CAPÍTULO DÍEZ Y SIETE.

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CAP DÍEZ Y SIETE.

Si hace tres semanas me hubieran dicho que algún día lloraría como magdalena en el hombro de Mauricio, me habría burlado de ustedes y les habría dicho que estaban locos. Bueno, al diablo con mis predicciones, porque eso fue justamente lo que terminé haciendo.

La parte más impresionante es que yo no solía llorar frente a otras personas; es decir, ni siquiera Niko ni Ela me habían visto llorar jamás.

Pero ese día terminé sollozando como bebé en los brazos del idiota más popular de la escuela. Así de impredecible es la vida a veces.

Temía que se burlara de mí o algo así, pero sorprendentemente no dijo una sola palabra.

¿Por qué estaba llorando así? Esas lágrimas me hicieron darme cuenta

de lo mucho que me importaba Emilio. Sé que suena descabellado porque nunca lo había visto en la vida real, pero no podía evitarlo. Estaba encariñado con él; me había acostumbrado a sus mensajes matutinos, a sus bromas y a sus respuestas arrogantes. Nos parecíamos mucho, aunque, al mismo tiempo, éramos muy distintos. De hecho, Emilio sabía más de mí incluso que mis mejores amigos. Confiaba en él, pero ¿por qué? Esa era la cuestión.

¿Por qué confiaba en él? No era más que un tipo al que había conocido

hacía un mes por internet. ¿Cómo terminó volviéndose parte de mi vida, parte de mí? Sabía que era culpa mía y de nadie más. Lo dejé entrar a mi corazón. Por lo tanto, le di el poder de lastimarme como lo estaba
haciendo.

«Nunca dije que me importaras».

Sus palabras eran como navajas. Eran como leña que hacía arder mi corazón. Recordé imágenes de su hermosa cara. Me encantaba su sonrisa. Me encantaba cómo se le hacían hoyuelos en las mejillas cuando sonreía.

Me intrigaban sus ojeras, pues eran muy misteriosas. Siempre recordaba su sexy voz. Pensé que quizá había estado jugando conmigo, pues a veces era cariñoso y dulce, para después decir que nunca le había importado. Era muy contradictorio. ¿Acaso todo era un juego para él?

Me separé de Mauricio y me limpié las lágrimas. Nuestros ojos se encontraron, y no pude evitar sonrojarme de la vergüenza.

—Perdón, es que…

Mauricio me puso el dedo índice sobre los labios húmedos para interrumpirme.

—No necesitas decir nada —susurró. Entonces hizo algo que nunca esperé que Mauricio Mariscal hiciera: me sonrió. Me sonrió genuinamente. Lo había visto reírse de forma burlona o maliciosa, pero jamás esperé que me sonriera de verdad.

—Gracias —dije con toda franqueza. Mauricio asintió y se levantó del sofá torpemente.

—Quien sea que te haya hecho llorar —dijo y me miró directamente a los ojos—, no vale la pena. —No sabía qué decir y al parecer él tampoco,

así que simplemente lo dejé que subiera a buscar a André. Mauricio sabía que no quería hablar al respecto, y yo agradecí su comprensión.

Alguien tocó a la puerta de la casa. Esperé a que Mauricio o Andrés bajaran a abrir, pero ninguno de los dos se asomó, así que tuve que hacerlo yo.

Suspiré, frustrado. Me puse de pie e intenté limpiarme un poco la cara mientras caminaba hacia la puerta, pero sabía que no tenía caso.

Seguramente tenía la nariz roja como tomate y los ojos hinchados.

Probablemente parecía protagonista de telenovela. Bueno, tal vez no era una buena comparación, pero en realidad nunca he sido buena para hacer comparaciones (por si no se habían dado cuenta).

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