Capítulo 7

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Prisión Les Alpes.

Asimilar el estruendo de los abucheos provocados por el incierto número de reclusos, y la algidez a la que al igual que ellos debía enfrentar cada anochecer hasta que la misma cualidad le permitiera despertar, era lo único que le aguardaba hasta que alguna oportunidad le permitiera salir... y reunirse con ella.

La celda 204 atestiguaba lo que la soledad acarreaba. La ilusión de ver efímeramente su estancia en tan deprimente sitio, apareció cuando vio en el recluso Steven Brandt la manera de recordar (facultad que privaba a quien en ese momento se referiría)

—Yo también lo deseaba, darte una paliza para desahogar lo que a muchos atormenta —dijo Steven, desde un rincón de la cama en que yacía sentado. Se trataba de un hombre al que su maltratada barba apenas cubría la suciedad de sus mejillas y labios; estos últimos con el doloso recuerdo de una reciente tunda—. Me darías mayores motivos si negaras que no lo mereces.

—Lo que hice no pudo llegar a provocar tanto —respondió adormilado, sentado junto a la pared, lejos de la cama—. Hubieran sacado a todos en el pasillo para matarme.

—Y estaría hablando con un moribundo, con alguien que no duraría contando su tragedia —comentó sonriente—. Tienes suerte de estar al menos con alguien como yo. Realmente me importa poco que hayas hecho lo más odiado por tus similares, no me interesa si sales o adelantas tu muerte.

—Sé qué es lo más posible.

—Pocos lo entienden. Les puede tomar años, podría tomarles seis años, y los que faltan —dijo y quedó en silencio, observando hacia los gruesos barrotes, hacia el pasillo donde se proyectaba la sombra de estos y armonizaba con el súbito paso de uno de los custodios—. Me han contado mucho, casi siempre la misma hazaña que les separó de un lugar sin mucha diferencia con este.

Barret le avizoró, coincidiendo con la decisión de este de derruir su postura y postrarse sobre la cama.

—No hace falta hablar de más. Ya debes saberlo.

—Tengo esperanzas de que sea una historia diferente. Costará conformarme con que maltrataste a tu esposa, la heriste de muchas maneras, sus padres te demandaron...

—Te acercaste bastante —interrumpió—. Addison no tenía la culpa de nada. Desde que salió del hospital juré no retornar a ese maldito camino, pero ya no podía hacer nada más... Lo había hecho todo. Hasta ese entonces supe que, a pesar de todo, ella me seguía amando.

—¿Alguien más estuvo agradecido de solo llegar al hospital?

— Solo ella. No pude darle ese privilegio a su amante —respondió. En sus palabras se conservaba ese rencor que le había encaminado a una terrible decisión; una de tantas pasadas por alto contra Rodbell Brenner, el tipo al que seguiría calificando como un causante de desdichas en su matrimonio, que le alejara de aceptar la sinceridad de Addison.

—¿Al final, eso te apaciguó?

—Supongo. Pero me atacó el remordimiento, ya era demasiado tarde. Supongo también que a Addy le conmovió, necesito encontrarla y saber que aún me ama.

—Qué estupidez —rio—. Es lamentable saber que ninguna te será concedida.

—Le he causado gran daño. De uno me he arrepentido a horrores.

—Mis esperanzas no fueron en vano —dijo, cerrando sus ojos, dispuesto a dormir—. ¿Quién fue el siguiente? ¿Su madre? ¿Su padre?

Barret se enmudeció. No sé atrevería a responder ante esa realidad, un tétrico suceso del que aseguraba no tener acceso a las consecuencias fuera de ese lugar.

La necesidad de obtener mayores detalles acerca del caso de su paciente, dirigió a Natalie a la perturbada provincia de Belfort, en el vecindario Ussel. Tener que escuchar de la madre de Addy lo que a Rodbell condujo a su destino, la mantenía andando muy próxima a las inmediaciones de esa región. Pensativa, además de lo anterior, había que enfrentar los estragos de una desgraciada pérdida. Su único objetivo radicaba en la señora Allard, y lo hubiera sido también en el señor Allard.

Lamentable era entonces pensar en lo que Addison no recordaba. Ella vivía del pasado suceso apacible que creyó tener cuando vio a sus padres por última vez antes de ser internada. Lamentable sería hacerle saber que su padre nunca estuvo con ella en aquel momento incluso visto en sueños; él fue otra de las víctimas mortales de una terrible mentalidad antes de que su madre viera la llegada del bienestar en Ville Lorent.

Addison tendría que enfrentar la realidad. Evitar que inopinadas desgracias le hundieran en la desesperación y zozobra.

Sería el apacible vendaval el que apartase la mente de Natalie del camino en que continuaba, para volver a su encuentro con Grace en la recepción del hospital y con el expediente en mano.

—Realmente me conmovió —comentó la enfermera—. Su madre se quedó aquí un momento, yo tenía que atender a uno de los pacientes de la planta de arriba. Cuando regresé esperaba encontrarla, pero ya no estaba. Fui a donde Addison; estaba desconsolada, sentada a un costado de su cama. Le hice saber que pronto volvería a verla.

—¿Solo a ella? —inquirió, apartando su mirada del documento entre sus manos.

Grace renegó con la cabeza y avizoró hacia la entrada principal.

—No ignoré que a su padre también. Ya se me hacía raro no haberlo visto ese día, hasta que se realizó el informe y me aseguré de mi error.

—Intuyo en que Addison no lo sabe.

—Fue una buena decisión que no lo hiciera, de lo contrario hubiera tenido una noche muy mala. Poco después volvió la señora Allard por el diagnóstico de su hija, fue ahí cuando supe de la tragedia.

Natalie se apartó de su lectura reanudada previamente.

—¿Fue suficiente lo que contó?

—Lo fue para alguien ya consumida por la tristeza. Mientras Addy se recuperaba en Avallon, Barret creía que hacer de las suyas era lo correcto. Addison salió del hospital, y cinco días después la policía tuvo razones para apresar a ese malnacido. Encontraron el cadáver de Rodbell, y luego el del señor Allard en su propia casa. Barret fue visto salir de ahí antes de que llegara la señora y...

Las palabras de Grace fueron suficientes. Natalie se haría de una razón más para visitar la casa que había atestiguado un asesinato que debía cargar con una explicación. Sin embargo, a estos indeseables casos, había de adicionarse otro a medida que se comenzara a carcomer la calma de los vecindarios de Belfort.

LA RUE BELLEVILLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora