24. Después de un atardecer.

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Las pequeñas rocas afiladas se clavan en mis pies como agujas, duele, duele muchísimo, sin embargo, ese dolor va disminuyendo al pasar los minutos porque hace un frío desgarrador que está acabando con mi sistema nervioso. No me detengo, corro por debajo de la nieve entre los árboles del oscuro bosque, no quiero que me atrape, no quiero caer en sus zarpas otra vez.

Intento recordar todos esas cosas bonitas de mi vida para tener algo a lo que aferrarme y seguir luchando hasta el final, mis piernas llenas de sangre no logran avanzar demasiado y cada vez lo noto más cerca de mí, veo su sombra, escucho su voz, huelo su alma. Trato de apoyarme en uno de tantos árboles para recuperar segundos de respiración, sé que si miro atrás me encontraré con el susodicho, por eso no puedo girar la cabeza, tengo que huir. Mi mano se separa de la corteza del trozo de madera para seguir mi camino sin destino alguno, obligo a mis rodillas desnudas a seguir moviéndose sabiendo que en algún momento estas dejarán de funcionar.

Y entonces me paro en seco.

El sonido de unos pájaros moviendo las ramas me alteran, esto es verdaderamente una historia de terror, una pesadilla.

La electricidad me ahorca el cuello y ya casi no sale mi respiración, antes condensada. La veo, al fondo del oscuro camino, entra la baja niebla negra, está parada con un vestido negro, intento encontrar sus ojos pero sólo puedo obtener un blanco vacío, estos han perdido su color natural. Ella tiene las manos ensangrentadas, sangre opaca y oscura, igual que las manchas de mi vestido blanco de tela fina. Cada vez la recuerdo distinta, más distorsionada, y al final, la voy a olvidar por completo.

Mis labios se entreabren un poco, en parte temblantes por el frío abrasador. Una oleada de recuerdos de aquel día se abren sin yo poderlos cerrar, duele más que las heridas físicas en mi cuerpo.

Y ahora yo aquí parada, me doy cuenta de que el monstruo del que huía, me ha alcanzado, ha llegado hasta detrás de mí, y tengo su podrido aliento chocándome en la nuca, esperando a matarme y destruirme en cualquier momento. Ya no me importa, vuelvo a mirar a la mujer del final del camino y entonces susurro por primera vez.

–Mamá.

Tengo ganas de abrazarte.

Una oscura sombra me rodea la cintura y frota con suavidad algunos mechones de mi pelo perfectamente despeinado, siento una soledad espeluznante en ese ser que me persigue, sin embargo, sigo sin darme la vuelta para enfrentarme, mantengo mi mirada fija en Mamá. Derramo una triste lágrima al pensar que estoy perdiendo la cordura y entonces, la sombra en forma de espada, se coloca en el centro de mi pecho, dejo caer mis brazos a un lado, ya es inútil intentarlo, pero antes de que el filo atraviese mi piel una pregunta me resalta en la mente.

–¿De qué estoy huyendo?

Y entonces siento la daga negra incrustarse en mi piel,

***

Ayuda, no entra aire en mis pulmones.

Me despierto con la cara sudada y la respiración muy acelerada, pego un salto de la cama y el nerviosismo me invade en lo absoluto. Me pongo una mano en el corazón y miro mi entorno analizando.

Estoy en mi habitación.

Y he tenido un sueño.

Otra pesadilla.

Yo estaba, yo, estaba, en un bosque, luego Aiden, luego Jack...luego, ese sitio, mamá, las cadenas.

¡Las cadenas!

Levantado las sábanas, miro mis muñecas y tobillos en busca de alguna pista, pero... No hay nada, ni moratones, ni daños. Examino durante un buen rato todo mi cuerpo entero y lo único que logro encontrar es humedad en mis mejillas.

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