CAPÍTULO NUEVE

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CAP NUEVE.

Estaba dando vueltas en la cama mientras intentaba conciliar el sueño, pero estaba fracasando miserablemente. No podía sacarme la sexy voz de Emilio de la cabeza.
¿Qué me estaba pasando? Me dijo apenas unas cuantas palabras. ¿Por qué moría de ganas de volver a oír su voz? Tan pronto colgó, subí a mi habitación para revisar mi computadora. Se había desconectado de
Wattpad, así que esperé, mientras conversaba con otros amigos de ahí, pero nunca se volvió a conectar. No tuve otra opción que irme a dormir; tenía clases al día siguiente y ya era más de medianoche. Sin embargo, por culpa de mis malos hábitos de sueño, estaba recostada, boca arriba, con los ojos bien abiertos.

Gruñí de la frustración, me enderecé y me tallé los ojos. Mi estómago rugió con fuerza, y entonces me di cuenta de que ni siquiera había probado la cena que mamá me dejó en el microondas. Bajé las piernas de la cama y me levanté poco a poco. De camino a la puerta, me pregunté qué estaría haciendo Mauricio. Lo había dejado en el sofá después de echarle encima
unas cobijas. No me agradaba, pero eso no significaba que lo dejaría morir
congelado en mi propia sala.

Crucé el pasillo y pasé frente a la puerta del baño. De inmediato recordé la imagen de Niko desnudo. ¡Cielos! ¿Podría algún día borrarla de mi memoria? Deseaba que mi mente fuera como una computadora que me permitiera borrar todos los recuerdos incómodos e innecesarios con un botón. Por fortuna, Niko se había ido tan pronto terminó de bañarse. Supuse que no estaba listo para enfrentar la incomodidad de la situación. Vamos, lo vi desnudo.

Era de madrugada y yo parecía un zombi: la falta de sueño me estaba matando las neuronas en un proceso lento, pero constante. Bajé las escaleras lo más despacio posible, pero al llegar a la sala, encontré a Mauricio acostado en el sofá, mirando su celular y escuchando música. La tele estaba apagada, así que la habitación estaba casi a oscuras. Cuando Mauricio me volteó a ver, esbozó una sonrisa divertida.

—Si planeabas seducirme, hubieras elegido algo distinto a esa pijama tan fea —comentó y se rio entre dientes.

—Lo que tú digas —declaré y entré a la cocina. Sé que mis pijamas no eran sensuales, pero estaba en mi casa y podía usar lo que yo quisiera. Él era el intruso, no yo. Seguía preguntándome por qué ese idiota había terminado durmiendo en mi casa. Ah, claro: mi mamá era muy ingenua.

Sería culpa suya si me mataban esta noche. Al abrir el microondas, oí sus
pasos a mis espaldas, pero lo ignoré.

—¿Buscas tu escoba?

No le hice caso. ¿Acaso le divertía señalar mi fealdad? Sí, sin duda alguna.

—Ay, creo que Bondoni anda muy serio esta noche, ¿verdad?

—¡Ya cállate! —exclamé y abrí los ojos como platos al descubrir que el microondas estaba vacío. «Qué diablos…». Inmediatamente me di la media vuelta y señalé con dedo acusador al tipo alto al otro lado del mostrador de la cocina—. ¿Te comiste mi cena? —le pregunté, aunque
sabía que era la única otra persona en la casa.

—Sí. No pensé que fueras a comértela, así que… —Se encogió de hombros.

—Era mi cena. ¡Agh! Eres un… —Azoté la puertita del microondas.

Mauricio parecía desconcertado por mi arranque de ira.

—Cálmate, leoncito.

¿Por qué me ponía apodos que me hacían sentir chiquito? Sabía que era bastante más alto que yo, pero no era necesario que me lo recordara todo el tiempo.

Abrí el refrigerador, furioso, y busqué algo que comer. Después de examinar todas las opciones insípidas que mi mamá llamaba «comida sana» azoté también la puerta del refrigerador. Necesitaba calmarme. Los
electrodomésticos no tenían la culpa de que hubiera un idiota en casa.

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