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Rose creería que estudiar y dejar de trabajar significaba despedirse temporalmente de Massimo, y le había desanimado al principio, sin embargo al terminar el primer día de clase sin trabajo, se encontró con el famoso lamborghini Veneno de Massimo estacionado frente a su instituto.

La joven, entusiasmada como una adolescente se acercó al vehículo y vio al empresario esperándola. Subió al auto y fue recibido con un rápido beso.

—¿Es una aventura?

—No—admitió Massimo —Voy a llevarte a casa

Rose sonrió de manera divertida y abrochó el cinturón de seguridad, el auto olía a madera y menta, muy Massimo.

—Entonces por el camino largo, por favor.

Se preguntó a sí misma si eran una pareja oficial. Según su experiencia en películas de adolescentes, el gallardo caballero siempre acompañaba a su pareja hasta casa. Le fascinaba pensar en ellos dos como una pareja formal, aunque en realidad aún no lo eran.

Massimo se estacionó afuera de la casa de su tía y le dio una bolsa de papela la joven.

—¿Es otro celular? — preguntó bromista el chico

—No— respondió Massimo divertido — Es un almuerzo, para desearte suerte en tus estudios.

Rose se inclinó y beso a Massimo de manera simple, con una sonrisa de enamorada marcada en su rostro.

—Gracias— susurró antes de partir hacia su casa.

Estudiar era algo que se le daba bien, soportar la necesidad de llamar a Massimo no tanto. Esperaba sacar excelente en sus exámenes para dejarlos a un lado y concentrarse plenamente en Massimo en vacaciones. Lo anhelaba y todas las noches susurraba a sus difuntos padres que estaba bien, estaba segura que ellos habían mandado a Massimo como un ángel guardián.

Massimo no había dejado de ir por Rose al instituto desde que la menor ya no trabajaba para él. Habían tenido un par de sesión de besos y quizás un par de trabajos orales, y siempre antes de dejarla con su tía le daba una bolsa con una ración de comida del restaurante y una cantidad de dinero extra.

La primera semana y media había sido fructuosa a pesar de no tener a Rose, pero Massimo seguía lidiando con Alessia, quien seguía hospedada en el Atlántis, incapaz de salir de Nueva York.

—Massimo, necesito que hagas esto, solo una pequeña parte de tu empresa, tenemos que ser socios.— Alessia se mostraba colérica, con ojos rojos y ojeras marcadas, evidenciando su falta de descanso.

—Te di demasiado dinero Alessia, no puedo darte más. Mi empresa es mía, tú sabes que me partí la espalda y cada uno de los huesos de mis dedos para hacerla lo que ahora es. — Massimo, inmutable se encontraba en su silla tras su escritorio, como el gran jefe.

— ¡Me lo debes! — gritó la mujer con furia contenida levantándose de la estúpida silla del empresario — ¡Yo te puse aquí! ¡Si eres alguien es por mí!

—No te debo nada. Trabajé duro para tener mi mierda.

—Está bien— Alessia volvía a parecer serena, imperturbable, divertida de manera repentina. Demasiado cambiante para ser normal— Igual sabes que seguiré viniendo, no puedo hacer mucho después de todo. Y siempre es un placer verte

Alessia salió del complejo, dispuesta a regresar al Atlántis, absorta en la mala suerte que tenia.

—Señor Massimo— llamó la secretaria a la puerta —Su viaje a Italia ya está programada para el viernes ¿Llevará acompañantes?

—No lo sé, te aviso cuando regrese— anunció Massimo tomando las llaves de su auto para ir por la chica al instituto.

—No puedo Massimo, tengo examen ese día — admitió la joven chica desilusionada sobre el automóvil.

—Sí, lo suponía, igual tenía que avisarte que no estaré todo el fin de semana... Quizás cinco días, son ocho horas y media de vuelo, y hay varios asuntos que debo arreglar.

—Está bien, para cuando regreses mis exámenes habrán terminado... Quizás podamos repetir lo de Manhattan.

Massimo sonrió, esa era su pequeña , anhelante como siempre, feliz, con sueños, preocupándose por cosas importantes como las posiciones en la cama, y no con cosas absurdas como qué comerá. Daría toda su fortuna por mantenerla así toda la vida.

La semana pasó rápido y cuando menos lo pensaba se encontraba a sí mismo despidiéndose de Rose dispuesto a tomar el avión a Italia.

—Es muy extraño Rose— anunció su amiga Laura — Sé sincera conmigo ¿Te estás acostado con Massimo?

—Laura, calla, no sabes lo que dices— añadio nerviosa

—Si lo sé, lo sé porque eres mi amiga y estás muy rara desde que tienes ese trabajito

—No estoy rara— se defendió la rubia corriendo por la cancha de deportes como lo había indicado el profesor

—Sí, sólo dilo, somos amigas ¿no?

—Bien— se rindió Rose —Sí

—Alto ¿Qué?

—Que sí Laura— susurró la joven— Massimo y yo estamos saliendo.

La chica gritó de manera aguda y saltó un poco.

—No puedo creerlo, ¿Cómo?

—No lo sé... Solo... Pasó

—¿Y ya cogieron?

—Laura— amenazó

—Sólo dilo, nos cambiaron los pañales juntas, que no me puedas decir esto.

—Si— susurró ruborizándose

—¿Y es muy grande?

—... Sí — volvió a susurrar escapando de su amiga aumentando la velocidad.

Rose estaba bien con ello, confiaba en Laura, y estaba bien con el hecho de que Massimo fuera a Italia solo, y aunque el examen de aquel día la había dejado exhausta por su complejidad y extensión ahora regresaba a casa, para disfrutar el fin de semana tumbada sobre su cama comiendo palomitas patrocinadas por Massimo junto a su tía Emma, el sueño de toda adolescente perezosa.

El sol brillaba por el sendero que estaba tomando, cuando sintió una mano que tocó su hombro, girando y topándose con un hombre obeso con sudadera negra que se imponía ante ella.

—¿S... Sí?— preguntó la rubia, repentinamente asustada, sintiendo como su sangre se helaba desde la punta de los dedos de sus pies hasta su rostro que palidecía.

Una mano la tomó de la espalda, otro hombre sin dudas, todo se puso obscuro y fue demasiado rápido. Cuando taparon su cara con una bolsa negra de tela sintió un golpe fuerte y certero en la nuca. Cayó inconsciente.

Azúcar En El InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora