XXII. Señores De La Muerte

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Algunos rayos del sol ya pegaban a través de las cortinas de la habitación, los cuales hicieron a Gellert despertar. Se incorporó de la cama tallando sus ojos y estirándose. Entonces pensó que ese mismo día debía continuar buscando las reliquias, no debía perder más tiempo.

Se sentó frente a la pequeña mesa, tomó tinta y un pergamino donde escribió:

Albus:

Ya que soy nuevo en este pueblo y tú llevas más tiempo aquí, ¿qué te parece si me guías y me muestras todo el lugar? Es más, no debería preguntarte, es un hecho que nos veremos, así que te espero en el cementerio a las 4:00 de la tarde.

Gellert.

Dobló el pergamino y lo amarró a la pata de la lechuza para que su mensaje fuese entregado.

•••

Llegó en punto de las cuatro de la tarde, tal como escribió en el pergamino y pensó que Albus sería puntual igual que las demás veces, pero no se apareció ni a las cuatro, ni a las cinco, lo cual era extraño y comenzaba a rendirse de que lo vería ese mismo día. Así que decidió adentrarse en el cementerio, mirando cada una de las lápidas esperando encontrar el apellido Peverell grabado en alguna de ellas.

Se encontró con una que parecía haber estado ahí por mucho tiempo, estaba llena de ramas de árboles y hojas, entonces se ocupó de quitarlas. Hecho eso, se dejó ver un símbolo que parecía un ojo encerrado en un triángulo; por supuesto él supo de inmediato que se trataba de las Reliquias de la Muerte, era algo que no podía olvidar y del cual hacía meses atrás que lo había adoptado como su marca, dejando grabada en una de las paredes de Durmstrang un día antes de su partida.

—La has encontrado.

—Creí que ya no vendrías.

—Perdona la demora. Mi hermano Aberforth se ha puesto un poco pesado.

Pudo notar a un Albus diferente a como lo recordaba en su estancia en Hogwarts, pues ahora sus ojos estaban apagados y no tenía la alegría que siempre lo caracterizaba.

—¿Qué ha pasado? Definitivamente hay muchas cosas que debes contarme.

—Más bien ¿qué no ha pasado, Gellert?

Los ojos bicolor se quedaron posados en los del castaño, esperando una respuesta.

—Mi madre murió mientras yo pasaba mi último día en Hogwarts. Lo supe por medio de una lechuza, y ahora por ser el mayor de los hermanos, toda la responsabilidad de ellos recae sobre mí. Entonces has de imaginar que ya nada es igual que antes, esto me ha caído como un balde de agua helada, sumando que mi hermana está enferma... o más bien diría que es diferente —tomó un largo y profundo suspiro, a la vez que sus ojos se cristalizaban.

Grindelwald puso sus manos sobre las mejillas de Dumbledore, haciendo que lo mirara directamente a los ojos.

—No dejaré que te desmorones así. Aquí estaré para darte fuerza cuando la necesites, porque quiero ver a ese chico de Gryffindor sonreír tan alegre de nuevo —lo dijo con la calma que siempre caracterizaba su voz.

El castaño solo se limitó a esbozar una ligera sonrisa. Entonces Grindelwald acercó más su rostro a él y lo besó con suavidad, de inmediato los brazos de Dumbledore rodearon su cuerpo.

—Basta, Gellert —rió al sentir los pequeños mordiscos que el rubio le propiciaba en el labio inferior—. Nos pueden mirar.

—Estoy harto de esconderme. Verás que cuando seamos los señores de la muerte esto va a acabar —señaló la lápida con el nombre de Ignotus Peverell grabado en ella.

—Sí, pero ¿qué conseguimos con esto?

—Conseguimos que el cuento de los tres hermanos no es una fantasía. Mi tía debe tener cientos de libros que nos puedan ser de utilidad.

—Está bien, está bien. Ahora vayamos a un lugar más alegre —mencionó con una mueca en el rostro al mirar las lápidas grices que les rodeaba—. Hay un lugar que me gustaría mostrarte.

Apenas terminó la frase cuando ya se encontraba caminando a la salida del cementerio, dejando a Gellert atrás.

—¡Vamos, señor Grindelwald! No tengo su tiempo —le sonrió burlón.

El rubio rodó los ojos devolviéndole enseguida la sonrisa.

Más Allá De La Muerte «Grindeldore»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora