El sol se ocultaba y el cielo se había tornado de colores dorados, como el oro, como aquella maldición llamada riqueza que a Massimo no le recordaba nada más que la sangre de los inocentes que habían tenido la desgracia de conocerlo.
Le recordaban a Rose, a quien de manera estúpida había intentado ofrecerle todo y solo había logrado envenenarle la piel, manchandola de sus desgracias, de su alma putrefacta.
Se encontraba junto con Alessia y tres de sus hombres sobre una camioneta negra con vidrios blindados. Habían golpeado a muchos en la ciudad y hasta donde Massimo sabía ahora tenía más enemigos de los que nunca había tenido, pero había logrado sacar murmuros de las fetidas bocas de algunos y había entendido que a las afueras de la ciudad, en una cabaña de madera abandonada se encontraba Rose, a punto de ser asesinada como regalo especial para Torricelli.
—Es aquella— informó Alessia triunfante, apuntando a la lejanía hacia una cabaña. El conductor pisó el acelerador y todos cargaron sus armas, a excepción de Massimo, que sólo quería entrar ahí y salvar a su niña, aunque fuera necesario recibir un par de balas en el pecho.
Apenas las llantas dejaron de rodar Massimo salió del vehículo disparado, y entró al lugar, parecía no haber nadie a primera vista, pero como si toda su alma se negara a tal hecho escudriñó visualmente el lugar, encontrando en un rincón a un pequeño bulto, con piel opacada por la suciedad, inerte, se le heló la sangre al pensar en su niña sin vida.
Se acercó a ella y tocó su rostro, comprobando que era real, su niña no reaccionaba. Le quitó la tela que tapaba sus ojos y sintió que el alma se le regresaba al cuerpo cuando la vió parpadear. Estaba débil, pero con vida.
Se quitó el saco y tapó la desnuda piel de Rose, la cargó entre brazos y salió del lugar con ella. A lo lejos se escuchaban disparos y gritos, pero no le importaba nada, porque tenía a su niña.
La vista de Rose parecía no querer enfocar nada, se veía demasiado borroso, demasiado lleno de luz, y estaba muy débil para hablar. Pero reconocía ese corazón palpitante, reconocía su aroma, sus manos, era Massimo, la había encontrado, y quiso llorar, pero las lágrimas no le salían.
Salieron de la cabaña y Massimo decidido llevó a Rose hasta la camioneta que por el momento se encontraba vacía. La sentó en los asientos traseros, tapándola, parecía demasiado débil para mantenerse a sí misma, un ángel agonizante.
Escuchó movimiento a su espalda. Giró y vio a Alessia con sus hombres, tenían al presunto culpable atado de pies y manos, arrodillado. Massimo sin hablar dejó a Rose y sacó de la cajuela un recipiente de un galón lleno de gasolina. Lo esparció sobre el hombre amordazado, bañandolo del líquido, sin un ápice de compasión, no conocía al maldito. Alessia sonrió, como el gato Cheshire de Alicia en el país de las maravillas, reconociendo aquella mirada en Massimo, reconociendo al asesino, al monstruo de Nueva York. Le hizo un gesto a sus hombres y subieron a la camioneta dejando a Massimo y al condenado solos.
El culpable de las heridas de Rose intentó levantarse, intentó huir, Massimo sonrió.
—Nos vemos en el infierno— Murmuró Massimo aventado el mechero encendido hacia el hombre, dándole la espalda, dirigiéndose al automóvil.
Rose creía estar alucinando, pero sabía en el fondo que no era así, podía ver al hombre quemándose vivo, sus gritos desgarradores inundando el lugar, perforando su alma, su conciencia. Rose también quería gritar.
La joven llegó inconsciente al hospital en brazos de Massimo, era un hospital privado y la atendieron en emergencias de inmediato. Horas después ya le habían conectado suero de manera intravenosa y se encontraba descansando, devastada por todo.
Sin embargo a pesar de que se encontraba dormida realmente no descansaba, en su mente se repetían una y otra vez los gritos del hombre que Massimo había quemado vivo.
—Massimo te quiere— había dicho Alessia cuando la visitó en su tercer día en el hospital —Pero es un hombre complicado
—Si me quiere... ¿Entonces por qué no ha venido? — preguntó Rose lamentándose
—Está ocupado— respondió Alessia en un suspiro —Con eso de que me nombró accionista del cincuenta porciento de su empresa ha tenido que mover mucho papeleo para quitar tu nombre y...
—¿Él... Él quitó mi nombre? — preguntó la menor acongojada, dejando de lado la gelatina que era su desayuno.
—¿No te lo dijo? — la menor negó con la cabeza — Bueno... Ahora soy socia de Torricelli Industries, la mitad de las acciones es mía y la otra mitad de él
—¿Y él vendrá a verme?— preguntó en un murmuro, temerosa de la respuesta
—Yo no contaría con ello— admitió Alessia— Ya quitó tu nombre de recepción, por lo tanto ya no tienes acceso a la empresa.
—¿Me prestas tu teléfono?— pidió Rose
—Claro, ten, ese es su número— indicó mostrándolo en la pantalla
Rose marcó, sonó, una, dos tres...
—¿Bueno? — su voz con tintes graves, como Whisky en las rocas resonó por el teléfono, Rose contuvo el aliento de manera repentina
—Massimo— su voz quebrada, herida —Soy Ro-Rose— escuchó el aliento del mayor seguido del vacío de un teléfono que anunciaba que la llamada había sido cortada.
Le quemaba el pecho, y las lágrimas comenzaron a brotar se sus ojos, rojos, llevó sus manos a su rostro, ocultando su dolor de Alessia.
—Cuanto lo siento—respondió Alessia tomándola de la rodilla. Se levantó de su lugar y tomó su celular— Nos vemos Rose— se despidió, saliendo de la habitación, dejando a una Rose con el corazón roto en su interior.

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Azúcar En El Infierno
FanfictionRose quiere entrar a la universidad, pero no tiene dinero suficiente para ello. Massimo Torricelli es millonario, y las bases de cada uno de sus centavos fueron construidas con sangre. Massimo se convierte en el mentor de Rose y paga su universidad...