8.Gente rota.

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Hemos salido del comedor entre todas las miradas en nosotros. Estoy siguiendo a Aiden sin saber a dónde se dirige, camino detrás suyo, a paso lento y neguitoso. A su lado soy muy bajita, o él muy alto, creo que es la combinación entre ambos polos. No digno a sacar un tema de conversación porqué, mientras camina, está con la mirada perdida, pensante, fría. Parece que quiere hablar de un tema serio y a mí me está matando la curiosidad al mismo tiempo qué el miedo.
Salimos del instituto para encontrarnos en el patio trasero de este mismo, siempre me ha encantado ese jardín. Por suerte o no tanta, no hay nadie, de hecho en teoría yo tendría que estar en clase, pero estoy faltando por este estúpido idiota y no me enorgullezco de eso.

Estoy sumisa en mis pensamientos cuándo Aiden se para de golpe y se gira hacia mí, en medio del jardín. Lo siento musitar algo pero no lo logro entender, sus ojos verdes me escanean el cuerpo de pies a cabeza atorándose en mi boca, haciéndome sonrojar un poco, no demasiado. Parecen horas las que nos quedamos mirando, en realidad son escasos segundos. Y no sé porqué, pero me gusta este silencio.

Antes de que me dé cuenta mi curiosidad habla por sí sola. –¿Y bien? Que querías decirme.–Ha sonado un poco borde, pero me da igual.

Su expresión es neutra, su mirada fría, y sus ojos vacíos. Espera un largo tiempo a responder. –¿De qué tienes miedo?

No entiendo su pregunta. –¿Miedo? Podrías concretar. –Sarcasmo.

La punta de sus dedos friega el puente de su nariz indignado. –Te lo pondré más fácil. –Se acerca unos pasos y me toma de la muñeca acercándose a mi rostro, tiene que bajar un poco la espalda por la diferencia de altura. Intento escaparme de su agarre pero fallo, por eso le tiro una mirada de asco. Lame su labio inferior antes de seguir. –¿Porqué has estado mintiendo todo el verano?

Mi respiración se para en seco. Lo peor, es que yo tampoco tengo la respuesta que él necesita. No pienso contarle lo de mi hermana, si es a eso a lo que se refiere, ni si quiera se lo he contado a mis mejores amigas, creo que a él sería la última persona en el mundo a quien se lo contaría.

Sin embargo, él sabe que no he viajado a Italia, así qué sería inútil mentirle. Suelto un suspiro agobiada. –¿Qué problema tienes conmigo? ¿Acaso yo te he hecho algo? ¿Puedes dejar de meterte en mi vida? Por favor. — La rabia en mí solo aumenta al mirarle a los ojos. Le agarro la mano con la que tengo yo libre y lo aprieto. –¿Sabes? ¡Cuéntalo! ¡Cuéntales mi secreto! ¡Húndeme! Pero por favor, aléjate de mí. –Si no recuerdo mal es la primera vez que le digo algo sincero.

Me suelta y su cara se relaja. –Creo que tienes una idea muy equivocada de mí, niña.–Se acerca pero esta vez, hunde la cara en mi cuello, y su boca roza mi oreja, me susurra algo. –No quiero hundirte, quiero conocerte, quiero que te vuelvas loca cuando me veas pasar y sobretodo quiero que dejes de engañarte a ti misma de una jodida vez. –Separa la cabeza de mi cuello con una sonrisa despampanante antes de volver a escanearme rápidamente. –Hay algo que ha cambiado en ti des del año pasado, y no sólo físicamente, tienes algo, algo que te atormenta, que te quita el sueño. Y eso me mata de curiosidad, así que no, no me voy a alejar de ti, no hasta que lo encuentre.

Me quedo en blanco, delante de esa confesión, no sé cómo responder o contraatacar. Finalmente vuelvo en sí y mi voz revolotea en mi boca deseando preguntar. –¿Cómo lo sabes? Cómo sabes que mentí, cómo sabes que tengo más secretos. –Antes de decir la última parte, los ojos se me cristalizan del impulso que siento. –¿Cómo sabes que estoy rota?

No puedo evitar derramar una lágrima y él desvía la mirada hacia el cielo. Su semblante es cómodo, neutro, cómo en el principio de la discusión.  Su perfil es perfecto, este chico está esculpido por los mismos dioses. Suelta una risa triste y agacha la cabeza. –Yo llevo muchos más años que tú fingiendo ser feliz. ¿Sabes? Las personas que están rotas se pueden entender mejor entre sí.

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