22. Especial Halloween.

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Ha pasado la semana en un abrir y cerrar de ojos, la verdad es que no he hecho nada en particular, lo único "novedoso" han sido los aumentos de ensayos semanales con el entrenador, a los cuales, Bertha no se ha dignado a presentar. Por lo restante ha estado una semana atareada, y llena de estudios.

Mi mente sigue preguntándose cosas, por ejemplo, cómo supo el rubio lo de mi madre, quién era ese niño, si Aiden sabrá otro secreto, y lo que más me ronda, Jack. Desde ese día no le he vuelto a ver y no tengo su número guardado, si lo tuviera estoy convencida de que ya le habría roto el buzón de voz, tengo la necesidad de oír su voz de nuevo.

Sus ojos negros y oscuros se incrustan en mi cerebro y no me deja pensar con claridad, su pálida piel, su rostro definido, sus secretos más oscuros.

¿Qué ocultan realmente Jack y Aiden?

Papá y yo estamos un poco mejor, ha ido unas cuantas veces a ver a lLía esta semana, la niña lo ha recibido encantado, en cierto modo me enoja que mi hermana lo perdone con tanta facilidad, se ha olvidado de ella durante mucho tiempo cuando más lo ha necesitado y Lía lo perdona una y otra vez ignorando el mal que le hace su ausencia, seguramente si mamá regresara, esperemos que no lo haga, ella la perdonaría en menos de un minuto. Tan sólo en pensar en su inocencia, o estupidez, se me remueve el estómago.

Mamá.

En lo que llevamos de historia nunca he hablado de las cosas buenas que tenía mamá, seguramente a estas horas penséis que ella es una persona horrible y despreciable, pero, en realidad ella era todo lo contrario. Nunca me he llevado bien con papá, hasta que obviamente pasó lo ocurrido. Él y yo siempre discutíamos por todo, nos gritábamos y pasábamos hasta semanas sin hablarnos, siempre era mamá quien ponía paz entre nosotros. Mamá era, o es dónde quiera que esté, una mujer muy dulce y cariñosa, aparte de bonita físicamente, siempre he tenido una segunda mano por su parte, me ha ayudado con lo que ha podido, ha dado todo aquello que tenía por sus hijas, me dejaba salir de noche, no hasta muy tarde, pero me dejaba, ella era una madre comprometida y envidiable. Todo iba perfecto, fantástico, éramos una familia felizmente perfecta, estables y honrados, demasiado bonito para ser verdad.

Todo cambió ese día, y no me refiero al día en que mamá se marchó de casa.

Esto ya venía de antes.

Mamá ya no sonreía, llegaba tarde a casa, yo no sabía porque. Hasta que lo supe de golpe.

Empecé a tener que tirar bolsas con "polvos mágicos" que hacían a mamá feliz a los 10 años de edad. Papá nunca supo nada, mamá me obligó a callar, me dijo que si se lo contaba a alguien se la llevarían a un lugar horrible, que le harían daño, yo no podía perderla.

A pesar de mi falta de conocimiento envolvente a las drogas, sabía que eso era malo para el cuerpo, no tuve más remedio que soplar polvos y vaciar cajitas de pastillas para para que la que algún día llegó a ser mi madre, buena y perfecta, volviera conmigo a arroparme por las noches.

Mamá empezaba a adelgazar, y ya bien entrados los catorce, llego ese mes, ese día, ese momento, ese instante en el que decidí enfrentarme a ella. En cierto modo entendía porque se drogaba, estaba cansada de su vida perfecta, no tenía ganas de luchar y yo trataba de empatizar con ella, pero que Lía se encontrara con uno de sus sobres y quisiera probarlo "igual que hace mamá" fue la gota que colmó el vaso, no podía permitir que esto involucrara a la persona más importante de mi vida y menos a los 6 años de edad que mi hermana tenía en ese momento.

Pasado ese día, que aún no estoy lista para recordar, lo entendí. Entendí que la egoísta en este cuento no era yo, entendí que esa ya no era mi madre, que estaba luchando en vano, que no le importábamos una mierda su esposo y sus hijas, que mientras ella salía de fiesta y se metía substancias tóxicas en el cuerpo, yo empezaba a tener mis primeros ataques de pánico y mis primeros cortes. Ella se drogaba, yo limpiaba. Ella iba saliendo, yo me iba encerrando. Ella se sentía más viva, yo estaba muriendo por dentro.

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