CAPÍTULO OCHO

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CAP OCHO

Me quedé fría. No podía moverme. Desvié la mirada de la computadora hacia la puerta de la habitación.

«El teléfono está sonando».

«Es el teléfono de la casa».

Acababa de darle a Emilio el número de teléfono de mi casa. ¿Me estaba llamando? Entré en pánico cuando recordé que el teléfono de la casa estaba en el piso de abajo y que Shane seguía ahí. Me levanté de un brinco y salí del cuarto hacia el pasillo. Me topé a Niko en el camino, quien evidentemente iba camino a mi habitación.

—Oye, voy a usar tu baño porque…

Lo esquivé y bajé las escaleras corriendo.

—¿Joaquín? —La voz confundida de Niko pronto quedó atrás, mientras yo bajaba las escaleras con torpeza. Tan pronto pisé la alfombra de la sala, me detuve en seco. Mauricio estaba parado junto al sofá con el teléfono pegado a la oreja izquierda. Me miró fijamente y procedió a hablar.

—Sí, aquí está. Un momento. —Mauricio me pasó el teléfono.

Dejé de respirar.

—¿Quién es? —pregunté en voz baja. Mauricio se encogió de hombros.

Me tragué mis nervios, tomé el auricular y me lo llevé a la oreja. El corazón me iba a explotar—. ¿Bueno? —dije y apreté el cable del teléfono con la mano libre. Escuchaba la respiración de la persona al otro lado de la línea—. ¿Bueno? —repetí un poco más fuerte.

«Vamos, Emilio, di algo».

—¿Bueno? —Tenía la garganta seca. ¿Por qué estaba tan nervioso? ¿Por qué no me contestaba? Debía ser él. Sabía que era él. De repente colgó, y yo exhalé sin saber que estaba conteniendo la respiración. Puse el
auricular de nuevo en su lugar y me pasé los dedos por el cabello. ¿Por qué no dijo nada? Estaba confundido.

—¿Quién era? —La voz de Shane me sacó del trance.

—Un amigo —contesté automáticamente. Mi mente se detuvo durante esos segundos. Escuchar su respiración lo convirtió en una persona más real. No podía explicar por qué, pero así era.

—Parece que te va a dar un infarto —comentó Mauricio y volvió a tumbarse en el sofá. En ese momento me di cuenta de que la tele estaba encendida. Mauricio estaba viendo un partido de futbol; qué predecible.

—Yo… —Me distraje y volví a mirar el teléfono.

—¿Estás drogado? —preguntó Mauricio en tono casual mientras masticaba algo.

Parecían papas fritas… o más bien Ruffles. Volteé bruscamente hacia él. Por un instante me olvidé de Emilio por completo. Me hirvió la sangre de coraje al ver una bolsa de Ruffles en sus piernas.

—¿Te estás comiendo mis Ruffles? —pregunté furioso—. Porque si te estás comiendo mis Ruffles, te juro que…

Mauricio no desvió la mirada de la tele y se metió otra papa a la boca en respuesta. Me incliné hacia el sofá y le arrebaté la bolsa.

—¡Oye! —se quejó.

Abracé la bolsa de Ruffles.

—No estás en tu casa. Deja de holgazanear y de comerte mis papas.

Mauricio se puso de pie, y su estatura me intimidó. Di un paso atrás.

—No deberías molestar a una persona cuando ve un partido de futbol. —

Su tono era ligeramente amenazante.

Lo miré y entrecerré los ojos.

—Y tú no deberías comerte mis papás —contesté—. Es peligroso.

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