XIV. Varita De Saúco

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Quince días desde que Vince Jankovics se había ido a buscar al fabricante de varitas que podría tener información sobre la varita de saúco, o incluso poseerla, pero cada vez comenzaba a desconfiar más de él. Lo único que buscaba, era sacarle algo de provecho, mientras concluía su sexto año en Durmstrang, e ir a buscar las reliquias por sí sólo en el verano. Tampoco sabía a bien, por cuánto tiempo más podría mantener a la enfermera bajo la maldición Imperio.

De pronto se escuchó un ruido en la ventana cerca de su cama, entonces la abrió y se encontró con una carta pegada en el cristal, lo cual le pareció extraño, ya que no vio a ninguna lechuza. Cerró la ventana, con aquel papel en manos y lo abrió.

Te veo a medianoche, en el bosque prohibido.

Vince.

Hasta que por fin ese bastardo aparecía. Más valía que trajera buenas noticias, o algo de utilidad. Así que espero hasta la media noche para ir a encontrarlo, de todas maneras, no faltaba mucho para que llegaran las doce de la noche.

Llegada la hora, tomó su varita y salió del dormitorio con sumo silencio hasta llegar al bosque y buscar a Vince, con la luz que alumbraba la punta de la varita. Por fin lo encontró, detrás de un enorme tronco de un árbol.

—¿Y bien? —cuestionó Grindelwald.

—Tal vez pude encontrar algo, tal vez no —le sonrió burlón el chico.

—No juegues conmigo, Jankovics. Sabes que esto no es un juego.

—Te diré lo que pasó, pero antes deberíamos volver a negociar sobre esto. Quiero tener más beneficios sobre las reliquias, quiero la varita.

—¡La varita no será tuya! Y no se negociará nada de nuevo, así que dime lo que sacaste de esto, si no quieres que yo lo haga por las malas —espetó enfurecido.

—Grindelwald, Grindelwald. No me das miedo, sigues siendo un mediocre bueno para nada —el de cabellos negros soltó una risa burlona.

Gellert sintió la sangre hervir al escucharlo reír de cierta manera, perdiendo todos los estribos. Sin más, le soltó un puñetazo en la nariz y lo tomó de la camisa, estrellandolo en un árbol.

Legereme —pronunció apuntando con su varita a su adversario.

Inmediatamente invadió su mente, pudiendo ver sus recuerdos en primera persona. Se vio entrando a un establecimiento repleto de cajas de varitas, un montón de libros y pergaminos en un estante aparte. Registró el lugar en silencio, cuidando a ratos que no lo viera nadie. Al parecer no había nada que le pudiera dar señales de la existencia de la varita de saúco. Escuchó un ruido que lo puso en alerta, entonces metió bajo su abrigo un par de pergaminos que bien podían ser útiles o no. Enseguida se vio saliendo del establecimiento antes de ser pillado.

Salió de la mente de su compañero, lo registró y efectivamente, en un bolsillo estaban los dichosos pergaminos, amarillentos por lo antiguo, doblados y amarrados con una cuerda no muy gruesa. Soltó por fin al de cabellos oscuros bruscamente de la camisa.

—¡Esto no se va a quedar así, Grindelwald! —dijo con rabia mientras le veía rendido y con la nariz sangrante.

En tanto, Gellert no respondió. Le dio la espalda para marcharse de regreso al castillo, antes de tener problemas de nuevo.

Más Allá De La Muerte «Grindeldore»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora