Capítulo 23: Confesión inesperada

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—Te amo José Luis…— lo mira— creo que jamás había amado a alguien tanto como a tí.

—Dios…— la abraza con fuerza— te amo Altagracia, te amo, no lo olvides nunca. 

Luego de esa confesión durmieron abrazados toda la noche. José Luis no la soltó ni por un segundo. Necesitaban sentirse, amarse, disfrutar de su compañía.

Cuando José Luis despierta en la mañana, ve la hora y se da cuenta de lo tarde que era, pero al ver a Altagracia apegada a él durmiendo, decidió dejarlo pasar. No sabía qué hacer con ella, esa mujer era su veneno y su cura. La amaba como un loco, perdía la cordura a su lado.

De pronto, Altagracia abre sus ojos y ve a José Luis observándola.

—Buenos días guapo— le sonríe.

—Buenos días hermosa— la besa con dulzura.

—¿Qué hora es?

—Son más de las 12 señorita.

—¿Qué?— se sienta en la cama— nos quedamos dormidos…

—Tranquila, no hay prisa, un día que lleguemos tarde no pasará nada malo— la abraza— Déjame disfrutarte un poco más.

—Bueeno, no puedo rechazar una oferta como esta— ríe.

—¿Te puedo preguntar algo?

—Claro, dime— lo mira.

—¿Cómo es que ahora te sientes enamorada?

—Cuando te fuiste yo te extrañé demasiado. Me preguntaba todo el tiempo dónde estabas, cómo estabas, si ya me habías reemplazado— ríe— Creo que jamás te superé, no pude olvidarte y no pude dejar de amarte.

—O sea que ya me amabas de antes…

—Creo que si, no lo sabía en ese momento, pero cuando volviste, José Luis, detuviste mi mundo por completo— Se sienta sobre la cama y queda frente a él— Tu me miras y siento una gran desesperación por besarte. Me encanta como me miras, como me tocas, como me besas, como me hablas...me encantas todo tú, por completo. Y aunque intenté al comienzo alejarme de ti, no puedo dejarte de amar, no puedo José Luis…

—No lo hagas Altagracia— la besa como si de una necesidad se tratara— No me dejes de amar. Vivamos lo que tenemos ahora. Déjame amarte y cuidarte como siempre he querido. Eres lo más importante que tengo, lo único que me queda, y ya se me va a ocurrir algo para alejarte de ese imbécil. No voy a perderte otra vez.

Toda la mañana se la pasaron juntos. Disfrutaron por unas horas lo que era convivir juntos sin miedos, sin terceros. En el pecho no les cabía todo el amor que se tenían. Reían, jugaban, se acariciaban. Estaban en su espacio, en su mundo. 

Pasadas algunas horas, Altagracia le pide a José Luis que la lleve a su departamento para cambiarse de ropa e ir a la empresa. Ambos tenían aún mucho trabajo que hacer. Por lo que José Luis accede y la lleva. La deja en su departamento y se va hacia la empresa.

José Luis desde ya quería comenzar a planear algo para librar a su mujer de aquel tipo. No soportaba la idea de verla casada con otro, mucho menos ahora que ella había admitido que lo amaba. Él jamás imaginó que ella sería capaz de decírselo, de abrir su corazón realmente. Había aprendido a amarla sin presiones, sin obligarla a decir o hacer cosas que no quería. La entendía mejor que nadie, la sentía mejor que nadie. No hallaba la hora para poder tenerla libremente para él, hacerla suya cada día, besarla cada día, mirarla cada día. El hombre de hierro se volvía de carne cada vez que la tenía frente a él. 

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