taste | 18

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18: talentos ocultos.

—¿Lo dices en serio...?

—Sí... ¿Por qué te sorprende tanto?

—Bueno... —balbuceó un poco, pasando una mano por su cabello en busca de una buena forma de explicarse—, es que no me lo esperaba de ti.

—¿Qué se supone que significa eso? —se indignó realmente, entrecerrando los ojos.

Mordió su labio— Ya sabes, no creía que eso te... llamara la atención.

—¿Es malo acaso?

—¡No! —agitó frenéticamente sus manos en el aire para negar, con nervios de hacerlo sentir mal—. No es que sea malo, solo ¿inesperado?

—¿Qué tiene de inesperado que quiera unirme al maldito club de baile? —refunfuñó ahora algo mosqueado el chino, que se sentía subestimado por el pelirosa. Había visto el anuncio de audiciones en una cartelera en el pasillo del colegio y se había entusiasmado bastante; el que Jaemin no se emocionara sino que lo cuestionara lo había quizás hasta entristecido.

—Por favor, Jun, jamás te he visto bailando en nuestros dos años de amistad —argumentó con calma, y, en un intento que sabría sería inútil de convencerlo de desistir, agregó:— No es que quiera ser un cabrón, pero esas audiciones son jodidas.

—Primero, eso no tiene nada que ver. Y segundo, sí estás siendo un cabrón.

Porque el hecho de que temiera hacer el ridículo frente a quien consideraba el muchacho más perfecto del mundo –ya que a su alrededor se ponía más que torpe– era una cosa, la razón por la cual nunca se había atrevido a mostrarle su amado pasatiempo, pero lo cierto era que confiaba en sus habilidades. Quizás era en parte su culpa por siempre haberse ahorrado el contarle que cuando vivía en China había pasado varios años en una famosa academia de baile y, además, negarse a mostrárselo bajo ninguna circunstancia para evitar dejarse llevar y abochornarse, pero tampoco podía no botar humo por las orejas ante su patética reacción.

Había querido comentarle sobre la audición para distraerlo del hecho de que sospechosamente Jeno no había subido a su cuarto con ellos, y había prácticamente llevado un tortazo en la cara, por más que funcionara.

—No te molestes conmigo —puchereó un tanto arrepentido de haber abierto su bocota, refugiándose parcialmente detrás de una libreta que había conseguido en la mesa de noche del castaño. No lo había dicho por, en verdad, ser un cabrón, solo temía que uno de sus mejores amigos se avergonzara frente a los arrogantes del club de baile; hasta donde él sabía, Renjun era como un tronco.

Tomó una bocanada de aire— No estoy molesto —solo rodó los ojos, tirándose pesadamente de espaldas a su cama con un suspiro algo triste. Y es que no le había pasado desapercibido que aquella libreta guardaba un par de retratos de quien inocentemente la sostenía, seguros siendo que en su superficie no parecía ser la gran cosa.

Debía admitir que de ser cualquier otro estuviera incluso escupiendo fuego, mas con Jaemin únicamente podía sentirse dolido y quedarse callado. No era que se contuviera para mantener las apariencias o algo así, más bien era como si no pudiera estar enfadado con el pelirosa por demasiado tiempo –a pesar de que siempre esté regañándolo por malhablado y otras cosas–, sobre todo cuando Jaemin lo veía casi con ojos de cachorrito arrepentido.

Estaba convencido de que podría perdonarle lo que fuera solo con esa dulce mirada, por mucho que se dijera que aquello era patético y débil.

El menor sonrió ampliamente a sabiendas de que mentía por lo menos un poquito, y se arrojó a un lado suyo, sosteniendo la libreta con ambas manos sobre su pecho y mirando hacia arriba. Desde la primera vez que había venido a casa de Renjun le había fascinado el techo de su habitación, pues este tenía bonitos dibujos. Iban desde garabatos parecidos a los de un niño travieso –que sabía Renjun siempre hacía en todos lados cuando estaba aburrido–, hasta lo que podrían ser consideradas obras de arte verdaderamente asombrosas.

Taste || Lee JenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora