XI. Golosinas

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Caminaba por uno de los pasillos del colegio, cuando vio de espaldas a Albus, recargado en la pared. Reconocería ese cabello a metros de distancia, con unos rizos que se le formaban agraciados en la nuca, entonces sintió momentáneamente a su corazón dar un brinquito de alegría, algo sumamente inusual en Gellert.

Dio unos pasos más hacia el chico, y fue cuando cayó en cuenta de que no estaba solo, así que automáticamente se detuvo. No era su amigo Elphias, ni otro chico, sino una chica; sí, una bruja. Ambos conversaban plácidamente y sonreían. Era la misma chica con la que bailó en el pequeño ensayo para el baile de navidad, y no se podía negar que era hermosa.

Tragó saliva, sintiendo un incómodo nudo en la garganta, así que decidió darse la media vuelta e irse, y fingir que no pasaba nada. A fin de cuentas eso era lo que sabía hacer mejor; ocultar sus emociones con su típico rostro gélido.

—¡Gellert!

No tuvo tiempo de voltear siquiera, porque el dueño de aquella voz lo había alcanzado y se encontraba caminando a su lado.

—Albus —pronunció en seco.

—Qué gusto verte —sonrió.

Gellert apenas curvó sus labios, muy poco perceptible.

—Quería devolverte el libro que olvidaste el otro día —le estiró la mano con la portada del libro, “Los Cuentos de Beedle el Bardo”.

—Gracias, lo había estado buscando —dijo mientras tomaba el libro—. Me matarían si no lo devuelvo a la biblioteca.

—Ya me pagarás por salvarte el pellejo dos veces —el castaño rió.

Los ojos bicolor se posaron directamente en los de Albus, esbozando una sonrisa más amplia que la última vez.

—Ya sabes que podrás contar conmigo en lo que quieras.

—Por supuesto —sonrió desviando un poco la mirada de él. Parecía intimidarlo cuando se miraban directamente así—. ¿Quieres ir a Hogsmeade?

El rubio asintió con la cabeza y caminaron al pueblo a las afueras del castillo. Todo era silencioso pero cómodo, entonces recordó el sueño que había tenido con él.

—¿Quieres golosinas? —preguntó Albus rompiendo el silencio.

—Claro.

Entraron a la tienda Honeydukes, donde se encontraron con miles de golosinas para llevar. Era como un paraíso para Albus e inmediatamente Gellert supuso que le gustaban demasiado, a juzgar por el semblante alegre que mostraba en su rostro el chico.

Albus comenzó a elegir un poco de todo, entretanto el rubio solo lo observaba y lo seguía adonde el castaño se dirigiera.

—Vamos, Gell. Toma los que quieras —le animó.

Curvó cálidamente los labios y tomó algunos dulces. ¿Gell? ¿Le había llamado Gell? Usualmente siempre lo llamaban por su apellido, rara vez por su nombre cuando alguien llegaba a tener cierta cercanía con él, pero Albus sin duda era diferente y le trataba diferente que los demás. También lo admiraba por ser tan alegre, que en ocasiones a Gellert le lograba contagiar eso.

Salieron de la tienda después de pagar las golosinas, Albus con los bolsillos llenos y otro montón que llevaba cargando en una bolsa. Ambos se sentaron en una mesa de madera que encontraron vacía, a unos pasos de la tienda, para probar lo que acababan de comprar.

El rubio quitó de su envoltura a un caldero de chocolate, hacía mucho tiempo que no había comido uno o cualquier otra golosina. Aquello le recordó tanto momentos buenos, como malos. Su acompañante no tardó mucho en darse cuenta por su expresión.

—¿Sucede algo?

—No… bueno… —dijo Gellert con algo de trabajo.

—Vamos, puedes contarme —el castaño puso una mano sobre su brazo.

—Cuando era niño mi madre me compraba golosinas, y yo era feliz… Pero… —tragó saliva y continuó— ya no volví a comerlas después de que ella y toda mi familia muriera —hizo todo lo posible por contener unas lágrimas—. No me gusta hablar de ello en realidad.

—Tranquilo, no me tienes que contar si no te sientes bien para hacerlo —Albus le sonrió en consuelo.

—Mejor disfrutemos lo que hemos comprado —Gellert trató de sonreír y mordió el caldero de chocolate—. Excelente, había olvidado lo bien que sabe.

—Igual que los diablillos de pimienta —se llevó a la boca el pequeño dulce color negro y enseguida le salió humo por las orejas.

El semblante del rubio cambió a uno divertido, al ver dicha escena. Se animó a probar una también y ambos rieron al salirle humo de ambas orejas.

Más Allá De La Muerte «Grindeldore»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora