Capítulo 8

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Belfort volvía a caer en desaires de la incertidumbre, en el inexplicable temor causado por el misterio.

Transcurrieron apenas diez conticinios desde el deceso de la pareja de esposos, en Loira, para que la exasperante causa viera su objetivo en Ussel. Un par de edificios fueron incursionados, atestiguando los estragos que al día siguiente habían de descubrirse.

Los primeros rayos del sol en el firmamento no tardaron en lograr que los moradores del conjunto de tres habitaciones de las cinco en el edificio, se dieran cuenta del suceso que les conduciría a lo indeseado.

A las 9:30 de la mañana la policía fue notificada de las inefables desapariciones en el Dieppe y Le Mistral, ambos inmuebles colindantes; un infante y dos féminas en el primero, y un par de hombres en el siguiente. La inquietud en el vecindario orillaba a buscar explicaciones en la vaguedad de la noche en que, no se dudaba, ocurrieron los raptos.

En busca de evitar el creciente desasosiego de los afectados, y una conclusión definitiva al camino plantado por aquellos infames, el Peugeot andaba hacia las inmediaciones del ya perturbado vecindario.

—Lo que sea que busquen no puede encontrarse más lejos —comentó Edward, desde el asiento del copiloto, sin apartar la mirada del parabrisas y de los conocidos vecindarios por los que transitaban, a los que no les desearía una tétrica razón para visitarles.

—Tal vez hoy finalmente sepamos partir hacia una senda contundente.

—Belfort, Vittel y Roanne... ninguna otra provincia las separa. Existe la posibilidad de que se extiendan.

—Ahora que la seguridad se ha intensificado en estos alrededores, seguro no tardarán.

Edward decidió de pronto abrir la guantera, y extraer de esta una pequeña carpeta desde la que se asomaban extremos de papel enmendados. La abrió y extrajo de entre la documentación un mapa que no tardó en desdoblar y apreciar, deseoso de advertir las posibles afecciones de la región.

—Siguiendo el orden que hipotéticamente nos establecieron, tenemos un margen de probabilidad muy extenso. La siguiente desgracia podría suscitarse próxima a esos puntos, o dentro del ahora cuadrante... Desde Alsacia y Ussel, hasta Des Rosiers y Loira, más allá de Belleville.

—Debe haber algo más interesante en ese cuadrante, agente, además de las coloridas calles.

Edward caviló un momento, mientras doblaba el mapa y avizoraba el horizonte del camino, el horizonte del vecindario aterrado.

—Antes de llegar a los responsables, ya sabremos de quién sepa de ellos.

—¿Cómo lo sabe?

Al lado de sus unidades aparcadas frente a los citados edificios, yacía un grupo de cuatro gendarmes custodiando estos últimos. Aquella calle a la que pronto llegaban los agentes ya había sido acordonada. No faltó que en medio de la acera la intranquila multitud deseara saciar su curiosidad y buscara ingresar por la fuerza a los inmuebles.

—No podría pensar en algo más —comentó Edward, una vez que el Peugeot se detenía a unos pocos metros de haber ingresado al vecindario—. Ocurrió algo diferente, eso es seguro.

—Dígalo por la firma que no dejaron en el balcón —respondió Bordet, apreciando luego el tumulto en la lejanía.

—Ambos sabemos que esa clase de muestras no aportan nada.

Los agentes descendieron del vehículo para acercarse, atender lo que les permitiera deducir y solucionar un grave problema. A medida que avanzaba y abotonaba su abrigo, Edward dejaba que una corazonada formada en el dramático escenario, consumiera su recién acuciada intuición; era la multitud y el acordonamiento en dos edificios los que prometían un acontecimiento igual de perturbador, pero con una ejecución inadvertida y diferente. La diferencia sería marcada por un esperado punto de partida hacia los responsables.

LA RUE BELLEVILLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora