CAPÍTULO TREINTA Y DOS

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CAP TREINTA Y DOS.

¿Acaso estaba en una película de suspenso? Porque al menos eso parecía. ¿Ubican ese momento en el que el asesino acorrala a la víctima en un espacio pequeño? Bueno, pues eso me estaba pasando.

Retrocedí un paso, asustado. Mis pantorrillas chocaron con la cama, con lo cual supe que no tenía escapatoria. Mauricio aún tenía esa sonrisa malévola en el rostro. ¿Qué planeaba? Dio un paso hacia mí. Tenía cara de que estaba decidido a hacer algo, pero sus ojos parecían estar perdidos.

— Mauricio —le dije para llamar su atención—. ¿Qué haces?

No contestó y dio otro paso al frente. Me pregunté si en realidad estaría ebrio o si sólo había fingido para atraparme. No habría sido capaz, ¿o sí?

—Joaquín, Joaquín, Joaquín —repitió.

Fruncí el ceño.

—¿Qué haces? —Lo observé con detenimiento para intentar descifrar si estaba mintiendo acerca de estar ebrio. Shane tenía los ojos ligeramente entrecerrados, como si le estuviera costando trabajo enfocarme—. ¿En serio estás ebrio?

La sonrisa de Mauricio se hizo más grande, pero siguió sin contestar. No obstante, obtuve la respuesta esperada cuando le dio hipo, seguido de una risita de borracho. Puse los ojos en blanco y relajé los hombros.

—Es hora de dormir.

—No —negó con la cabeza obstinadamente.

—Vamos. —Lo tomé del hombro y lo jalé hacia la cama.

Por el estado en el que venía, de pronto perdió el equilibrio y cayó sobre la cama. Yo aproveché para echarle las cobijas encima. Cuando por fin estuvo acostado de espaldas, supe que era momento de retirarme, pero al parecer Mauricio se dio cuenta de mis intenciones, pues me tomó de ambas muñecas y me obligó a sentarme junto a él.

—Espera, no te vayas. Yo… —murmuró algo más, pero no le entendí.

—¿Qué?

—Creo que estoy ebrio.

—¿En serio? —Solté una risita—. ¿Y cómo llegaste a esa absurda conclusión? —dije en tono sarcástico.

Mauricio esbozó una ligera sonrisa.

—Porque quiero decir algo que no debo decir.

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—¿Por qué? —dijo. Me le quedé viendo, confundido. Luego agregó—: ¿Por qué él?

Me paralicé.

—¿De qué hablas?

—Del engendro —dijo y se humedeció los labios—. ¿Por qué lo escogiste a él?

—Yo…

—Espera —me interrumpió—. No quiero saber.

Fruncí el ceño de preocupación y ladeé la cabeza.

—Ay, Mauricio…

—Siempre has sabido sacarme de mis casillas, Joaquín. Pero de algún modo me llegaste al corazón —murmuró, con los ojos entrecerrados.

Abrí los ojos como platos. Lo miré fijamente, esperando que se riera y dijera que todo había sido una broma, pero eso no pasó. ¿Acababa de confesarme…? No, estaba ebrio. No podía hablar en serio. Era Mauricio Mariscal, el patán más popular de la escuela… Era imposible que estuviera interesado en mí.

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