Park Jimin siempre tuvo la certeza de que había venido a este mundo para sufrir, y ¿quién podía decir lo contrario? Si solo había traído a su vida malos recuerdos por parte de los que alguna vez lo hicieron parte de la comunidad mormona.
Todos le di...
Estaba más que disgustado, si pudiera eliminar este día del calendario; lo haría.
Ya había tenido suficiente con que cada año papá se la pasará hablando sobre cómo estará Jimin o en lo que habrá cambiado.
Él era el único preocupado en la casa por saber de él, mi madre no decía nada, más sabía que se mantenía neutral. Ella es la que más me comprende en ese tema, aunque no esté tan de acuerdo conmigo.
No había sido un buen desayuno, y probablemente el resto del día será una mierda.
Por más que había comido mi estómago seguía molestándome, fastidiándome aún más, e ir a la universidad lo volvía aún peor.
Me había tomado un año sabático, sin preocupaciones y viviendo a costa de mis padres.
Estuve dejándome fluir en la vida, sin preocupaciones; sin nada. Vivir de las fiestas fue buena idea al principio, no podía quejarme, me la pasé muy bien en cada una de las casas de los desconocidos que se hacían llamar mis "amigos" cuando estábamos borrachos hasta el culo.
Estaba completamente seguro que nunca podría enamorarme con un chico de una sola noche, pero pasó. Y pasó con ese chico rubio con aspecto retro, guapo, alto pero lo que más fue tentador es que mi querido hermanastro estaba junto a él.
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— ¿Qué pasa Jimin? ¿No bebes?
¿Jimin?
Recuerdo haber estado parado en las escaleras, conversando con un chico lindo que estaba acompañándome.
Escuchar ese nombre maldito fue suficiente para hacerme desviar toda mi atención a lo que estaban diciendo.
Toqué al chico del pecho y le dije que me esperara un momento. Subí un par de gradas hasta quedar en lo más alto de las escaleras para poder ver a todos los que estaban abajo mío, en esa pequeña sala.
Abrí mis ojos y sentí mi garganta arder. Era él. Era Park Jimin. Mis manos estaban temblando, en cualquier momento se me caería el vaso.
Nunca había estado tan cerca de ese sujeto, nunca habíamos estado en el mismo lugar ni mucho menos conocía mi rostro; más yo si él de él.
— No, yo no puedo beber. — Niega.
— Que pruebes un poco no te va matar.
Me quedo en stop, observando como el ambiente se tensa entre la víctima y el victimario.
— Lo sé, pero aun así no puedo tomar.
Es asombroso como ni siquiera el ruido puede aplacar sus voces.
