Capítulo 24

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Bajo un cielo que inspiraba sosiego, a la par del viento que deseaba convertirse en algún vendaval, ellas andaban...

Natalie sabía del tiempo que debía tomarle a Ethan cumplir con su encomienda, por lo que hasta una hora antes del mediodía partía, junto con Addison, de un parque sobre el corredor de Wieland, hacia Belleville.

Desde que el cielo se tiñó de gris a causa de las abundantes nubes anunciantes de una siguiente lluvia, Natalie resentía una grave falla en aquella sorpresa para Addy. Y para cuando llegaran al vecindario y la doctora se diera cuenta de lo acontecido, ella habría entonces acertado.

Luego de haberse detenido en uno de los teléfonos públicos para "llamar a la enfermera" y dar aviso de la salida de Addison, Natalie decidió continuar el camino.

Ambas yacían en su sosegada y divertida andanza a través de los vecindarios. El camino desde la intersección de ese corredor y un tramo de la carretera a Roanne, hasta las coloridas calles de esta última provincia, resultó breve a pesar de la considerable distancia; y es que la razón radicaba en lo maravilladas que esas mujeres se mostraban ante ese exterior. Era lo que necesitaba Addison, y de lo que pronto y lamentablemente se había de privar.

La fatal sorpresa alojada en ese vecindario llegó.

Cuando las entrañables amigas dieron vuelta en el cruce de Loira y Belleville, y advirtieron el misterioso sitio con el cordón rojo, se aproximaron hacia una desgracia que ellas mismas se habían encargado de atraer, una tragedia que durante años esperó para fortalecerse.

El estremecimiento en Natalie no desistió de incursionarle una vez que a sus ojos llegaron los inertes cuerpos de Ethan y Grace, pendiendo de las forjas (de su dormitorio y del edificio al otro lado de la calle).

—Querías que viera esto, que la viera muerta, ¿cómo supiste que...? —dijo Addison, comenzando a azorarse a causa de aceptar la culpabilidad de la doctora.

—No era mi intención precisarlo. Supe lo que ella quería para ti, y no iba a permitirlo. Citarla en este lugar pudo haber sido la oportunidad de que tú misma hicieras lo que más deseabas, pero alguien se adelantó.

Ese peculiar sentido de angustia motivaría a Natalie a escapar de ahí, y entonces compartir con Addison lo que esta bien libraba en esos sueños sobrellevados por culpa.

El tenue sonido de las patrullas policiales anunciaba su pronta aparición en ese vecindario.

—¿Ves lo que has hecho, maldito? —se quejó Orson con Barret, tomándolo del cuello y empujándolo brusco hacia una de las paredes del dormitorio de Natalie—. La policía nos encontrará y nos matará.

—Es hora de demostrarles que podemos contra ellos —respondió sonriente.

Orson lo soltó, y desesperado se acercó a las puertas del balcón manchado con sangre de la inocente alojada cerca de ahí.

—Ni siquiera sabes lo que haces —replicó—. Ahora mismo quisiera matarte.

—Entonces dificultarías las cosas. Tú solo no podrías contra ellos. Juntos los contendremos para cuando mi esposa esté aquí, luego...

Un disparo se hizo notar en el exterior, mismo que buscó alcanzar a las mujeres que habían atravesado la calle, y pasado entre los edificios albergantes de los fiambres.

Asimilando el sabotaje y el cambio de rumbo de su vida, Natalie vio una oportunidad de salvarse en la salida de ese vecindario, al que otro par de disparos arrebató el melifluo imperante. A pesar de una posible venganza contra lo que había provocado, ella nunca se arrepentiría de haberse valido de un vasto cariño hacia la comodidad de Addison.

LA RUE BELLEVILLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora