20. Nos destruimos sin darnos cuenta.

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Aiden me deja recostada en la parte trasera del vehículo, me recomodo aún aguatando mi mano en el vientre debido al dolor de los golpes, una vez abrochada él se sube de piloto y arranca su caro y cómo siempre lujoso auto.

Pasan cinco minutos y no puedo quitarle la vista de encima, parece qué está demasiado metido en sus pensamientos, eso me asusta, se encuentra con una mano tensa en el volante y las cejas medio encorvadas haciendo una casi mueca de enfado. Con el otro brazo apoyado en la ventana repicotea los dos dedos del medio neguitoso. Sin duda está tenso, no me gusta cómo puede acabar eso. Antes de que me de cuenta él y yo conectamos las miradas a través del retrovisor, sus ojos verdes con los míos color miel, no aparto la vista. Él se ve obligado a fingir su sonrisa más pícara, sin embargo, a mi no me engaña su fachada, lo conozco lo suficiente cómo para saber que no quiere que le pregunte sobre el tema, pero, también sé que lo voy a hacer de todos modos.

–¿En qué pensabas tan serio? –Rompo el hielo.

Desvía la vista hacia la carretera, su cara de disgusto es notable en estos instantes. Eso me confunde.

–¿Ahora te preocupas por mí? Eso es nuevo, niña. –Vuelve a fingir en una sonrisa.

–Vamos, ¿Qué te pasa? –Intento ser cortés, si tengo que pasar una noche con él es mejor que sea de buen rollo, sólo para tolerarlo un poco mejor.

Aiden aprieta más sus manos contra el volante mientras cambia de marcha y toma la segunda salida en una rotonda, es de esas personas que conducen cómo si la carretera fuera suya, sin control, rápido y imprudente, a esos qué tu madre le gritaba cuando se saltaban un semáforo en rojo a toda velocidad, bueno en mi caso mamá lo hacía hasta que se marchó, claro.

–¿Por qué tan pesada? –Sus labios se curvan ligeramente hacia abajo. –¿Sabes? Me caes mal cuando eres odiosa y irresponsable, pero cuando eres amable y vas con la fachada de " soy una niñita buena y feliz qué se preocupa por todos", aún me caes peor. –Espeta con total honestidad.

Una oleada de rencor y rabia me llena las venas.

–¿Sabes qué? Mejor muérete. –Respondo.

Él espera unos segundos a contestar, luego sonríe. –Eso está mejor, niña.

Decido no responder, pasan alrededor de unos 15 minutos, aunque no lo sé con certeza porqué me he quedado casi dormida ya que llevo un día sin dormir nada y mi cuerpo pide a gritos un descanso. Me despierto por el sonido de la puerta del coche abriéndose. Nos encontramos en un gran garaje repleto de coches lujosos y caros, toda una colección ordenada por colores, aunque la mayoría son rojos o negros. Salgo del coche de Aiden y me paro frente a él, sin mirarlo, sólo detallo nuestro entorno.

–¿Todos son tuyos? –Pregunto examinando la sala.

El rubio hace un ademán con la mano para restarle importancia. –Algunos míos, otros de mi padre, aunque él no los usa nunca, sólo los tiene para quedar bien ante otros ricos y revistas, hipocresía. Es una de tantas colecciones. –Responde.

Cosas de ricos, Layla.

Asiento con la cabeza, a medida que pasa el tiempo el dolor disminuye. Ahora me siento más aliviada, aunque los recuerdos de las chicas pegándome son constantes en mis pensamientos.
Aiden se gira sin decir nada y empieza a andar hasta unas escaleras, yo lo sigo en silencio por detrás.

Llegamos a su habitación, ya estuve aquí ese día de la fiesta, en el que jugamos al juego de la botella y me tocó precisamente con él. Me quedo unos segundos examinando la sala y recordando los sucesos de ese día, fue un descontrol total, creo qué ese fué el primer día que me besó.

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