Capítulo 19

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Hospital Psiquiátrico Ville Lorent.

Tiempo después.

Acostumbrada estaba ya de huir de los crímenes que solo en su inconsciente podía disfrutar. En sus sueños, Addison se acercaba a lo que la realidad le incitaba provocar. No era capaz de imaginar que con sus escapes de miedo se preparaba para lo que ciegamente originaba.

Heymanns volvió a pagar sus acosos.

Con cuchillo ensangrentado en mano, Addison salió de la cocina. Y esconderse del cuerpo de este aún con vida, la hizo correr, atravesar un laberinto de pasillos para evitar ser descubierta.

—Addison —escuchó la tierna y dulce voz de la enfermera Grace, y detuvo brusca su desesperado avance por un resbaladizo y también ensangrentado pasillo.

—Es cierto, falta... ¡Falta esa estúpida enfermera! —dijo, empuñando con fuerza el mango del cuchillo, mientras avizoraba a su alrededor con cautela, como si esa mujer despreciable fuese a aparecerse cual trueno en el cielo tormentoso.

Cierto era ese hecho. El azorado avance de los días se encargó de hundir a Addison en un profundo rencor y odio contra la enfermera Grace; pero tuvo motivos para hacerlo.

Una semana después del, para muchos, extraño y aún inexplicable cambio, la enfermera comenzó a arremeter contra la persona de su "paciente favorita", siendo ese título con el que continuaba identificándola a diario, cuando no podían faltar los insultos y las palabras con que le aseguraba que ese cúmulo de violencia era por su bien.

Tampoco Grace dejaba pasar las oportunidades para alentarla a no olvidar a Barret, a costa de la benéfica contrariedad de las sesiones de Natalie. Si Addison pudiera encontrarse en la capacidad de empatizarse con su agresora, haría lo mismo por su bien.

Bajo la presión de no obtener los resultados que esperaba para evitarse problemas con Barret, Grace vio oportuna la intensificación de sus tratos. Una mujer desesperada y vulnerable a amenazas sacaba a relucir su terrible personalidad por unos días. Evidentemente sabía cómo evitarse de comentarios que delataran la prolongación de ello. Ante el resto, una sonrisa fingida era suficiente.

A penas hace una semana, el ahora buscado por las autoridades había decidido visitar el hospital.

—No te imaginas lo fatal que me siento cada que tengo que tratarla —dijo Grace, inconsolable, una vez que junto a Barret se trasladaba al estacionamiento—. Ella no se lo merece.

—Siéntete afortunada de que ahora no tenga que matarte por no haberla sacado a tiempo. Todavía te necesito.

—¿Qué quieres? —inquirió, limpiando sus lágrimas.

—En unos días vendré de nuevo, y necesito que me des la fecha exacta de su salida, que me digas el domicilio en que se encontrará, y a qué hora llegará ahí. Más vale que ella me siga amando como al principio.

—Has acabado con mi vida.

—Lo lamento, pero nadie pidió esto —respondió desvergonzado.

A pesar de ser basta la confianza que Addison le tenía a su doctora, hasta el final decidía reservarse de la revelación de los infortunios que vivió en ese hospital. Decidida estaba a no mencionar las verdaderas razones por las que se había vengado incontables veces del cocinero, y por las que se encargó de la enfermera, como ahora.

La dulce voz volvió a llamarla.

Segura de su procedencia metros más adelante, en el pasillo interceptor, Addison reanudó su nervioso caminar. Sagaz, se dirigió al cruce abandonado con intermitencia por la luz de una lámpara; y al llegar, el sitio se oscureció.

LA RUE BELLEVILLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora