Carretera Thionville- Roanne. 1 semana después.
Acostumbrado estaba Edward de recorrer aquel camino con el fin de adentrarse a la entonces señalada región resiliente. Haber conocido a la doctora Natalie Bellerose le motivó a ver en un ambiente imperado por un atardecer adornado de arreboles (lejos de menoscabar la tranquilidad) la oportunidad de alejarse lo más posible de lo que aún perduraba y perturbaba.
No podría haber nada más complaciente que la presencia de Natalie en el asiento del copiloto; y mientras la calidez del viento ingresaba por las ventanillas entreabiertas, parecía que Edward, frente al volante, tardaría una eternidad en llegar al astro rey en el horizonte. Pero solo una eternidad se encargaría de ello, y de arrebatarle la alegría que le representaba estar cerca de quien le mantenía con una sonrisa.
—¿Qué te hizo ser lo eres ahora? —le preguntó curiosa, observándolo, y nuevamente acomodando, detrás de su oído, su cabello suelto afectado por la brisa, misma que con debilidad se dirigía hacia su vestido naranja. Dejó ver uno de sus aretes con incrustación de esmeralda.
—Todo empezó como un juego para mí —respondió, remangando un poco el brazo derecho de su oscura camisa—. De pequeño llegué a creer en la existencia de fantasmas. En casa ocurrían cosas extrañas: desaparecían objetos u otros aparecían en lugares diferentes. Al menos eso pensaba hasta que descubrí que todo fue planeado por mi padre como una idea espontánea para ejercitar mi mente. Eso, por supuesto, es ahora una tontería. Las verdaderas pruebas llegaron después. He enfrentado tantos problemas, mismos que no me hacen retroceder y pensar en abandonar la profesión. ¿Qué hay de ti?
Natalie rio un poco.
—Seguí los mismos pasos de mi madre. Los comentarios del resto de mi familia me aseguraron que soy como ella. Fue de gran ayuda para convertirme en lo que soy ahora.
—¿Y tu padre?
—Se ausentaba casi todo el día, pero sabía cómo aprovechar cada momento con él. No podría olvidar las tardes en que salíamos al jardín a leer cerca de los rosales. A pesar de haberlo perdido, es algo que todavía disfruto hacer.
—Ningún hombre dudaría en ocupar ese lugar a tu lado —se atrevió a comentar—. No como una figura paternal.
—¿Te refieres a...?
Edward acentuó su sonrisa.
—Es cuestión de averiguarlo.
—Por ahora me conformo con averiguar a dónde vamos. Tarde o temprano todo se sabe, ¿no es así?
—Claro —respondió, volviéndole repentinamente la angustia por acabar con el latente misterio, tópico que cedería ante la llegada de uno nuevo—. El trabajo del inspector Lippman es muy inspirador.
Para Natalie se trataba de la primera vez en que ese nombre llegaba a su conocimiento.
—¿Qué hizo él? —preguntó curiosa, reacomodándose en el asiento.
—Lo último que hizo fue enamorarse — respondió, quedando silencioso. Volteó a ver a los ojos a la presente, y le sonrió, como si fuera necesario ese gesto para continuar—. Hace décadas John Lippman logró capturar, cerca de un reservado vecindario en Bélgica, a una banda de criminales implicados en la trágica muerte de un carnicero que ahí vivía. En pleno uso de sus cualidades desmintió a algunos semanarios locales que, ante falta de pruebas, alejaban todo hecho sobrenatural de la realidad; porque sus deducciones así lo planteaban, como una manera de llegar a lo factible mediante el uso de testimonios sin fundamento. En este caso, fue afortunado que el detective no desistiera de arribar a la solución.
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LA RUE BELLEVILLE
Mystery / Thriller⭐✒️Obra ganadora de los Wattys 2022 en la categoría de horror ✒️⭐ Inevitables asesinatos azotan la provincia de Roanne. Arrastran una insondable estela de explicaciones que solo se esconden en los recuerdos de la doctora Natalie Bellerose, recuerdos...