Capítulo 15

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El día en que sería impuesta la inapropiada y rauda medida por las autoridades de la prisión Les Alpes, había llegado.

Esa fortuita medida vio oportuna la base de su justificación en medio del asolo y la zozobra.

El objetivo al que se sujetó a Barret junto a un grupo de dieciséis presos, el primero no dudaría en evadirlo. No sería el único, y gracias a ello lograría acortar ese camino que por mucho tiempo le había separado de su único mundo.

En cuanto se les dieron las últimas instrucciones, el primer grupo de prueba, "Refuerzo de la Seguridad", se dividió, y en parejas se dispusieron a partir a los respectivos vecindarios señalados como posibles puntos de crimen.

Nadie podría dudar de la procedencia de los liberados, a menos que el lugar ocupado por sus uniformes de gendarmes lo ocuparan los de reclusos.

—Les daré una motivación —interrumpió uno de los oficiales, a bordo del camión en que se les trasladó hasta las afueras de Belfort, en medio de la lóbrega noche. El grupo escuchó atento—. Si en el vecindario al que ustedes fueron mandados, hacen de las suyas esos malditos, sepan que ustedes terminarán de la misma manera que sus víctimas. Ahora largo. ¿Qué esperan?

—Espero puedas encargarte tú solo —dijo quien acompañaría a Barret hacia la calle indicada, en Lannion, Vittel; a donde les tomaría casi cuarenta minutos llegar a pie.

El camión partió, y los reclusos ya se alejaban; no faltó aquella pareja que apresuró el paso, cual prófugo dejando claras sus intenciones.

—Al parecer ninguno de los dos lo hará —respondió Barret, comenzando a avanzar, buscando mantener cierta distancia de aquel sujeto del que se dio cuenta de la ansiedad causada por la necesidad de alguna droga.

—Está bien —dijo, exhalando tembloroso y frotando sus manos, al tiempo que igualaba los pasos de su compañero—. Acompáñame.

—Mantente alejado de mí, lo más que puedas.

—Por favor amigo, quiero llegar con bien al hospital, quiero ver a mi mujer —comentó, y Barret se detuvo un momento.

—Tienes tus armas, ¿qué puede pasarte? —replicó, para reanudar su caminar—. ¿Quién se metería en problemas con un oficial?

—No tardaré mucho. Estamos muy cerca. Hay guías ahí y taxis que te pueden llevar a donde quieras, no necesitas dinero cuando tienes un arma. Al diablo los asuntos de esos ingenuos.

—¿A qué hospital?

—Ville... —respondió, en su esfuerzo por recordar— Ville Lorent.

—No contarás conmigo para nada más —dijo con desgana.

Avanzar por un tramo de esa desconocida ruta, les permitió a los reclusos llegar a la avenida Montèlimar y advertir en la lejanía las instalaciones del hospital.

En el vecindario Ussel le esperaba a Barret la única respuesta a su incógnita de dónde pudiera encontrarse Addison. No podía apartarse de la ilusión de encontrarla ahí, y cumplir uno de tantos sueños en que un escape lejos de la nación era el tema principal.

A lo lejos un taxi ya se acercaba, y Barret no podía dejarlo pasar.

—Me acompañarás —sentenció aquel que guió a Barret hasta ese punto, luego de sacar su revólver y apuntarlo a la cabeza de este. El sonido del seguro retirado evitó la detención del taxi—. Ahora entregarme tus armas.

—No es necesario —respondió quieto, dejando pasar aquel vehículo—. Allá está el hospital.

—Será sospechoso que solo un intento de oficial entre ahí.

LA RUE BELLEVILLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora