❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 10 ❦︎

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10. Noche de películas.

Diciembre 2017

Adalyn Delauney era del tipo de personas que suelen agradar a todos. No solo por ser bonita, por su ondulado cabello que iba entre el castaño claro y el rubio, con sus iluminaciones naturales; o por sus ojos cafés oscuro y sus bonitos labios de piñón. Su piel era dulce, miel derretida con un par de lunares esparcidos, iba y venía sobre curvas de princesa que ella se esforzaba en mantener con diarias rutinas de ejercicios. Pero no era su aspecto lo que agradaba a todos, sino su afable forma de ser.

Su repertorio de conversación serviría para hacer amistad con el más tonto o el más inteligente, pues movía un amplio campo de temas, desde la última serie de Netflix hasta los clásicos de la literatura antigua. Ser inteligente y llevar notas casi perfectas no le impedía ser amable y carismática, era ambas por naturaleza. La hija de la casa de Tauro había siempre agradado a la mayoría de sus compañeros, sino a todos; pero, por alguna razón ella había acabado eligiendo a los dos gruñones del año como sus mejores amigos.

No había más explicación que su eterna terquedad cuando desde que tenía cinco años adoptó a aquellos dos como su proyecto personal. No fue algo de un día para otro, tardó días, sino meses, en conseguir que Casey la considerase su amiga. La hija de Capricornio nunca había sido la persona más sociable, pero la pequeña Adalyn con sus coletas rubias y sus espejuelos redondos se sentó a su lado desde el primer día, pidiéndole que la ayudara a dibujar un castillo. Ninguna de las dos recordaba cómo habían terminado adoptando a Marshall, solo que no fue mucho después de que Casey aceptara ir a dormir a su casa. 

El muchacho de la casa de Virgo se había acercado a ellas por voluntad propia, no como Casey que a veces bromeaba diciendo que Adalyn la había raptado el primer día de prescolar. Marshall se pegó a ellas hasta que lo aceptaron como parte del grupo, hasta que no había sesiones de juegos sin él, hasta que compartían el secreto delicioso de las galletas de Theo Everson con él. 

Adalyn era el pegamento de aquel trío de amigos, quien controlaba con facilidad y paciencia los estados gruñones de Casey y las obsesiones de Marshall. La muchacha se paseaba por el mundo regalando sonrisas y abrazos; no se preocupaba demasiado por su aspecto, no demasiado; no era gorda porque el ejercicio regular mantenía circulando toda la azúcar que ingería, pero tampoco estaba delgada, sino envuelta en curvas vertiginosas de las que no se avergonzaba.

Aquella noche tocó su bocina en la entrada de los Everson hasta que Casey salió, con una bolsa echada al hombro y un gorro con pompón sobre la cabeza. Su mejor amiga apretujada en un abrigo se lanzó al asiento de copiloto temblando de frío. 

—Odio el frío –se quejó Casey, sus ojos revisando que la calefacción estuviera puesta.

—Y odias el calor –añadió Adalyn, sonriendo. Había dejado las lentillas en casa, porque a veces los anteojos eran más cómodos y sus ojos debían descansar en las noches. Arrancó el auto, presionando con su pantufla el acelerador. 

En el asiento trasero llevaba su bolsa con ropa y cepillo de dientes, pero su atuendo ya era bastante cómodo y listo para dormir. Si Casey iba con pantalón de mezclilla y un par de suéteres debajo de su ancho abrigo peludo de oso; Adalyn llevaba pantalones de pijama cubiertos con dibujos de princesas, sus pies protegidos en peludas medias grises debajo de las pantuflas con orejas de conejo y su torso cubierto con una polera blanca enorme debajo de su abrigo espumoso y la bufanda anaranjada.

—Traje algunas películas que podemos ver –fue diciendo Adalyn mientras las acercaba al centro, a donde Nasha Unda vivía—. No olvidaste el cepillo de dientes, ¿verdad?

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