❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 61 ❦︎

19 4 7
                                    

61. Hogar dulce hogar.

Marzo 2018

El auto se detuvo al mismo tiempo que su corazón, pero el seguro de la puerta no se destrabó. Todavía no podía irse. El silencio reinó pesado por los siguientes minutos mientras ella lo asimilaba. Daniel Hunter no le dijo nada, como si supiera que ella sentía el cielo romperse en su cabeza. No había aire suficiente en sus pulmones, su respiración llevaba punzadas frías a su pecho y su sangre hervía, pero no llegaba con suficiente fuerza a su cerebro, impidiéndole pensar.

El Jefe del Zodiaco le ofreció otro caramelo y ella lo miró de reojo sin aceptar.

—No tienes que tenerme miedo, Casey –le dijo, pero ella no estaba segura de creerle—. Como mismo sé todo eso, sé que tú no eres una traidora y que sabes lo que es correcto.

La chica no dijo nada y el hombre retiró su mano con el dulce, volviendo a meterlo en su bolsillo antes de dar dos toques al cristal negro. Oyó el seguro de las puertas saltar y tuvo la necesidad imperiosa de salir corriendo de allí cuando el conductor abrió la puerta de su lado y tuvo un vistazo de su casa.

—Mañana en la mañana pasará un auto a por ti y te llevará al Centro, a ti y a tus amigos, para que la prensa pueda saciar sus ganas de cubrir vuestro regreso –la chica volteó la cabeza hacia él y el hombre sonrió con amabilidad—. Todos estaban preocupados por ustedes y merecen saber de su regreso, ¿no lo crees?

Casey se mordió la lengua y dio un ligero asentimiento antes de moverse en dirección a la salida. La voz de Daniel la retuvo otra vez.

—Ah, Casey, creo que debería quedarme con esa mochila.

Lo poco que quedaba de alma en su cuerpo se esfumó cuando el hombre extendió una mano hacia ella. ¿Cómo podía saber que ahí dentro estaba Ryvawonu? Ni siquiera se lo dijo a Gabriel o a Olivia. Tembló y su mano se aferró a la tela con ademán protector. Sintió un latido provenir del interior.

—Me aseguraré de guardarla en un lugar seguro para que no caiga en malas manos.

Un poco reticente, Casey extendió la mochila hacia él, pero no la soltó cuando él la alcanzó.

—¿Pasa algo?

—¿Puedo tomar algo antes? –dijo y él la miró con extrañeza—. Algo personal.

Daniel apretó una sonrisa y aceptó, dejando que ella rebuscara dentro. Sacó el cuaderno de su abuelo y por un instante pensó tomar su celular, pero no lo hizo. Tampoco importaba si se lo llevaba o no, Daniel Hunter y los hombres de Seguridad sabían ya todos los mensajes y llamadas que había enviado o realizado desde ese aparato. Apretó el cuaderno contra su pecho sin darle siquiera un vistazo a la treceava piedra y echó la mochila en dirección al líder que le dio un asentimiento de cabeza antes de que ella saliera del auto. 

El conductor cerró la puerta detrás de ella y se montó en su lugar. El auto se alejó por la calle, dejándola sola en la acera, inmóvil. Ante sus ojos se alzaba su casa, la estructura de madera, el techo a dos aguas, el porche delantero. Sintió lágrimas agrupándose en sus ojos y se aferró con fuerza al cuaderno de su abuelo, mientras sus ojos feroces buscaban por cámaras. No vio nada, pero aun así caminó despacio, respirando hondo y pellizcando su brazo para evitar llorar.

Cuando estuvo frente a la puerta se preguntó si sus padres estarían allí o habrían ido a trabajar. Serían como mucho las tres de la tarde y quizás ambos seguían en la universidad. No, Daniel no la dejaría allí sabiendo que sus padres no estaban en casa. Tocó el timbre, sintiéndose como una extraña en casa ajena y oyó los pasos de alguien atravesando el pasillo.

Hijos de EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora