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Rose confundida, y un poco asustada se levantó de su asiento y se acercó a Massimo quien la tomó de la cadera y la obligó a sentarse sobre sus piernas. Rose al estar en esa posición notó que una bella mujer de cabello castaño, con cejas marcadas y ojos azules profundos había entrado al piso.

—Alessia, no creo haberte invitado a mi reunión — anunció Massimo sosteniendo con firmeza por la cintura a Rose quien nerviosa había optado por observar fijamente el blanco mantel que cubría la mesa.

—Monic mencionó tu nombre, después de no tenerte aquí por años me pareció apropiado saludar a un viejo amigo... Pero veo que te encuentras muy bien acompañado— Alessia se acercó con la sonrisa imperturbable y saludó a Rose quien le dio la mano y después a Massimo

—Sí, estoy muy ocupado, de hecho creí que reservar todo el piso era una clara señal de que no deseaba ser molestado— aclaró Massimo con un tono de voz hosco, daba miedo escucharlo. Seguía sosteniendo a Rose con dureza.

—Bien— aceptó Alessia con sonrisa imperturbable— pero si no mal recuerdo, tenemos asuntos pendientes, y si no los resolvemos aquí...

—Los resolveremos en mi oficina, mañana a las doce horas— añadió Massimo

—Entonces me voy a habitación...

— ¿Te estás hospedado en el Atlántis? — preguntó Massimo

—Así es Massimo... Fue un gusto... ¿Cómo dijiste que te llamas?— preguntó hacia la menor extendiendo la mano

—Rose — espetó nerviosa la rubia respondiendo al saludo

—Espero verte pronto— anunció antes de retirarse.

Cuando Alessia subió al elevador, Monic entró con los platillos de ambos, sin embargo no pareció que le extrañara que Rose se encontrara sentada sobre el regazo de Massimo. Cuando terminó de colocar los platillos en mesa observó a Torricelli coqueta ignorando nuevamente a Rose.

—El señor Joe se enteró de la visita de Alessia, en compensación por la molestia dice que el postre va por su cuenta, y también le envía esta botella de vino, es nuestra mejor cosecha.

—Dale las gracias de mi parte— murmuró Torricelli

Cuando Monic salió de la sala y los dejo solos nuevamente sintió el pecho de Massimo respirar mejor, aligeró el agarre y ayudó a Rose a levantarse.

—Perdón por esto— sopesó Massimo —No creí que ella estuviera aquí

Rose se debatía entre preguntar quién era aquella mujer de facciones italianas tan marcadas, salir corriendo, o gritarle furiosa por haberla obligado a sentarse sobre él, sin embargo al ver la aflicción en el rostro del mayor no pudo hacer más que sonreír antes de sentarse en su propio asiento.

—Bueno... Ahora sé lo que es sentarse sobre un millón de dólares — murmuró metiendo una gran ración de puré en su boca llena de vergüenza.

Massimo río ante la gracia de la joven, su corazón se sentía libre de presión una vez más, Alessia no había arruinado la comida y el tema había sido desechado.

—Señor Torricelli

— ¿Qué sucede?

—Me quería hablar sobre la pasantía... Así que lo escucho

—En realidad comienzas el lunes, apenas es miércoles, pero me gustaría que te presentaras mañana para poder darte personalmente un recorrido por la empresa y presentarte a todos.

— ¿Mañana? — preguntó Rose intentando recordar si tenía algo planeado.

—Si, cuando salgas de tu instituto me gustaría verte, le avisaré a la secretaria para que hagan tu credencial de trabajadora y así puedas ingresar al edificio cuando lo desees.

—Gra-gracias señor Torricelli, ahí estaré.

—Háblame de ti, tus intereses, a lo que quieres dedicar tu vida.

—Creí que ya había leído todo sobre mi— Rose se sonrojó con una sonrisa divertida entre sus labios — creí que sabía todas mis alergias y hasta la ubicación de todos mis lunares.

—No sabía que tenías lunares

—Menos mal, comenzaba a creer que el acoso era real

Ambos rieron al unísono y Massimo tomó la botella de vino que Monic les había llevado y la sirvió en dos copas.

—Espero que tu tía no se enoje conmigo por ofrecerle alcohol a su niña.

—Bueno... Si no se entera no le hará daño.

—Que sea nuestro secreto entonces.

El resto de la cena pasó más rápida de lo planeado y Rose se encontraba tan satisfecha que decidió posponer el postre.

Massimo guió a la chica al auto y la llevó hasta la casa de la tía Emma.

Rose se había sentido flotar por la suave rotación del viaje. Veneno era un auto rápido y que parecía flotar sobre la carretera. Cuando llegaron a la casa de la tía Emma, Rose despertó del trance del viaje.

—Muchas gracias por la cena señor Torricelli— agradeció la menor retirándose el cinturón de seguridad— fue muy atento de su parte haber reservado todo el piso.

—No agradezcas — pidió Massimo observándola fijamente — te veré mañana en mi oficina.

—Así será.

Rose salió del automóvil, y solo entonces Massimo pudo apreciar que la joven tenía un trasero que podía convertir a cualquier santo en pecador. En realidad todo en Rose era inquietante, su angelical rostro siempre llena de vergüenza evitando la vista de Massimo, le provocaba inmensas ganas de tomarla por la mandíbula y obligarla a verlo fijamente. El mayor apenas podía ver los ojos de la joven ocultos bajo sus densas pestañas, siempre parecía preocupada. Y Massimo no sabía la razón, en su opinión la chico era merecedora de una vida cuyas únicas preocupaciones fueran elegir el sabor del helado del postre.

...

Rose se encontraba acostada sobre su cama, se removía con inquietud, recordando una vez más la cena. No podía creerlo, ahora era la clase de persona que iba a cenar a lugares caros, era la clase de persona que bebía champagne, la clase de persona que viajaba sobre un lamborghini. Una sonrisa parecía haberse tatuado en su boca desde que bajó del automóvil. Había probado un poco la lujosa vida del señor Torricelli y ahora se sentía protagonista de una película.

Quizá era el efecto Torricelli corriendo por sus venas lo que causaba que su piel cosquilleara.

Azúcar En El InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora