Habían pasado poco mas de tres semanas, casi un mes en las que tortuosos gritos despertaban a Emma en la madrugada, productos de las pesadilla constantes que Rose tenía.
No sabía qué era peor, la vulnerabilidad que le había dejado el secuestro, el miedo y lo pequeña que se sentía al intentar salir de su casa o los gritos del hombre quemado atormentándola noche tras noche.
Casi no comía, los huesos de su cadera eran notables, sobrevivía de té y poco más. Su mirada había sido sombrecida por las ojeras y ojos rojos que indicaban que en todo momento estaba a punto de llorar.
Había intentado contactarse con Massimo, él siempre había sido su fuente de seguridad, solo entre sus brazos se creía capaz de afrontar todo. Pero ahora no estaba, la había dejado, y solo quería un día más, un día más acurrucada entre sus brazos.
Lo había llamado de manera infructuosa, siempre sonaba tres veces y la mandaba a buzón. Tenía demasiado miedo de salir como para buscarlo en Torricelli Industries. Además Alessia había dicho que habían quitado su nombre y fotografía de recepción, por lo que su entrada al edificio estaba prohibida.
—Por favor contesta— pidió Rose con labios resecos y quebradizos, envuelta en una cobija mientras sostenía con firmeza el teléfono de la casa entre sus dedos, como si fuera algo sagrado, como si fuera un rezo —Por favor
—Vamos Rose, tienes que comer— murmuró Emma sentándose en el sillón al lado de la menor. Le ofreció un plato de sopa.
—No tengo hambre Emma— respondió Rose rindiendose, colgando el teléfono, abrazando sus rodillas.
—Hablé con la escuela... Te esperarán el tiempo que sea necesario, busqué al psicólogo, puede venir a casa si no quieres salir, además...
—Emma— interrumpió el joven dolida— Por favor, no.
—Solo intento que recuperes tu vida, cuidaré más de ti... Te prometo que no te volverá a pasar nada malo. Cambiemos de ciudad, comencemos de cero, olvidemos el asunto de Massimo Torricelli.
Rose comenzó a llorar, no quería nada que no fuera de Massimo.
—No puedo— susurró entre llantos —Cada segundo lejos de él me está matando
Emma la abrazó a través de las cobijas.
—¿Qué tenías exactamente con Massimo? — preguntó Emma reconfortante, no parecía enojada, más bien preocupada
—Él me amaba— culminó rompiéndose una vez más, queriendo morirse, porque la muerte sería menos tortuosa que sentir como su corazón se rompía cada vez más.
La cabeza de Emma estaba en llamas, estaba furiosa, dolida, quería proteger a su niña y Torricelli era el causante de sus desdichas.
La mañana siguiente Rose se armó de todo el valor posible, había usado ropa limpia después de días, y de no ser por su evidente pérdida de peso podría verse decente.
—Iré a la escuela— afirmó Rose despidiéndose de Emma
—Espera, te acompaño— sugirió la mujer con una media sonrisa
—No. Esto... Esto lo tengo que afrontar sola, sino nunca podré— mintió, en realidad no quería salir, no solo, no quería dar ni un paso fuera, y habría aceptado la oferta de su tía de no ser porque realmente no iría a la escuela.
Nunca antes había sentido terror al hacer cosas simples, como cruzar la esquina, volteaba hacia atrás cada diez pasos para asegurarse que nadie la estaba siguiendo.
Había sido una real persecución contra su propia mente, había llegado corriendo al edificio Torricelli y entró sin pasar por recepción dirigiéndose directamente al ascensor. Alexandria, una de las manos derechas de Massimo la vió pasar y llamó a cuerpo de seguridad para que la detuvieran.
Rose vió su reflejo en el espejo del ascensor. Parecía estar muerta en vida, tan delgada que sus ropas colgaban, palida y enferma. Cerró los ojos deseando no verse tan mal como en el reflejo.
Apenas se abrieron las puertas y Rose salió corriendo, dispuesta a entrar al despacho de Massimo, esquivó a la secretaria y abrió las puertas con decisión.
Y lo vió, impoluto, firme sobre su silla de jefe, como si un escultor hubiera hecho con él su trabajo más detallado. Alzó la vista y lo vió fijamente, sus miradas se cruzaron y se habría puesto de rodillas en ese momento si se lo pidiera.
—¿Qué haces aquí? — su voz como trueno irrumpiendo en el centro de su alma
—Massimo ¿Porqué no contestas mis llamadas? — el hombre rió amargamente
—Creí que era obvio
—No, no lo es, tenemos algo, tú me amas— las lágrimas amenazaban con salir. Los cuerpos de seguridad se posaron junto a Rose y la sujetaron de los brazos
—¿Creíste eso?— Massimo reía, pero no parecía divertido — Solo fuiste la puta más cara que he tenido que pagar, casi me cuestas media empresa. No me interesa volver a saber de ti, si quieres dinero te lo doy, pero mirate... luces horrible, no te quiero volver a ver.— Massimo se levantó de la silla, mostrándose nuevamente como el jefe, el rey de Nueva York, el hombre que usaba lo que necesitaba para hacer crecer su imperio y lo que no, lo desechaba. —Llevensela— ordenó seco
—Muerete Massimo— Respondió la menor envuelta en llanto, siendo arrastrada por los guardias.
Algo curioso pasa cuando te rompen el corazón, duele, y parece que te consume, se ve en tus ojos, se ve en tu piel, es un evento que se presenta de manera física. Pero cuando te rompen el alma es peor, lo sientes, como si un hueco se instalara en tu ser, es estar en un abismo sin saber salir, y sin que te importe salir. Como si arrebataran tu felicidad y cualquier emoción positiva de golpe, y solo te queda aferrarte a lo que sea que te recuerda al pasado, en donde fuiste feliz.
—¡Alessia! — gritó Rose siendo arrastrada a la salida al ver a la mujer en recepción.
La mayor hizo un gesto a los guardias y se detuvieron. Soltaron a la menor y se le acercó.
—Pueden irse señores, yo me encargo — avisó a los guardias abrazando a la joven Rose
—Gracias — susurró Rose limpiando sus lágrimas —Fui una tonta
—No lo eres— Alessia acarició la mejilla de ésta —De hecho eres muy valiente al venir aquí, pero este ya no es tu lugar, vamos, te llevaré a casa— indicó tomando de la espalda al la chica de manera protectora.
La guió hasta su automóvil, un nuevo modelo totalmente negro, le dolía el parecido que tenía con el de Massimo.
El recorrido hacia la casa de la joven fue lento, Alessia intentaba animarla de manera infructuosa, pero le dolía siquiera pensar en Massimo.
— Me sorprende lo rápido que has salido a las calles— mencionó Alessia estacionado afuera de la casa de la tía Emma.
—En realidad estaba muriendo de miedo a cada segundo... Es horrible.
—No deberías hacerlo sola. A parte de Emma ¿No hay nadie más que te pueda cuidar?
—No— susurró Rose, recordando que alguna vez tuvo a alguien, pero que ahora la idea parecía muy lejana.
—Pondré dos guardias a cuidarte— informó Alessia mandando un par de mensajes —No deberías afrontar esto sola, cuando te creas preparada para salir sin miedo ellos se iran
—Alessia... No es necesario
—Por cierto, hoy recordé que perdiste tu teléfono en todo ese drama— Alessia abrió la guantera y sacó la caja de un celular similar al que había perdido —Es para ti
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Azúcar En El Infierno
FanficRose quiere entrar a la universidad, pero no tiene dinero suficiente para ello. Massimo Torricelli es millonario, y las bases de cada uno de sus centavos fueron construidas con sangre. Massimo se convierte en el mentor de Rose y paga su universidad...