CAPÍTULO VEINTE Y DOS

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CAP VEINTE Y DOS.


Tan pronto me subí al auto de Emilio y cerré la puerta, percibí la tensión que empezó a acumularse en el aire. Era tan gruesa que sentí el impulso de aventarme y salir corriendo como desesperado. Lo miré al subirse. Se puso el cinturón de seguridad y me lanzó una sonrisa.

«¡DIOS! Deja de sonreír, chico lindo. No estás siendo de ayuda».

Emilio arrancó el motor y el auto cobró vida.

—¿Lista? —preguntó y me miró brevemente.

Me encantaban sus ojos. Eran tan profundos.

—Sí —contesté con nerviosismo. Emilio sonrió y se inclinó hacia mí. Contuve la respiración al ver cómo su hermoso rostro se acercaba al mío. Su mirada oscura recayó en mis labios.

¿Estaba a punto de besarme? Pasó un brazo alrededor de mi cintura, y quedamos tan cerca que su respiración me rozó los labios. Pasé saliva.

—Joaquín… —dijo su voz sexy, y yo sentí escalofríos.

—¿Qu-qué? —tartamudeé, perdido en la profundidad de su mirada.

—Nunca lo olvides.

Fruncí el ceño al escuchar un clic. Emilio retrocedió y se enderezó en su lugar.

Me tardé un segundo en entender lo que había pasado. Bajé la mirada y me di cuenta de que me había puesto el cinturón de seguridad. Al voltearlo a ver de nuevo, me estaba mirando con una sonrisa victoriosa.

—Ahora sí estás listo —dijo en tono divertido y arrancó para salir del estacionamiento.

Miré su perfil con los ojos entrecerrados. Parecía que disfrutaba confundirme. Él sabía que me gustaba, así que ¿qué punto tenía tentarme de esa manera? Era cruel.

—Te ves lindo cuando te sonrojas —dijo en voz baja, con la mirada fija en el camino.

—No me sonrojé —exclamé, aunque sentía las mejillas calientes.

—Sí, claro.

Lo miré con furia. Abrí la boca para decir algo, pero la cerré tan pronto volví a fijarme en su tatuaje. Ahora lo veía con claridad. No pude evitar sentir curiosidad. En realidad no me encantaban los tatuajes, pero el suyo era impresionante. Se veía muy profesional. Además, combinaba con la personalidad misteriosa de Emilio.

—¿En dónde te lo hiciste? —pregunté con la mirada fija en las líneas oscuras de su cuello tatuado.

—¿Qué cosa? —Me miró de reojo.

—El tatuaje.

Su sonrisa se desvaneció, y titubeó durante un momento.

—En el local de tatuajes de un amigo.

—¿Por? —La pregunta se me escapó antes de poder detenerla—. Digo, debe haber habido una razón.

—No, realmente —contestó demasiado rápido—. Era joven y tonto. Además, estaba ebrio.

—No parece un tatuaje de borracho —afirmé con toda sinceridad.

—Entonces ¿qué parece, Joaquín? —Su tono se volvió ligeramente frío.

Me desconcertó su repentino cambio de humor. Se aferró al volante con furia y me hizo pensar que quizá no debí haberle preguntado nada.

—Lo siento, no era mi intención… —Me quedé callado, sin saber qué más decir.

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