XXIII. Pasado

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—¡Espera, Dumbledore! ¿Dónde me llevas? —mencionó agitado de tanto correr a través de la hierba y los árboles.

—Ya casi llegamos.

No le quedó más que continuar tras del castaño hasta que llegaron a un espacio abierto rodeado de diversos tipos de flora.

—Este es mi lugar favorito desde los 11 años —se dio la media vuelta para volver a encontrar sus ojos verdes con los de él—. Cuando la condición de mi hermana se volvió delicada y metieron a mi padre a Azkaban, las cosas se pusieron tensas entre la familia. Ya nada volvió a ser igual, así que nos mudamos aquí y descubrí este lugar que se volvió mi refugio.

—Lo es, verdaderamente es maravilloso este lugar —curvó cálidamente sus labios—. Pero… ¿qué es exactamente lo que tiene tu hermana?

Albus bajó la mirada soltando un profundo suspiro y se sentó en el pasto, Gellert le siguió.

—Estoy prácticamente seguro que ella es un obscurial. No he hablado de esto ni siquiera con Elphias, todos creen que está enferma, pero es mejor así.

—Hablas de esa magia tan poderosa y peligrosa que se crea al reprimirla.

—Sí. A mi padre lo encerraron por matar a unos muggles que solo hablaban mierdas de mi hermana por ser una bruja —arrancó un par de hierbas del pasto y estrelló su puño en la tierra—. Pero basta de mí, ¿qué hay de ti, Gell?

—Bah… —se recostó sobre el césped usando sus manos como almohada—. Mi familia fue torturada y asesinada por otra familia muy prestigiosa de muggles. Mis padres tenían negocios con ellos, hasta que por supuesto se dieron cuenta que éramos magos, pero yo logré escapar y me refugié unos días en un callejón.

»Me atraparon robando fruta un día, solo era un crío de siete años, así que al saber que no tenía padres me llevaron a un orfanato muggle, donde pasé los peores tres años de mi vida. Los demás niños hacían maldades y lo resolvían culpandome de todo, era cómo me llevaba los más terribles castigos.

—¿A consecuencia de ello tienes esas cicatrices en los brazos? —cuestionó Albus horrorizado.

—Sí —tragó saliva ya que le costaba trabajo recordarlo, siendo la primera vez que se lo decía a alguien—. Hasta que por fin todo eso acabó cuando cumplí diez años, gracias a Bathilda y al año siguiente recibí mi carta para ingresar a Durmstrang.

—Lo siento mucho, Gellert.

Al no recibir respuesta se acostó a su lado y lo abrazó con timidez recargando la cabeza en su hombro. El rubio le devolvió el gesto, rodeando a Albus con su brazo izquierdo. Su nariz rozaba los cabellos castaños de su novio, lo cual le encantó y le tranquilizó aún más. Estaba más que agradecido por tenerlo a su lado, de lo contrario todos aquellos recuerdos le desencadenarían en ansiedad y seguido de eso quizá lo llevaría a cometer una atrocidad.

Las horas pasaron muy rápido, el cielo comenzaba a oscurecer y las estrellas se dejaban ver brillar. Si fuera por él, se quedaría toda la noche ahí pero para Albus parecía no ser así.

—Se está haciendo tarde, Aberforth me va a matar.

—¿Desde cuando el gran Albus Dumbledore se deja mandar por su hermanito menor? —mencionó en un tono serio, al mismo tiempo que acomodaba su torso encima de él acorralandolo.

—Sé que es absurdo, pero es una larga historia. Ahora déjame ir.

—¿A cambio de qué?

—Lo que quieras, pero de verdad me necesito ir.

—No —sonrió aproximándose a sus labios y plantarle unos besos que fueron correspondidos.

—Muy buena estrategia, Grindelwald, pero aún así eso no hará que me quede más tiempo aquí —dijo divertido y lo tiró al suelo quedando ahora sobre él.

—Está bien, pero esto no se quedará así, Dumbledore —bromeó.

Más Allá De La Muerte «Grindeldore»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora