Capítulo 39: No me abandones

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José Luis había estado todo el día buscando a Altagracia. Llamó a todos los números de la gente que pudo haberla visto, pero nadie tenía respuestas. De pronto, llegan a su lado Genaro y Matamoros con una información que podía ser importante.

—Patrón, dicen que un tipo con las características de Contreras rentó un yate en esta misma playa— le informa Genaro.

—¿Y qué están esperando? ¡Llévenme hijos de la chingada!

—Señor, está todo listo para ir en dirección al yate— confirma Matamoros.

La desesperación que sentía José Luis en ese momento era algo inexplicable. No podía verbalizar todo lo que sentía. Estaba aterrado, la mujer que amaba estaba en peligro y temía llegar muy tarde a su encuentro. ¿Y si el le había hecho daño? ¿Y si ya estaba muerta? Eran preguntas que no dejaba de hacerse. Le había prometido que cuidaría siempre de ella, pero por dejarla sola sucedió esto y no era capaz de perdonarse a sí mismo. ¿Acaso Altagracia podría perdonarlo también? No podía dejar de pensar en toda clase de escenarios. De lo único que estaba seguro era de cuánto la amaba y que recorrería el mundo entero si era necesario para encontrarla. Y que si ella estaba muerta...ya no quería vivir más.

—¡Señor! ¡Ahí está el yate!— dice Matamoros sacándolo de sus pensamientos.

—¡Vayan más rápido! Altagracia no puede seguir esperando— dice con desesperación.

Cuando estaban más cerca logran divisar el fuego y el humo que les prohíbe ver con claridad si hay alguien dentro. De pronto, una explosión de hace presente frente a sus ojos dejando a todos en estado de shock.

—¡ALTAGRACIAAA!— grita José Luis desesperado.

Sin pensarlo dos veces, se lanza al mar esperanzado en encontrarla. Sentía que se ahogaba y no precisamente por el agua. Su corazón estaba hecho trizas, el aire no llenaba sus pulmones. Necesitaba encontrarla, necesitaba verla, y rogaba a Dios o a lo que fuera que lo escuchara que por favor ella estuviera viva.

Altagracia, mi amor, por favor, aparece...decía una y otra vez mientras nadaba sobre el inmenso mar buscando aunque fuera el cuerpo de la rubia.

Su vista se fija en algo que flota y rápidamente nada hasta ello esperando que fuera ella.

—¡Altagracia!— dice entre lágrimas al verificar que era ella.

Estaba realmente mal, no sabía si respiraba, si su corazón latía aún, solo le importaba sacarla de ahí lo antes posible.

—Yo te voy a sacar de aquí mi amor...— la toma entre sus brazos y nada con ella hasta donde se encontraban Matamoros y Genaro.

La humedad en su rostro era una mezcla de lágrimas y agua. Le dolía el alma, el corazón. No podía perderla, no otra vez, no para siempre.

Sube a Altagracia al yate con la ayuda de los muchachos y luego sube él.

—Vamos rápido por favor— dice en un llanto descontrolado.

Matamoros intentaba reanimarla mientras observaba a José Luis llorando sobre el cuerpo interte de la Doña. A él también le dolía la situación, pero no podía quebrarse cuando había que salvarle la vida...si es que esto era posible.

Al llegar a tierra, la ambulancia los estaba esperando. José Luis sube con ella a ésta. No quería separarse ni por un segundo de su mujer. Una vez en el hospital eso se le hace imposible, debían llevar inmediatamente a Altagracia adentro para reanimarla, ver si había una vida que salvar.

El empresario se sienta sobre el piso en el pasillo. Cae ya sin fuerzas, aterrado, sintiéndose culpable e inútil.

—Señor...— llega Matamoros a su lado— ella saldrá de esto...

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