Cap.13 "Delgada no siempre es sinónimo de saludable".

832 150 50
                                    

Subí las escaleras, lista para ducharme y poder sacarme el sudor gracias al caluroso día de hoy. Ya eran casi las ocho y no había hecho mucho, solo la tarea de idioma y luego me quedé dormida sobre el sofá. Me desperté cuando Corina intentaba explicarle a Zarek y a Tomi algo sobre cocinar pero hacían demasiado ruido, así que decidí ver algo en la televisión el resto de la tarde para despertarme un poco.

Estaba por entrar a mi cuarto cuando oí un leve llanto junto a unos sonidos vomitivos. Me detuve y afilé mi oído. Venía del baño.

Me acerqué y toqué la puerta tres veces, despacio. Intentando no asustar a quien sea. "Adelante", oí su voz temblorosa y ahogada y entré con confianza.

Ámbar se secaba rápidamente las lagrimas y fingía que yo no la había oído llorando. Ni la había encontrado sentada en un rincón junto al retrete. Y no tenía dos dedos llenos de saliva.

—¿Estás bien? —pregunté, sabiendo que significaba todo esto.

—Estoy bien. —Se levantó con una rapidez increíble y se mojó la cara, queriendo disimular las lagrimas.

Cerré la puerta detrás de mi y me apoyé en ella, dejándola sin salida del baño. Se secó la cara bruscamente, haciendo que su rostro se pusiera aún más rojo y me miró.

—¿Qué? —Quiso sonar despectiva pero no pudo.

—No es sano lo que haces —dije como si fuese una experta en el tema.

—¿Y a quién le importa si lo es? —Volvió a mirarse en el espejo y se deshizo de su coleta desarreglada para peinarse el cabello.

—Al que se preocupe por ti. —Me ignoró y continuo cepillándose. Tomé su muñeca deteniéndola y me miró rápidamente. —No te hagas vomitar. ¿Por qué lo haces?

—Por que... Porque sí y ya. —Se zafó de mi agarre y amarró su cabello en una coleta alta.

—Es una tontería. Te lastimas a ti misma. —Sus palmas golpearon la encimera de mármol del baño y soltó un suspiro que duró varios segundos antes de hablar.

—Era gorda —susurró casi inaudible pero logré entenderle.

—¿Y? Lo dices como si fuese algo malo. —Me cruce de brazos otra vez, esperando una explicación lógica.

—Por supuesto que lo es.

Las lagrimas se acumularon en sus ojos cuando me vio y desvió la vista hacia el suelo cuando empezaron a salir. Iba a decir algo, siempre yo tenía algo para decir, pero ella se adelantó.

—Cuando tenía seis, tuve un accidente de auto. Tuve que usar muletas durante dos meses, bota ortopédica durante otros dos meses mas y luego acostumbrarme a que el dolor pasaría. Y pasó, pero ese casi año entero dejé todo. —Hizo una pausa para negar con la cabeza. —Dejé todos los deportes en los que era buena y lo único que podía hacer era comer. Comer y comer porque no efectuaba en nada a mi pierna. Cuando pude volver a los deportes, ya había subido casi quince kilos y no quise volver. Porque todos se burlarían de mi. —Se miró en el espejo y siguió llorando. —Era una niña pequeña con sobrepeso. Con la cara gorda, piel demás debajo de la mandíbula y mis piernas se chocaban insoportablemente al caminar.

—Ámbar, eso no es...

—Cuando cumplí doce llegué a pesar noventa kilos. Noventa —repitió como si no lo pudiese creer o quisiera que yo lo asimilara. —Mamá dijo que no podía seguir así. Así que ambas comenzamos a caminar todos los días. Al principio diez cuadras, luego veinte, entonces cincuenta y cuando menos nos dábamos cuenta, pasábamos casi tres horas caminando por toda la ciudad.

ZarekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora