Capítulo 17

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Hospital Psiquiátrico Ville Lorent.

Percatarse de los límites entre el amor a sus pacientes y su propia familia, hizo sucumbir a Grace ante la enfermiza petición de Barret. Sobre sus principios sabía lo que le era conveniente. Consideraba que llamar a la policía acabaría con su abrumante preocupación; sin embargo, no acudiría a ello, y a sí misma se condenaría a esos sentimientos con la incertidumbre de por qué aquel despreciable hombre se encontraba libre, en dónde estaba, y en qué momento podría volver a aparecer.

Evidentemente la gente a su alrededor, tarde o temprano se daría cuenta del forzado cambio en Grace, la alegre y afable enfermera durante toda una vida.

La aflicción se fortalecía cuando llegaba el momento de atender a la paciente en la habitación 5B del piso tres. Grace se dirigía a ese punto del edificio a medida que empujaba el carrito médico con medicinas.

Ella ignoró, en absoluto, las habitaciones por las que pasaba, dentro de las que aún descansaban sus pacientes queridos; también se reservó de saludar, con gozo, a las enfermeras y enfermeros que se cruzaban en su camino.

En tanto, de la habitación de su primordial paciente, estaba a punto de salir el tunante cocinero.

—Recomiendo que no despiertes hasta antes de que yo llegue —dijo Heymanns luego de haberla besado, y dejado repugnada e intimidada sobre la silla frente a la mesa.

—¿Hasta cuándo? —preguntó Addison, acongojada, sin necesidad de voltearlo a ver, motivándolo a detener su avance hacia la puerta.

Heymanns se volvió hacia ella.

—Nunca —le susurró al oído, respirando por última vez el dulce aroma de su cabello—. Aun cuando estés afuera.

Addison trató de alejar su cabeza lo más posible de quien ya le abrazaba con fuerza.

—Por favor vete —pidió entre débiles sollozos—. Sabes que afuera me espera...

El cocinero se apartó, y reanudó lentamente su camino.

—Addison, a estas alturas ya deberías conocer la realidad. Ese hombre nunca volverá a tu vida, seré yo el que te cuide y dé el amor que necesitas.

En cuanto Heymanns salió de ahí, advirtió la llegada de la enfermera.

—Ya lo hice —le dijo al acercarse a ella—. Ya no hay que lidiar tanto para despertarla.

—Gracias —respondió, lejos de esbozar una sonrisa.

—Veo que no dormiste bien. ¿Quieres que te prepare algo en especial?

—No lo logré con semejante tormenta. Pero descuida, estoy bien

—De acuerdo, ahora traigo el desayuno de Addison —dijo, y se retiró hacia la cocina.

Grace ahora tendría que enfrentarse a la crudeza de su consolidada decisión.

—Buenos días Addison —saludó al verla.

Addison respondió a aquel saludo, en su esfuerzo por asimilar su reciente incomodidad; la misma que había logrado trascender hasta sus indeseados y similares sueños.

La enfermera detuvo el carrito frente a la paciente, y se dispuso a tomar las medicinas. Esta vez Addison se extrañó; no era como el resto de los días precedentes en que se olvidaba de los abusos del cocinero ante la labor de responder a cariñosas preguntas.

—Tu paciente favorita durmió bien —comentó Addison, sin esperar la cuestión de la mujer en cuyo rostro encontraba seriedad y amargura.

—Qué bueno —respondió, sin esa ternura con que lo hubiera dicho.

—¿Pasa algo?

—No, Addison —dijo, al tiempo que preparaba una jeringa—. Por favor, no preguntes nada.

—Me has demostrado que puedo confiar en ti.

—Será mejor que no lo hagas —respondió, colocándole un catéter en el brazo—. No me hagas tener un mal momento.

Addison temía que la terrible Grace de sus sueños saliera a la realidad, y se dirigiera a su persona de la manera más grotesca que incluso pudiera imaginar. Entonces daría a conocer a la única persona a la que recurriría cuando Natalie no estuviera presente. Buscaría a Heymanns antes de ser dañada por una perversa enfermera.

—También puedes confiar en mí.

—¡Con un demonio! —le elevó la voz y detuvo el empuje del tratamiento a través de la jeringa—. Solo quiero que ya te largues de aquí.

La enfermera terminó de inyectarla y le retiró el catéter.

—Pero, Grace...

—Es por tu bien, Addison —replicó, comenzando a caer en la melancolía—. El hombre de tus sueños, Barret, espera por ti.

—Tengo que olvidarlo.

—No lo hagas —comentó, empujando el carrito hacia la salida—. No le cuentes nada a la doctora. Es momento de que empieces a dudar de sus intenciones... Es momento de que le hagas caso a esos sueños que te hacen sentir especial.

—Hace mucho que dejaron de hacerme sentir especial.

—Sé que te será sencillo volver a ellos.

Y sin decir más, Grace salió de ahí. Inevitable fue contener el llanto; el llanto que se prolongaría hasta que pudiera desistir de un cúmulo de inconscientes acciones que solo ella sabría.

Pero nunca desistiría de ello, y, al igual que Heymanns, conseguiría arribar a su trágico destino.

LA RUE BELLEVILLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora