XXX. ¡Avada Kedavra!

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La Marca Tenebrosa relucía por encima de la Torre de Astronomía, la más alta del castillo. Entonces vio, cómo la varita de saúco saltaba de la mano de Dumbledore. Apoyado contra el muro y muy pálido, el anciano se mantenía en pie sin dar señales de pánico o inquietud. Se limitó a mirar a quien acababa de desarmarlo y dijo:

—Buenas noches, Draco.

El muchacho avanzó unos pasos, lanzando miradas alrededor para comprobar si Dumbledore estaba solo. Descubrió que había otra escoba en el suelo.

—¿Hay alguien más aquí?

—Yo también podría hacerte esa pregunta. ¿O has venido solo?

—No. No estoy solo. Por si no lo sabía, está noche hay mortifagos en su colegio.

—Vaya, vaya —repuso Dumbledore como si le estuvieran presentando un ambicioso trabajo escolar—. Muy astuto. Has encontrado una forma de introducirlos ¿no?

—Sí —respondió Draco, que respiraba entrecortadame—. ¡En sus propias narices, y usted no se ha enterado de nada!

—Muy ingenioso. Sin embargo… Perdoname, pero… ¿Dónde están? No veo que traigas refuerzos.

—No tardarán en llegar. Yo me he adelantado. Tengo… tengo que hacer un trabajo.

—En ese caso, debes hacerlo, muchacho.

Guardaron silencio. El joven seguía mirando fijamente a Albus Dumbledore, quien, aunque pareciera increíble, sonrió.

—Draco, Draco… tú no eres ningún asesino.

—¿Cómo lo sabe? Usted no sabe de qué soy capaz, ¡ni sabe lo que he hecho!

—Sí, sí lo sé —dijo Dumbledore con suavidad— Estuviste a punto de matar a Katie Bell y a Ronald Weasley y llevas todo el curso intentando matarme; ya ni sabías qué hacer. Perdóname, Draco, pero han sido unas pobres tentativas. Tan pobres a decir verdad, que me preguntó si realmente ponías interés en ello…

—¡Claro que ponía interés! Es cierto que he estado todo el curso intentándolo, pero esta noche tengo mi varita y estoy a punto de matarlo…

—Amigo mío, no tiene sentido que sigamos fingiendo. Si pensaras matarme lo habrías hecho en cuanto me desarmaste, en lugar de entablar una agradable conversación.

—¡Yo no tengo opciones! —dijo Draco, que se había puesto tan pálido como Dumbledore— ¡Tengo que liquidarlo! ¡Si no lo hago, él me matará! ¡Matará a toda mi familia!

En ese momento se oyeron unos pasos que subían la escalera, y un segundo más tarde cuatro personas ataviadas con túnicas negras interrumpieron por la puerta y apartaron a Malfoy de en medio.

—¡Ha acorralado a Dumbledore! —exclamó un individuo, y se volvió hacia una mujer achaparrada que parecía su hermana y sonreía con entusiasmo—. ¡Lo ha desarmado! ¡Dumbledore está solo! ¡Te felicito, Draco, te felicito!

—Buenas noches, Amycus —lo saludó Dumbledore con calma, como si lo recibiera en su casa para tomar el té—. Y también has traído a Alecto… qué bien…

La mujer soltó una risita ahogada y le espetó:

—¿Acaso crees que tus estúpidas bromitas te van a ayudar en el lecho de muerte?

—¿Bromitas? Esto no son bromitas, son buenos modales —replicó Dumbledore.

—¡Hazlo, Draco! O apártate para que lo haga uno de nosotros… —gritó la mujer, pero en ese preciso instante la puerta se abrió una vez más y apareció Snape, varita en mano; recorrió la escena con sus ojos negros paseando la mirada, desde Dumbledore, hasta el grupo formado por los mortifagos y Malfoy.

—Tenemos un problema, Snape —dijo Amycus, con la mirada y la varita fijas en Dumbledore—. El chico no se atreve a…

Pero alguien más había pronunciado el nombre de Snape con un hilo de voz.

—Severus…

Por primera vez, Dumbledore hablaba con tono suplicante. Snape no dijo nada, pero avanzó unos pasos y apartó  con brusquedad a Malfoy de su camino. Snape cuyas afiladas facciones mostraban repulsión y odio, le lanzó una mirada al anciano.

—Por favor… Severus…

Snape levantó la varita y apuntó directamente a Dumbledore.

—¡Avada Kedavra!

Un rayo de luz verde salió de la punta de la varita y golpeó al director en medio del pecho. Gellert soltó un grito de horror, viendo cómo Dumbledore saltaba por los aires. El anciano quedó suspendido una milésima de segundo bajo la reluciente Marca Tenebrosa; luego se precipitó lentamente como un gran muñeco de trapo, cayó al otro lado de las almenas y se perdió de vista.

Grindelwald despertó con la respiración acelerada, aquella escena no podía ser cierta y apesar de que había sido un sueño, estaba casi seguro que era una más de sus visiones. Si no, ¿por qué se sentía tan mal? como si le hubiesen enterrado una navaja en el pecho.

A tan solo haberse incorporado, uno de los guardias se acercó a su celda para entregarle por una pequeña reja, una charola con zumo de calabaza y un pan.

—No puedo creer que Albus Dumbledore esté muerto —rompió el silencio aquel hombre, soltando una risita—. Imagino que debe estar feliz, porque por fin el hombre que lo encerró en este lugar tuvo un triste final.

Grindelwald no respondió, limitándose solo a tomar la charola y regresar hasta el fondo de la celda. El guardia se retiró al no recibir respuesta.

Si Dumbledore ahora estaba muerto, eso significaba que Voldemort iría a buscarlo en cualquier momento al descubrir el gran poder de la varita de saúco y que él había sido su último propietario antes que Albus. Y por supuesto que así fue; tan solo unos meses después, ahí estaba una figura humana que se había escurrido por la pequeña ventana de la celda. Pudo mirar entre la oscuridad, aquellos ojos rojos que se aproximaron a él.

—¡Ah, por fin has venido! Ya imaginaba que lo harías algún día. Pero tú viaje ha sido en vano: yo nunca la tuve.

—¡Mientes! —la ira de Voldemort latía con fuerza.

Grindelwald rió.

—¡Mátame, Voldemort! ¡No me importa morir! Pero con mi muerte no conseguirás lo que buscas. Hay tantas cosas que no entiendes… —aquello pareció enfurecerlo aún más—. ¡Mátame! —continuó Grindelwald—. ¡No vencerás! ¡No puedes vencer! ¡Esa varita nunca será tuya, jamás!

La ira de Voldemort estalló y un chorro de luz verde inundó la celda de la prisión; el frágil anciano se elevó y volvió a caer, inerte. Entonces Voldemort, se acercó a la ventana sin poder controlar su cólera.

Más Allá De La Muerte «Grindeldore»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora