fin a uno de los casos de antaño, atendido por el equipo de agentes presentes en esos momentos, incluido Edward.

El tiempo sobre la primera plana, invadida por la fotografía de una afectada rue Belleville, parecía volver. Las circunstancias hacían a Edward retomar lo que se creía solucionado; pero, luego de la única pista motivante a cuestionarse: ¿a dónde llegarán esos asesinos?, había que prever cualquier posibilidad, y descartar por completo que el responsable de la muerte de tres personas, en efecto, recibía su castigo; no obstante, para el resto de los tres hombres, resultaba innecesario.

—Vaya que lo es, monsieur Edward —comentó el agente Kendrew, sentado a un costado del escritorio, disponiéndose a tomar aquel viejo diario—. Las pruebas de ese entonces fueron suficientes para refundir a ese imbécil.

—Tal vez fueron las más importantes para hacerlo —respondió Edward, de pie, a un lado del comandante, quien intervino.

—No se olvide de esas. Sus huellas dactilares estaban en el arma

—Pero —interrumpió Bordet, desde su corta caminata pensativa—, no fue capaz de confesar, aseguraba no tener idea alguna de quiénes eran los señores Laveran y Quillen.

—Démonos cuenta de que se trata de su mera naturaleza —replicó Kendrew, para luego comenzar una breve lectura de aquella nota entre sus manos—. "La búsqueda de venganza culminó con la vida del doctor Laveran, y la del líder de una disuelta banda criminal, L. Quillen". Edward, usted dedujo que ellos se metieron con él, acto seguido los buscó, encontró y liquidó. Esa joven asesinada solo fue una testigo indeseada.

—Así que no es posible coincidir con usted, monsieur Dufort —dijo el comandante, a punto de encender un puro que extrajo de entre su capote—. Cabe la posibilidad de una manipulación en los datos. Si existiera el supuesto responsable, que a la fecha sigue suelto, pudo haber usado a alguien más para cometer tal acto; o si no lo consiguió a tiempo, lo hizo después con el peritaje. Existen muchas maneras de convencimiento —añadió—. No será tan sencillo aceptar lo que le aqueja, agente.

—En efecto, no lo es. Estamos muy cerca de llegar al objetivo, y yo muy cerca de liberarme de todo esto. De cualquier manera, quisiera tomarme la libertad de, por ahora, marcar una imaginaria relación con el actual problema.

—Si hubiera una existente —dijo Bordet—, ¿qué clase de relación tendría una venganza de hace años, y varias desgracias actuales desapercibidas?

—Será interesante saberlo —replicó Kendrew, devolviendo el Angulema al escritorio; y levantándose de su asiento, continuó—: Pero luego de lo ocurrido esta mañana, habrá que esperar, ¿cierto?

Efectivamente, aquel día un siguiente siniestro fue hallado en las inmediaciones de la avenida Montèlimar, a tan solo doscientos metros del hospital psiquiátrico Ville Lorent.

Ilusionados porque la espera había terminado, el par de inspectores llegaron al sitio; y advertir en el abdomen de un hombre, una profunda herida cerrada de manera improvisada, les condujo a aceptar una treta.

—Solo fue un incentivo —respondió Bordet—. Corrían el riesgo de ser capturados en cualquiera de los edificios. No les convenía volver a hacer de las suyas en cualquiera de los vecindarios.

—De esa manera es posible asegurarnos de la magnitud de sus intenciones —comentó Edward, mientras observaba hacia el reloj de pared y se acercaba a la puerta—. Y ahora me pregunto: ¿quién atrapará a quién? Tengan buena tarde caballeros.

LA RUE BELLEVILLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora