Capítulo 14

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Hospital Psiquiátrico Ville Lorent.

—¿Le ocurrió algo grave?

—No, Heymanns está bien —respondió la enfermera a la paciente sentada junto a la mesa, cerca de la cama. Grace había colocado sobre la mesa, la charola con el desayuno que Addison ya consumía gozosa, como no lo había hecho desde hace dos semanas a causa de la presencia incómoda del cocinero—. Solo es una leve fiebre, pero me dejó bien en claro que mientras él no esté aquí su paciente favorita debe ser bien consentida.

—Cuando yo salga serás la única de este hospital a la que extrañaré —comentó, devolviendo la cuchara al plato con puré de zanahorias. La explicación a estas palabras hizo que la enfermera tomará asiento frente a ella.

—¿Por qué lo dices?

—Solo tú y la doctora Natalie me han hecho sentir fuera de peligro.

—¿Pasa algo con Heymanns? —inquirió extrañada.

Addison no demoró en hallar una explicación para todavía encubrir las verdaderas intenciones del cocinero.

—Nada malo. Me recuerda a Barret, y creo haber avanzado lo suficiente como para no caer en recuerdos... —respondió, haciéndole esbozar una sonrisa.

—Me alegra saber del buen trabajo que ha hecho la doctora. Estos últimos días te he visto mucho mejor, no es necesario lidiar con despertarte. Dime, ¿qué tal la última visita de Natalie?

No podría haber otra respuesta, además de positiva, que saliera de Addison y le motivara a volver a su reciente encuentro con la Natalie, un encuentro en donde, además de lidiar con una dolosa conversación, un pequeño ramo de girasoles obsequiados por la segunda le aferraron a una prominente y desafiante depresión.

De acuerdo con lo recabado acerca de lo que llevó a Barret a la prisión, este hombre acumuló en su conciencia el grave daño que provocó hacia el padre de su amada.

En algún momento, Addison tendría que ver el error que ciegamente cometió al evitar que la policía, con toda razón, le apartará de Barret.

El día en que la comodidad de este delincuente terminó en el vecindario Grasse, la desasosegada señora Allard llegaba al consuelo de su hija, prefiriendo el de ella antes que el propio; sin embargo, en la habitación de su vivienda en Ussel, se encontró con una aterradora imagen.

La sugestión entonces sería una de las armas con que Natalie acompañaría la emergente amistad con la única persona que adelante le necesitaría.

—Puedo decir que cada uno de los días a su lado, todos, fueron los mejores —le dijo Addison a la doctora, mismas palabras que, fuera de los recuerdos, le repitió a la enfermera. Entretenida, buscaba culminar con un conteo de pétalos de los girasoles dentro del pequeño jarrón en una esquina de la mesa

—¿A pesar de su cambio? —inquirió—. ¿Por qué apreciar atributos en un agresor?

—Tal vez yo fui la culpable y me lo merecía.

—No, Addy. Nada de un nuevo Barret te merecías. Estuvo a punto de quitarte la vida, siempre corrías con ese riesgo. Considera las dificultades en que te pondría si volviesen a...

—Sea bueno o no, este tiempo le ha podido servir para pensar en nuevas cosas —dijo, fortaleciéndose su sollozar—. Tienes que saber que dejar de soñarlo me hizo ver que en algunas de esas discusiones era difícil darle la razón.

—¿Sabes que él podría volver a buscarte?

—Podré asegurarme de otro cambio. Un buen resultado se vería en las paces con Rodbell, y con mis padres...

LA RUE BELLEVILLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora