Capítulo 14: Sin ataduras

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-Eres mi perdición Altagracia...a veces eres dominante- besa su espalda- y otras veces eres sumisa...ya no se lo que quieres...

-Ahora lo que quiero es tu lengua...tus manos- suspira-...tu piel...tus latidos...termina con esta tortura ya- le dice con la respiración entrecortada

José Luis sube la pierna de Altagracia con delicadeza al escritorio y comienza a introducirse en ella haciéndola soltar un gemido de alivio. Las penetraciones son suaves, lentas, llenas de deseo, de pasión. Necesitaban recuperar el tiempo perdido, sentirse, amarse, aprovechar cada célula que tocaban del otro. La piel de ambos quemaba, ardían por el placer que sentían. Esto era pasión el el más amplio sentido de la palabra, la mezcla perfecta entre amor y deseo.

Él toma las caderas de Altagracia con sus grandes manos, sin dejar de admirar su cuerpo. La toma con posesión, como si se le fuera a arrancar si no la tomaba con firmeza. Sale de ella y vuelve a entrar una y otra vez, sintiendo su cavidad abrirse en cada embestida. José Luis sale de ella luego de un rato y la sienta sobre el escritorio, mirándola ya a los ojos, viendo cómo el verde de sus ojos se volvía más intenso por el deseo y penetraba en él como si de un hechizo se tratara. Vuelve a embestirla suavemente y ella toma el rostro de José Luis para besarlo, necesitaba sentirlo en sus labios nuevamente. Este beso estaba lleno de amor, de dulzura, de entrega, de deseo. Altagracia jamás se lo había dicho, pero amaba la suavidad de sus labios, esos labios abrasados por la calentura. A pesar de no tener labios carnosos, ella los sentía como si fuesen el más exquisito de los manjares. Él se sigue moviendo dentro de ella con suavidad, intentando sentir cada milímetro de su interior mientras se funden en ese beso imperioso. Las manos de Altagracia bajan hasta los glúteos del empresario y lo presiona aún más hacia ella para profundizar en aquellas embestidas. El entiende lo que su mujer necesita, pero necesita escucharlo de su boca.

-Altagracia...dime lo que quieres- le pide con la voz entrecortada.

-Dame más rápido José Luis- le muerde el labio una vez más.

Él baja sus manos desde su espalda hasta su trasero y lo toma con fuerza para inmediatamente comenzar a acelerar sus embestidas. Una y otra vez arremete contra ella haciéndola gozar en cada penetración. La rubia se aferra fuertemente de su espalda y muerde su hombro para acallar un poco sus gemidos, pero el placer que siente es tanto que no logra oprimir más sus gritos y los suelta haciendo que estos retumben por toda la oficina. Cuando José Luis siente que su mujer se está dejando ir, hace lo mismo y llegan al clímax así, abrazados sobre su escritorio.

-Te necesito Altagracia- le dice sin dejar de abrazarla, aún dentro de ella.

-¿Estás seguro de lo que dices?- le pregunta besando su hombro.

-Mujer, mírame...

Ella lo mira durante unos segundos, como intentando penetrar en su mirada, quizás intentando averiguar qué pasaba por su cabeza, que era lo que José Luis sentía estando con ella.

-Estoy muy seguro de lo que te digo- le dice rompiendo el hielo.

-¿No te irás corriendo otra vez?- le acaricia el cabello.

-No- sonríe- no puedo alejarme de ti Altagracia ¿No lo entiendes? Eres como un imán para mí.

-¿Y qué haremos con Amatore?

-¿Qué tiene que ver ese pendejo?- le dice soltandola.

-¡Hey! No te enojes- se apega a él sin bajar del escritorio- ven..

-Mmm...no me gusta que estés con él.

-Yo sé, pero acabamos de firmar un contrato con él y me sigue llamando.

-Ese cabrón...pinche imbécil, es todo un mafioso Altagracia. Si lo dejas así como así, no pos...es capaz de matarnos...

-Por eso te digo- le da un suave beso- vamos a tener que seguir con esa farsa, amor...

-Si me sigues llamando así, soy capaz de llevar cualquier farsa- ambos ríen y se besan.

-Por ahora quiero solo aprovechar el tiempo contigo- le besa el cuello- Él no está aquí ahora, y debemos aprovechar eso.

-No pensemos en él entonces- acaricia su rostro- quiero disfrutarte al máximo.

Luego de unos minutos disfrutando de su compañía, ambos se visten. Una vez vestidos ella se sienta sobre sus piernas y acaricia su rostro mientras apoya su cara a la de él. José Luis no puede creer que todo esto le estaba pasando, que tenía a su mujer nuevamente en sus brazos, que podía besarla cada vez que quisiera y sentir sus caricias.

-Altagracia, esta vez es en serio ¿Verdad?

-¿A qué te refieres?- separa su rostro del de él y lo mira- no entiendo.

-La vez anterior que estuvimos juntos...digo, hace un par de años, yo sí me enamoré de ti Altagracia, y tú solo me usaste...

-Amor, amor- le toma la cara- yo no te usé. Yo también te quise, y mucho, pero el dolor me confundió, me hizo sentir que quería a otra persona solo porque estaba sufriendo lo mismo que yo...

-A León...- le dice interrumpiéndola.

-Si...pero mírame. Ahora estamos juntos, y no estoy jugando a nada, solo estoy haciendo lo que mi corazón me pide que haga.

-¿Me lo prometes?- le pregunta como un niño lleno de inseguridades.

-Te lo prometo- le sonríe- ahora me tengo que ir, hay trabajo que hacer- se levanta de sus piernas y José Luis aprovecha para darle una nalgada- ¡óyeme!- ríe.

-Ese que eres tan apetecible mujer- le dice riéndose con ella.

-Nos vemos corazón- le dice saliendo de la oficina.

Navarrete queda en su escritorio mirando la puerta hasta que ésta se cierra. Está en el cielo, ella lo lleva hasta la cima con solo mirarlo. Acababa de poseer a su mujer por completo, incluyendo su corazón, ese corazón de piedra que en sus brazos se volvía de carne. Ya no quería más venganza, ya no quería sacarle celos con nadie, solo quería amarla, cuidarla y darle todo lo que quedó pendiente hace unos años.

Altagracia por su lado se va feliz a su oficina, hace tiempo que no sonreía así. Se sentía plena, amada realmente, muy distinto a lo que Cisco la había hecho sentir estos años, ese chico estaba obsesionado con ella, pero José Luis era un hombre hecho y derecho, poderoso, atractivo, que realmente la amaba como nadie. Ella en sus brazos se sentía segura, protegida, y eso era algo que no cualquier hombre podía hacerle sentir.

Pasadas las 8 de la noche, Altagracia decide irse a casa. Estaba cansada, y José Luis le había quitado demasiada energía. Él le había pedido que se quedara con él esa noche, pero decidió no hacerlo, ya que tenía demasiadas cosas que hacer y si se quedaba con él solo se la pasarían en la cama.

Cuando llega a la puerta de su departamento divisa a alguien sentado en la entrada, una vez que se acerca se lleva una gran sorpresa.

-¿Tu? ¿Qué haces aquí?

***

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