❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 34 ❦︎

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34. Los secretos del naranjo.

Abril 2010

A los nueve años Casey era una niña callada que ya tenía sus amistades definidas. A aquella edad ya organizaba su tiempo entre tareas y descansos, sabía que amaría el chocolate por su vida y que odiaría los deportes. Seis meses atrás Casey había conocido el dolor de la pérdida, cuando su abuelo John falleció, dejándole cómo único recuerdo el cuaderno que siempre llevaba consigo: era un cuaderno de tapas duras donde ella tiempo atrás había dibujado estrellas. Fue por eso que cuando la entonces directora de la escuela Susana Scott interrumpió la clase de Biología, fue la única que no cuchicheó.

Le pareció revivir el día de la muerte de su abuelo, cuando la señora Scott, una mujer extremadamente amable y regordeta, había entrado en medio de una clase de Matemáticas. Hoy la mujer no traía su falda alta, sino unos pantalones blancos a juego con una blusa de patrón florido rojo. Su cabello era afro natural y sus bonitos ojos marrones siempre atentos hoy se habían dulcificado en extremo. Casey sintió su estómago revolverse, nervios, molestia, la sensación de haber vivido aquella escena antes. Ahora la profesora María detendría la lección, la directora entraría, pediría disculpas, miraría hacia Casey y, con una expresión triste, le pediría que recogiera sus cosas.

No sucedió así.

El profesor de Biología no notó a la directora hasta que esta se aclaró la garganta, obteniendo la mirada de trece niños sobre su presencia. El señor Héctor detuvo la lección en medio de la explicación sobre la fotosíntesis: había estado dibujando una planta en el pizarrón y se apartó, con la tiza en la mano, mirando a la directora.

—¿Directora Scott? ¿Puedo ayudarla?

La mujer asintió y cruzó el espacio hasta él para susurrarle al oído. El profesor Héctor volteó su vista hacia el final del salón y Casey giró su rostro para seguir aquella dirección hasta Alexei Lyov. A los nueve años Alexei era más bajo que ella, porque aún no había dado su estirón; llevaba el cabello castaño bien peinado, aunque algo despeluzado sobre la frente, sus ojos azules iban tras unas gafas de marco plástico que en un par de años cambiaría por lentillas.

—Señor Lyov –lo llamó el profesor, haciéndole una seña con la mano—, haga el favor de recoger sus cosas y acompañar a la directora.

Los cuchicheos se detuvieron y por un momento Alexei no reaccionó. 

—Señor Lyov, sus abuelos han venido por usted, vamos, no los haga esperar –el profesor lo llamó por segunda vez y entonces él recogió sus libros con expresión preocupada y se llevó la mochila al hombro, cruzando por en medio de las dos filas de mesas. Cuando llegó al frente la directora le rodeó los hombros con un brazo y lo sacó de allí sin decirle nada aún. 

La clase de Biología continúo y nadie dijo nada del asiento vacío, pero Casey seguía mirando sobre su hombro, preguntándose por qué lo habrían venido a buscar. ¿Qué habría pasado? Tenía una mala sensación y no podía concentrarse en la explicación sobre las plantas, ni en los esquemas del señor Héctor, ni siquiera estaba regañando a Adalyn por dibujar sobre su libro de texto. En el recreo algunos hablaron de la misteriosa interrupción, más pronto fue olvidada por la mayoría, Casey se dijo que aquello se debía a que ninguno de ellos había sido sacado de clase por la directora de forma como aquella. Ella, en cambio, no pudo olvidarlo ni siquiera cuando su madre pasó a buscarla.

—¿Y qué tal tu día, cariño? –preguntó Lena Everson mientras conducía hacia casa.

Casey suspiró pesadamente y su madre le lanzó una mirada preocupada. Las niñas de nueve años no suspiraban pesadamente por nada.

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