CAPÍTULO DÍEZ Y NUEVE

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CAP DÍEZ Y NUEVE.

Empecé a cuestionar seriamente mis principios morales. Nunca me había sido tan imposible cumplir una promesa, ni siquiera cuando a los siete años le prometí a mamá que no volvería a jugar con sus zapatos. Esa fue una promesa difícil de cumplir, se los juro. Estaba sentado en la cama con la computadora en las piernas, buscando un término en un diccionario.
Estaba concentrado en una definición en particular.

Moral...

《Moral (Del latín moralis.) Diferenciación de intenciones, decisiones y acciones entre aquellas que son buenas (o correctas) y aquellas que son malas (o erróneas)》

Bueno y malo… La frontera entre ambas cosas era muy delgada. Sabía que estaba mal romper una promesa, pero a cada minuto se volvía más difícil cumplirla Habían pasado dos días desde que me encontré con Emilio en el parque.

Fueron los dos días más largos y dolorosos de mi vida. Los había pasado
en casa intentando recuperarme de esa gripa oportunista que había contraído la semana anterior. También había leído el poema de Emilio una y otra vez. ¿Cómo esperaba que lo olvidara con facilidad? Sin duda no me conocía bien. Yo no era el tipo de chico que se rendía así nada más. Sin
embargo, le había prometido dejarlo en paz, aunque en ese momento mi palabra estaba perdiendo su valor.

Quizá podría hablarle y echarle la culpa de mi imprudencia al jarabe para la tos. Era una medicina fuerte que me relajaba y me daba sueño.

Podría decirle que había tomado una sobredosis de jarabe o algo así.
«Sí, Joaquín; sobredosis de jarabe para la tos… qué sofisticada».

Suspiré, frustrado, y cerré la pestaña del diccionario. De inmediato, el mostrador desplegó la pestaña de Wattpad. Había recibido muchos mensajes privados, pero ninguno de ellos era de Emilio. Sin poder
contenerme más, entré a su perfil. No quería hablar con él, sólo quería ver su perfil. Eso no estaba mal, ¿o sí? Tan pronto empecé a explorar su muro, supe que había sido pésima idea. Estaba conversando con aquél chico de nuevo. El corazón se me estrujó al verlos coquetear.

¿Acaso no se daba cuenta de cuánto me lastimaba?
Si iba a coquetear con é, ¿por qué no lo hacía por mensajes privados? Era como si quisiera restregármelo en la cara. Cerré la laptop de golpe y me dejé caer en la cama. Me quedé mirando el techo en silencio.

—¿Qué debo hacer? —me pregunté en voz alta mientras me frotaba la cara. Cerré los ojos y recordé su rostro. Jamás se me olvidaría. Emilio no sólo era el chico más guapo que había visto jamás, sino que también tenía un aura sexy y misteriosa que me atraía sin control. Me hacía querer
revelar todos sus secretos. Sabía que él estaba sufriendo, pues vi el dolor oculto bajo sus oscuros y profundos ojos. Pero él había decidido alejarme.

Él había decidido quedarse solo. ¿Por qué? Yo sabía de su pasado. La muerte de sus padres debía haber sido muy traumática para él. ¿Era por eso que no quería estar conmigo?

Él chico y la criatura…

Su poema me había conmovido. Sus palabras parecían cobrar vida cada vez que las leía. De pronto, una canción inesperada interrumpió mis pensamientos. Escuché a alguien cantar sobre ser un esclavo y permitir que alguien más lo azotara si se portaba mal. ¿Qué demonios? ¿Cómo diablos terminó esa canción en mi celular? Lo levanté y todo tuvo sentido
cuando vi quién me llamaba: Idiópido.

—¿Es en serio? —contesté, molesto. Mauricio se rio del otro lado de la línea.

—¿Te gusta nuestra canción, nene?

—¿Cómo demonios…? Agh, no importa. —Negué con la cabeza.
—Admite que es una buena canción. Nos queda bien, ¿no crees?
—¿«Nos»? ¿Desde cuando somos algo?
—Alguien anda de malas —dijo y rio entre dientes.
—¿Qué quieres? —pregunté. En ese momento noté que había otras voces de fondo.

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