Aclamado como el Señor de la Muerte, que su única preocupación era llegar al poder, aunque ello conllevase el sacrificio de inocentes.
Juzgado por ser cruel y vil, pero no siempre fue así. No todo en su ser era maldad, pero ¿qué es el amor? cuando...
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⊱❉⊰
—¡Suficiente! De esto me encargo yo —continuó caminando dirigiendo sus ojos heterocromos al hombre con barba frente suyo.
En ese momento todo pareció congelarse para ambos, pues ya eran más de cuarenta años desde la última vez que se vieron.
—Albus Dumbledore, ¿a qué le debo el honor de su visita?
—Lo que todo el mundo sabe... Lo inevitable.
—Hasta que por fin vienes a darme la cara, después de todos estos años teniendo a Newt Scamander tras de mí —dijo con un tono suave en su voz.
—Primero debía asegurarme de destruir ese maldito pacto que me llevaste a realizar con tus manipulaciones —espetó con furia.
—Eres igual a mí, ¿lo has olvidado? También has manipulado a ese viejo estudiante tuyo para que hiciera lo que te viniera en gana. ¿No fue una de las tantas cosas que nos tuvo unidos, Albus? —dijo acercándose a pocos centímetros de él.
Cierta cercanía entre ambos, le hizo al castaño percibir de nuevo ese característico olor a limón que desprendía Gellert. Aún recordaba las veces que se recostaba en su pecho y se dejaba embriagar por dicho aroma que era su favorito.
—La diferencia es que yo no he matado a miles de inocentes, por una estúpida ambición de poder —clavó su mirada en aquellos ojos que en su juventud solía admirar, pero que en ese momento probablemente despreciaba.
—Todo esto lo empezamos juntos, querías lo mismo que yo. ¿Quién fue el que traicionó a la persona que te defendió de tu propio hermano?
«Traición» resonó en la cabeza de Dumbledore.
—Quería lo mismo que tú, pero eso se acabó hace mucho tiempo... Ahora es diferente y no tenemos más opción, Gellert —alzó su varita rozando la punta de esta sobre el pecho de su adversario.
Grindelwald supo lo que aquello significaba, así que sacó la varita de saúco para luchar contra aquel único hombre que sabía cosas de su pasado como ningún otro. En ese momento vio uno de sus miedos convertirse en realidad, ya que a aquel castaño que tanto seguía amando, debía destruir.
Tomaron su debida distancia, no sin antes mostrar un acto de reverencia antes de iniciar el duelo, por parte del rubio. Si iba a ser la batalla donde uno de los dos moriría, al menos que fuera con su debido respeto. Segundos más tarde, Albus le imitó listo para empezar.
De la varita de ambos, se vio salir un haz de luz roja que al encontrarse y chocar se formó una especie de esfera de la que rebotaban chispas. Cada segundo se hacía más grande debido al poder de ambos magos en su esfuerzo por lograr lastimar al otro. Aquella energía en la esfera era tan potente, que terminó por crear una explosión que destruyó todo a su paso, quedando rocas por todas partes.
Gellert se incorporó, logrando recuperar su varita que apenas pudo distinguir entre toda la neblina de humo. No le era posible mirar más allá de dos metros de distancia, pero sabía que Albus aún estaba ahí y que en cualquier momento lo atacaría. Estaba en lo cierto, ya que momentos más tarde pudo ver una luz azul dirigirse justo donde él se encontraba. Tan pronto como pudo, se refugió tras una piedra para evitar que el encantamiento pegara en su cuerpo, pero a pesar de ello, logró penetrar la enorme piedra y a él salir disparado a unos metros de distancia derrapando por el suelo al caer en este otra vez.
Sintió su espalda y codos, arder con intensidad por dicho impacto, a pesar de que la ropa le cubría. Sin embargo volvió a levantarse e inmediato contra atacó con un hechizo de fuego azul, que luego se convirtió en un gran dragón enfurecido, dejando ver sus peligrosos colmillos directo a atacar a Albus. Este último se protegió creando un escudo de agua que invocó del lago cercano a ellos, justo al tiempo que la bestia abrió aún más la boca para devorar a su presa. Al segundo de haber tenido contacto con el agua, el dragón desapareció y el líquido que lo protegió, cayó sobre él, mojando al profesor completamente.
Así pasaron horas enteras, lanzándose hechizos uno contra el otro y parecía que ninguno tenía la intención de rendirse, sin importar que estuvieran agotados. De la desesperación, Grindelwald comenzó a correr en dirección a Dumbledore y lo empujó con ambas manos con todas sus fuerzas, lo que provocó que cayeran en una pendiente abajo, rodando uno sobre otro velozmente entre las plantas.
Una vez dejando de rodar, Dumbledore quedó encima de Grindelwald, pero este lo tiró contra el suelo acomodándose a horcajadas sobre el torso del castaño. Puso su mano izquierda sobre el cuello de su adversario, mientras que con la derecha sostenía con firmeza la varita de saúco, apuntándole al rostro. Tenía ya tan cerca la victoria, que solo le faltaba un movimiento de muñeca para terminar con todo, pero algo en su interior se lo impedía. Esos estúpidos sentimientos no le traían nada bueno.
«Uno de los dos debe morir» recordó el castaño, a la vez que mantenía la mirada en los ojos de Grindelwald. Nunca se imaginó verlo así, parecía completamente otra persona con esos ojos llenos de locura. Estaba más que seguro que ese era su fin, y simplemente se quedó esperando ver aquella luz verde marcando su derrota, pero no llegó. El de cabellos platinados estaba tardando demasiado. Fue en ese momento cuando aprovechó para empujarlo y quitárselo de encima con todas las fuerzas que le quedaban.
Se arrastró por la tierra para recuperar su varita lo antes posible, antes que Gellert también lo hiciera. La tomó por fin en sus manos, y enseguida se levantó con mucho trabajo, sintiendo las piernas pesadas. Se aproximó a él, justo cuando acababa de agarrar la varita de saúco, pero antes de que pudiera hacer algo, lo desarmó dejándolo apenas arrodillado en el suelo.
Los dos magos respiraban agitadamente, teniendo la mirada clavada en la del otro. Albus había vencido, pues tenía a Gellert en el suelo y desarmado. Se puso a escasos centímetros de él y le apuntó con la varita.
«—¿Sabes por qué los caramelos de limón son mis favoritos? —cuestionó Dumbledore divertido.
—¿Por qué? —dijo el rubio confundido.
—Porque huelen a ti —sonrió de oreja a oreja mientras saboreaba uno de los caramelos—, y porque también saben a ti.
Aquella respuesta provocó que Gellert dibujara una pequeña sonrisa en sus labios, por lo que se acercó a besar a su novio cálidamente.»
—¡Vamos, Albus! ¡Matame ahora! —le gritó.
El de barba oscura cerró los ojos, apretando los labios, al mismo tiempo que unas lágrimas caían sobre sus mejillas. No existía dolor más profundo que el que estaba experimentado en ese instante. ¿Cómo se suponía que debía matar a la única persona que amaba con todo su ser?
—¡Mírame, Albus! —suplicó de nuevo esa voz que se quebraba—. Al menos dame la oportunidad de ver por última vez esos ojos verdes que me cautivaron —agregó dejando caer unas lágrimas por primera vez frente a alguien.
El mencionado lo obedeció y dirigió su mirada por última vez a aquellos ojos heterocromos.
—Te amo, Gell —conjuró un encantamiento donde hizo aparecer unas cadenas que aprisionaron las muñecas del rubio platinado. Por más que lo deseara, no podía acabar con su vida.