CAPÍTULO VEINTE Y UNO

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CAP VEINTE Y UNO

—¡Gallina!

—No soy una gallina.

—Claro que sí.

—¡Claro que no! —exclamé, molesta. Ela no había dejado de molestarme por lo de Emilio. Según ella, yo era un cobarde sin remedio. Al parecer, no entendía que Emilio me había dicho que sólo quería ser mi amigo y que su amistad era lo único que podía ofrecerme, y que yo acepté.

Ser su amigo era mejor que nada. Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo.

Era la hora del almuerzo y estábamos sentados en una de las mesas rectangulares de la cafetería de la escuela. ¡Sí, por fin había vuelto a clases! Tenía que ponerme al corriente en muchas cosas, pero Ela me estaba ayudando, además de estarme molestando todo el tiempo.

—Acéptalo —dijo y me apuntó con el tenedor.

—No soy una gallina —enuncié cada palabra con cuidado.

Niko llegó y se sentó junto a Ela.

—¿Quién es una gallina?

—Joaquín —contestó Ela de inmediato. Niko me miró, confundido, pero luego se concentró en su bandeja repleta de comida. El tipo comía como un cerdo.

—¿Por? —preguntó y le dio una mordida a su hamburguesa.

—Pues porque está loco por Emilio, pero ni siquiera intentó besarlo la semana pasada. —Fruncí el ceño, pero Ela me ignoró al oír la voz de su novio.

—¿Qué hay, chicos? —Andrés le hizo un gesto a Niko, quien contestó con una sonrisa. Andrés se inclinó y le dio un ligero beso a Ela—. Hola, sexy.

Ela soltó una risita.

—Hola, guapo —contestó ella y agitó las pestañas.

Puse los ojos en blanco.

—Les voy a robar a esta belleza un instante —nos informó Andrés y tomó a Ela de la mano. Niko y yo sólo asentimos.

La pareja de tórtolos se fue a hacer sólo Dios sabe qué, pero en el fondo me dio gusto porque Ela se volvía un poco fastidiosa cuando se le metía una idea a la cabeza. Estaba necia con que le dijera a Emilio lo que sentía por él.

Nos quedamos Niko y yo solos, y entonces recordé que Niko y Emilio se conocían. Me le quedé viendo. Tenía la boca llena. Me miró, confundido, como un ciervo deslumbrado por el auto que tiene enfrente.

—¿Qué? —logró preguntar a pesar de la comida.

—En primer lugar, traga eso —le ordené, asqueado—. Y, en segundo, ¿por qué no me dijiste que conocías a Emilio? —Esperé que tragara su comida y le diera un trago a su Coca-Cola.

—No sabía que era el mismo Emilio. — Niko se encogió de hombros—. Qué pequeño es el mundo, ¿verdad?

Le di un puñetazo en el hombro.

—Helen es su hermana —susurré.

—¿Y?

—Que estás usando a la hermana del chico que me gusta como juguete sexual.

—En mi defensa, yo la conocí primero.

—¿Qué? —Fruncí el ceño.

—Helen y yo empezamos a coger antes de
que conocieras a Emilio.

—¿Podrías no usar esa palabra? —dije en tono de súplica mientras me pellizcaba el puente nasal.

—¿Qué? ¿«Coger»?

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